viernes, 8 de marzo de 2024

CARCASA

 


No puedo asegurar si fue pesadilla, ensueño o realidad. 


De pronto comprendí que los humanos habíamos metamorfoseado durante la última noche. Ya no éramos personas, habíamos mutado a carcasas y no teníamos los órganos interiores del corazón y sus arterias, ni teníamos ya cerebro ni conexiones neuronales.


Nuestro interior tenía un órgano nuevo que se llamaba teléfono móvil del que los humanos sólamente éramos carcasas; era él quien nos movía como autómatas por las calles de la ciudad, con el rostro inexpresivo y el semblante siempre fatigado; era él quien conducía nuestros pasos hacia los sótanos del metro, hacia los comercios de las patatas… luego al llegar la noche, acostados en camas aisladas y frías, enchufaba a la electricidad el teléfono que nos movía para su recarga.




Me desperté. Los patos seguían buscando con su cadencioso meneo el agua del estanque.


Nuestros sentimientos habían sido sustituidos por imágenes de plasma, por colores hijos de la inteligencia artificial; la palabra, incluso, se había borrado de nuestro recuerdo y nos comunicábamos por una especie de teclas que se disparaban solas en nuestras pupilas donde la mirada y la sonrisa habían dejado paso a unas figuras que recibieron el nombre de emoticonos.


Ni pensamiento, ni imaginación, ni fantasía, ni creación… éramos solamente carcasa de un órgano llamado teléfono móvil que dirigía nuestra vida vacía para siempre de sentimientos y de imaginación.




Almendros florecidos en La Quinta de los Molinos, en Madrid.


Me desperté agitado, salí a la calle… lucía el sol una mañana de febrero, la brisa dibujó una sonrisa en mi rostro que salió desde el fondo del corazón. Habían florecido los almendros y los cerezos apuntaban los primeros brotes, en el cielo cruzó una bandada de grullas buscando las encinas de algún monte cercano, en el parque jugueteaban los mirlos y los patos seguían husmeando entre la hierba y corriendo con su cadencioso meneo en busca del agua del estanque…


Javier Agra.


lunes, 4 de marzo de 2024

COLLADO DE LA ENCINA



De nuevo regreso a la Pedriza.




Pasarela sobre el Río Manzanares en Canto Cochino.


Con frecuencia me ocurre en este umbral de mis setenta y dos años la sensación de haber vivido la misma situación como en un tiempo cíclico, una vez y otra vez… Y sin embargo, pese a la repetición incesante, no me sobra un gramo de tiempo vivido, tampoco añoro otras estructuras de pasado que las que he vivido; algunas ocasiones he tenido que sortear adversidades otras he cantado gozos personales, familiares o comunitarios, pero siempre he mantenido un grado estable de felicidad. Tal vez porque nunca he deseado más allá de las sencilleces de cada día. Y así encaro el futuro con sosiego hasta donde se me conceda vivir en esta tierra antes de perpetuarme en la casa del Padre.




La explanada del Collado de Tres Coronas camino de la Gran Cañada. Me parece que estoy sentado al lado una enorme seta de millones de años.


Canto Cochino es, otra vez más, el punto de inicio de esta jornada. La pasarela sobre el Manzanares es un lugar común para diferentes grupos de montañeros. Hoy la niebla es compañera de guantes y bufanda. Esta mañana Jose y yo salimos por el sendero de la derecha hasta cruzar el Arroyo de las Majadillas y enfilar de inmediato una fuerte pendiente hasta el Collado de las tres Coronas. La explanada del Collado se viste de misterio y niebla, allá al fondo donde otras veces estaban Las Torres de la Pedriza y el Cerro de los Hoyos revolotea un tumulto de niebla, parecía Cidemo en plena confusión de una batalla antigua entre peñascos y cascadas.



Sentado en la Fuente de Prado Pino


Apenas apuntamos Las Cerradillas con la suavidad de su extensión que permite a los montañeros caminar reposados por un tiempo, comenzamos el ascenso en busca de la Fuente de Prado Pino escondida entre las tupidas jaras; la fuente comunica su presencia por la abundancia de agua que se expande por los senderos, anuncia su cercanía en el sonido del agua saliendo en constante monotonía del caño que lleva instalado desde un tiempo desconocido.



Al fondo, entre la niebla se esconden Las Torres de la Pedriza y el Cerro de los Hoyos.


Más arriba, superados Los Conejitos, la niebla queda por debajo de los montañeros en una alfombra de algodón y nata que oculta la tierra y el camino por el que pasamos hace un momento, una alfombra que esconde las llanuras y los pueblos… seguirán los conejos buscando sus madrigueras, los zorros de cola larga dormirán aún en sus guaridas, las aves de plano vuelo están por debajo de esta capa blanca, pero mi corazón sabe que la tierra de la que vengo no es un sueño dormido bajo la tupida alfombra de hebras blanquecinas.



En algún lugar del Collado de la Encina estas rocas forman figuras y entregan ventanas a los montañeros.


Sigo en escansión serena entre riscos y encinas hasta llegar al Collado de la Encina entre rocas de figuras insinuantes, de nombres ya establecidos por el tiempo y de nombres puestos por el montañero que hoy las visita, nombres que ayer fueron tal vez otros y acaso otros nombres serán mañana. Más arriba están las Praderas del Yelmo con el majestuoso pico que le da nombre, allí la torre de la Valentina, el Falso Acebo, El Arco de Cuchilleros… la Pedriza que se expande más allá de lo que yo puedo hacer en una jornada… la Pedriza que estará ya para siempre en mis recuerdos…


Javier Agra.

   


miércoles, 28 de febrero de 2024

LAGUNAS

 


Cuando llega el tiempo de la nieve, gusto de ir a ver nuestras lagunas cercanas. Allí permanezco un tiempo callado, pensativo, recordando a nuestros ancestros del Pleistoceno, aquellos que acaso convivieron con los fríos últimos de las glaciaciones cuando aún no sabían que eran humanos y acaso asistieron a la formación de morrenas, colinas y largas crestas que hoy me parecen bellos paisajes.


Aquellos, mis primeros ancestros, asistieron, asustados sin duda, a novedades terrestres más agitadas que las de nuestros días. ¿Pero su organización social sería tan convulsa como es en estos momentos en los que la tierra disfruta de más quietud y ya está sosegada? La naturaleza los proveía, sin duda, del cobijo necesario cada noche, de un lugar de reposo por algunos días antes de continuar su incesante caminar en busca de la vida.


Ante las Lagunillas del Nevero recuerdo a nuestros primeros ancestros…


Contemplo la tierra abierta de par en par desde las pequeñas lagunas de origen glaciar hacia sus laderas y sus montañas y veo la nieve de suave sonido en las caricias del violín del viento. Los adelantos de la actual humanidad me permiten gozar de la naturaleza que en otros momentos fue esquiva y misteriosa. Hoy la quietud de estas lagunas al pie del Nevero atraen a montañeros silenciosos y reverentes que buscan, como yo busco, unir su pensamiento y su latido al latido de la historia de la naturaleza.



En la cima del Pico del Nevero busco unir el latido de mi corazón al latido de la naturaleza entera.


La tierra continúa su imperceptible girar sobre la luz que muda colores y siluetas sobre las lenguas breves de aquellas antiguas lagunas glaciares; el sol anuncia el paso del tiempo y entiendo que he de comenzar el regreso a la seguridad del calor del hogar. Nuestras lagunas ya olvidaron el tiempo en que se formaban banquisas en sus aguas, ahora la noche es apenas ventisca y escarcha, es reino de los animales que, temerosos de los humanos, esperan las sombras para reconquistar el espacio que el miedo les arrebata durante las horas de luz. 


Javier Agra.  


LAGUNILLAS DEL NEVERO

 




Las Lagunillas del Nevero están a los pies del Pico del Nevero.


Desde Madrid atravesamos todo el valle de Lozoya,  en coche eso sí; valle lleno de luz y de magia, de vegetación y de vitalidad, hasta llegar al Puerto de Navafría en el corazón de los Montes Carpetanos de la sierra de Guadarrama. El río Lozoya, que cruza el valle, ha recogido las aguas de diferentes arroyos: Peñalara, Guarramillas, Cerradillas, Umbría y Aguilón y en las proximidades de las Cascadas del Purgatorio en Rascafría comienza a recibir este nombre de Lozoya hasta que desemboca en el Jarama por Uceda, localidad de Guadalajara.


Llegamos al Puerto de Navafría entre frondosos bosques de roble con la profundidad misteriosa de estos árboles desnudos de sus hojas en este avanzado febrero, más arriba dan paso a la solemnidad de los pinos con quienes conviven durante una cincuentena de metros antes de detener su avance y estancarse en su natural altura. Aparcamos en el Área Recreativa de las Lagunillas y comenzamos nuestro caminar.




Sendero adelante hacia las Lagunillas del Nevero, al fondo Peñalara.


El sendero tiene música de agua. 

El sendero sueña libertad de luz amanecida.

El sendero está amenizado por canciones de pájaros.

El sendero acaricia a los montañeros con el sol de la mañana.

El sendero es un colorido tapiz de hierba, de jaras, de tomillo en flor.

El sendero es un abanico de genciana, de pinos apuntando hacia la cumbre.  


Ladera arriba, dejamos atrás el Mirador del Cuervo y caminamos hasta cruzar la recordada pared de piedras, mis pensamientos se remontan a otros antiguos tiempos donde acaso estas paredes servían para delimitar propiedades o evitar que las vacas se desperdigaran en demasía, me llegan recuerdos de antaño cuando atender a las vacas de mis padres ocupaba algún tiempo de mi primera infancia.




Arroyo del Hornillo


El sendero tiene música frecuente de agua en sus arroyos de temporada, seguramente el de más nombre es el Arroyo del Hornillo, no es el mismo que el de las pequeñas cascadas cercano a Santa María de la Alameda (estos detalles de cultura montañera los sé porque mi compañero y amigo Jose me los entrega y refresca); el sendero está bien marcado por hitos que acompañan a los montañeros ladera arriba hasta llegar al circo glaciar Los Hoyos de Pinilla, conocido como Lagunillas del Nevero al pie mismo del Pico del Nevero que parece que es uno de los lugares donde más aguanta la nieve por estos lugares, sobre todo en la cara norte de su anchurosa y elongada cumbre.




Vista de Las Lagunillas del Nevero, subiendo hacia la cumbre del Nevero.


Las dos lagunas… ¿acaso la lengua que las une es otra laguna o será una única laguna con diferentes pensamientos, será una única laguna con dos almas fraternas caminando en las alas del viento mientras ofrecen a las aves su reposo y a los animales que pueblan el entorno el frescor de su bebida? 


Las dos lagunas… ¿sabrán del bramido insolente del mar inmenso cuando se enfurece con los grandes cetáceos, con los orgullosos barcos aventureros por las aguas de los océanos, sabrán de la quietud del agua en calma cuando besa los acantilados, del sosiego que entrega al alma que lo mira entre la penumbra de la tarde y de la luna?




En la cima del Nevero.


Las dos lagunas reflejan el blanco de la nieve esta mañana, ocultan el ocre de la tierra y de las finas piedras ladera arriba camino de la amplia cumbre del Nevero. Los montañeros despedimos a las Lagunillas del Nevero y subimos con el alma serena y los pies decididos hasta el incierto vértice geodésico de la cima, sentamos a la abrigada de la pared ruinosa de aquello que, según parece, fue una edificación refugio para tiempos de terrible guerra, con las manos temblorosas por el viento, no sabemos con certeza cuál será el punto más alto de esta cumbre de la Sierra de Guadarrama.




Sentados a la abrigada de esta pared en la cumbre del Nevero atendimos  a nuestro yantar.


Desde la cumbre del Nevero, regresamos por la loma hasta descender y adentrarnos en los protectores pinos. Próximos ya a la carretera, hicimos los últimos metros por el sendero que entra a nuestra derecha y bordea el Área Recreativa de la que habíamos partido, de este modo cerramos una mañana de camino circular, de serenidad de espíritu, de sosiego del corazón, de paz en nuestra existencia.


Javier Agra.



lunes, 12 de febrero de 2024

ARROYO DEL CHIVATO

 





Entre la libertad y el corazón, entre el pensamiento y el alma voy caminando por la Pedriza de Madrid hasta llegar a este maravilloso espacio en un recodo del Arroyo del Chivato con un tejo milenario, pinos acogedores, encinas y espinos, una pequeña cascada… y arriba como bajando del cielo esas rocas que me parecen una paloma en el inicio de extender sus alas y la imagen de la derecha que semeja una Madona con su hijo en brazos. De ese lugar es la FOTOGRAFÍA, lugar lleno de sereno sosiego, de libertad, fraternidad, de PAZ…





Ahí está la pequeña cascada del Arroyo del Chivato. Allá en el fondo, envuelta en la serena caída del agua llegan las aspiraciones humanas de todos los tiempos recogidos por un sabio fotógrafo en esta instantánea de murmullos y de vegetales; en este daguerrotipo sin fecha ni tiempo, pues los siglos mantienen el agua buscando cauces siempre nuevos, mantienen los árboles en invisible movimiento en el deseo de llegar de nuevo a otras primaveras donde la libertad y la paz estén para siempre con las personas y con la naturaleza entera.


Entre esas aguas de cristal que susurran peñas abajo, entre ese verdor de pinos, de tejos, de robles, de vegetación… viene a mi corazón el sosiego como una criatura de colores que pinta de suavidad el alma.


Javier Agra


domingo, 11 de febrero de 2024

EL BESO DE LAS AVES


Despacio avanza el coche por las cuestas de la Pedriza, con calma bajamos desde el Collado de Quebrantaherraduras entre pinos y cerradas curvas, en la serenidad de las primeras luces llegamos a Machacaderas que así se llama el tercero de los aparcamientos. Esta mañana de febrero esperamos con entusiasmo los primeros abrazos amorosos del sol y me acuerdo de la Tercera Sinfonía de Mahler que es todo un canto al amor pensando en la creación.


Comenzamos a caminar por la senda paralela al Río Manzanares, el arroyo que trae el agua de la Umbría de la Garganta viene rebosando de música y energía estos días. Los troncos amontonados de los pinos serrados hacen una muralla de vida bajo las paredes de piedra de los corrales y las granjas que están frente al Puente de la Cola de Caballo por donde entramos hacia el pinar en busca de la que nos parece la mejor de las diversas veredas que suben hacia el sendero principal del Collado del Cabrón.




Pasado el Cáliz, las rocas de la Pedriza nos abrazan y nos acogen por todas partes. Alguna cabra reposa sosegada sin temor a nuestro paso.


Suena la sinfonía número tres de Mahler y el corazón se impregna del amor del agua y sus habitantes, de la música misteriosa de los bosques y las aves que los pueblan, suena la música y llegamos a la altura de mil ciento sesenta metros donde abandonamos la senda principal y encontramos la que parte monte arriba buscando la divisoria hasta llevarnos al Cáliz donde habíamos estado hace pocas semanas. 


Pero hoy continuamos en una búsqueda de desconocidos senderos que nos lleven hasta el Cancho de los Muertos con la música amorosa de la creación sonando en nuestras almas. A esta altura de la Pedriza nos espera un rebaño reducido de cabras que rumian sosiego y calma mientras permanecen tumbadas a nuestro paso. Por aquí conviene estar atentos al sendero pues son muchas las rocas que pueden distraer al montañero.




El Beso de las Aves es esa curiosa piedra con una ventana abierta hacia el cielo. Expresión del amor inmenso que nos hace una unidad con la naturaleza entera.


Entramos en un relajado prado al que algunos mapas llaman la zona sioux, allí escondido encontramos un tótem de antiguas tribus tallado en la roca por efecto de los siglos. Allí encontramos asombrados la piedra que buscábamos en nuestra excursión de esta mañana El Beso de las Aves, también conocida como ventana al cielo. Allí posamos nuestras mochilas y dedicamos un tiempo al sosiego, a la poesía, a la música del corazón en forma de canciones de los hombres, al amor, a la vida, a la esperanza…


Continuamos el sendero entre grandes rocas hasta desembocar en un sereno desfiladero encajonado por gruesas peñas de graciosa hechura, como si algún gigante del tiempo de la Ilíada hubiera tallado formas y limado asperezas con una inmensa navaja. Bien pudo pasar por aquí algún tiempo Peón, el dios apenas nombrado al que Zeus encargaba de curar a los dioses heridos en sus refriegas con los humanos.




En el Mirador encontramos esta lagunilla con forma de ojo. Tal vez se llame El Ojo.


Así entre sonidos de ángeles y apoteosis de la tercera sinfonía de Mahler llegados a la grandiosidad de un mirador sobre el Manzanares, sobre la Cuerda Larga, sobre el valle en todo su esplendor. Tiene este mirador unas curiosas formaciones de piedra que estos días hacen de lagunas para el abrevadero de aves y de animales que por allí pasen sedientos. Una de estas lagunas bien puede llamarse El Ojo pues tiene esa forma con su lagrimal incluido que derrama las gotas sobrantes sobre la deslizante piedra.


Pocos metros más arriba está el mirador y el camino que sale hacia el Cancho de los Muertos, con sus leyendas y su mitología. Los montañeros buscamos y encontramos una senda que desciende por un sereno pinar hasta encontrar la más amplia senda que nos lleva hasta el Collado Cabrón, lugar de encuentro de diferentes grupos de montañeros que llegan desde diferentes caminos y continúan por variadas rutas.




Aquí, sentado sobre unas rocas ante la popular Charca Verde.


Jose y yo descendemos descartando unas sendas, siguiendo la que nos parece más acertada al cercano Arroyo del Risco que nos llevará hasta el vivero que dejamos a nuestra izquierda para llegar hasta la popular Charca Verde, no sin ciertos trabajos más de aproximación que de búsqueda. Salimos después a buscar el Puente del Vivero sobre el que cruzamos el rumoroso Río Manzanares, sus aguas me recuerdan la tercera sinfonía de Mahler que refuerza el amor musical, poético y ojalá eficaz que me une a la humanidad toda y a la naturaleza entera. Al lado de las aguas del Manzanares regresamos hasta el aparcamiento donde encontramos el coche en la misma posición que lo habíamos dejado.




Cruzamos el Río Manzanares por el Puente del Vivero. El agua del Manzanares me trae la música de la Sinfonía número tres de Mahler. 


Javier Agra.


domingo, 28 de enero de 2024

PEÑALACABRA

 


  • Jose, ¿Cómo se llama esa curiosa montaña para la que salimos desde un encantador pueblo de la carretera de Burgos que está al lado del río Lozoya y que después llegamos a donde unas grandes antenas para seguir hasta un puerto del que no recuerdo el nombre? 

  • El pueblo del que hablas es Buitrago de Lozoya; recién pasado el kilómetro 76 de la Autovía I hacia Burgos, nos desviamos por la carretera M-137 hasta las Gandullas que es donde están las antenas de Telefónica y llegaremos a Prádena del Rincón para seguir por la carretera M-130 hasta lo más alto del Puerto de la Puebla. La montaña se llama Peñalacabra.

  • Ah!

  • Te voy a llevar para que lo recuerdes.


Y así transcurren las más de las veces mis conversaciones sobre montañas, con Jose que no necesita mapas ni planos pues tiene todas las montañas localizadas en ocho mil kilómetros a la redonda. Todas las montañas con sus alturas y sus características…


Llegamos pues, al cuidado aparcamiento del Puerto de la Puebla. Aquí me doy cuenta de que me quedé muy limitado con el adjetivo de “curiosa montaña” pues el entorno es magnífico con toda la solemnidad y magnanimidad de la palabra. El Valle, amplio, extenso, dilatado, profundo…, resuena de pájaros y colores como el muy conocido allegretto del segundo movimiento de la séptima sinfonía de Beethoven.


Desde la cima de Peñalacabra estamos viendo el Ocejón al fondo, en la Sierra de Ayllón; el Tornera más cerca, en primer plano el valle y el pueblo de La Puebla debajo a la derecha.


Comenzamos nuestro caminar por lo alto de la loma, cuando el sol manda sus primeros rayos que juegan entre nuestras pisadas y los pinos de la ladera. Pronto pasamos bajo una línea eléctrica y nos adentramos en un canchal de piedra cuarcita. A las cuerdas del segundo movimiento de Beethoven ya se le han unido todos los instrumentos de la orquesta que suena brillante entre el sol, los pájaros y la cuarcita.


Los pinares están brillantes de luz, limpios de nidos de orugas que otros pinares tienen estos días una plaga inicial. Los pinares se pueblan del trino del Carbonero garrapinos, la hierba apunta a una primavera demasiado adelantada, hemos dejado atrás el canchal y pisamos una alfombra de suavidad, un breve pelo de hierba que se acomoda a la pisada quieta de los montañeros en un beso sin tiempo entre la montaña y los caminantes, un mismo latido paso a paso enredados en nuestra vida para siempre. Llegamos al Cerro Portezuela con sus rocas peinadas en cresta de ola con los ojos levantados hacia el cielo, cruzamos su ancha brecha y entramos en una pradera amplia con sendero bien marcado.


Delante del Cerro de La Portezuela. A la derecha al fondo, con muy pocos puntos de nieve, Peñalara y El Nevero.


Vamos dejando atrás una estación base de comunicaciones audiovisuales, acaso una estación meteorológica, un coqueto recinto para descanso y estancia de los diversos agentes forestales que cuidan este entorno silencioso y sosegado. Los montañeros descendemos levemente entregados a la quietud del lugar, a la paz de la naturaleza, al sueño de los siglos pasados entre las rocas y las oquedades de este paseo.


Estamos en el Collado de la Tiesa entrecruzado por pistas y senderos. Los montañeros ya hemos visto hace tiempo Peñalacabra y sabemos que debemos continuar caminando por la loma en busca del espolón anterior a nuestra montaña. Aún hemos de subir una pequeña loma despoblada de vegetación, salpicada de rocas clavadas en la tierra como diminutos menires, como innumerables cocodrilos que no comen a los viajeros sino que quieren cantar para ellos una melodía sin tiempo, una melodía de recogimiento.


Así llegamos al Collado Chalega la Villa. Delante de nosotros permanece inmóvil y sereno el espolón anterior a Peñalacabra; espolón que vamos a dejar  a nuestra izquierda siguiendo un marcado sendero, de nuevo entre quebradas rocas y pequeños arbustos desprotegidos de los vientos y las nevadas de otros días más fríos, sin más protección que el suave aliento de algunas cabras que por aquí pasan la vida y de algunos montañeros que ocasionalmente visitan estos lugares.



Somosierra al fondo. Más cerca, el Alto de la Rozas y la semipelada Peña del Águila.


Lentamente alcanzamos una divisoria con vistas al valle de La Puebla. La brisa suena a flautas de un concierto de Vivaldi, un grupo de cabras escuchan su música desde lo alto de la cresta del espolón que hemos dejado atrás; una cabra disimula escondida en un vivac observando nuestra llegada al collado. Continuamos bordeando Peñalacabra en busca del sendero de subida hacia la cumbre.


Enseguida encontramos numerosos hitos que marcan la subida que requiere seguramente el mayor esfuerzo de toda la ruta, son ochenta metros de desnivel por entre piedra suelta y menuda, por entre piedra laminada de esquisto de cuarzo, por entre rocas apelmazadas que a menudo forman peldaños que hemos de vencer apoyando pies y manos, por entre urces y pequeños matorrales. Nos asomamos a la zona cimera y hacemos los últimos metros entre suavidad del suelo y diminuta piedra aposentada. 




Cima de Peñalacabra.


Llegamos al vértice geodésico con inmensas vistas en derredor. Jose me va nombrando las cumbres que yo apunto pues es el único modo de recordarlas algún día: Sierra de la Cabrera, Mondalindo, Cuerda Larga, Peñalara, El Nevero, Puerto de Somosierra, Sierra de Ayllón con el Ocejón al fondo, Porrejón, Tornera, Centenera, Embalse del Atazar, Sierra de Patones, Cerro San Pedro.


Para regresar, llegamos al Collado de la Tiesa y nos desviamos por la pista forestal que sale hacia la izquierda, Camino de Lonchares se llama, y vamos dejando a nuestra izquierda y nuestra espalda el Alto de la Rozas y la semipelada Peña del Águila, avanzamos por Peña Cuervo, siempre entre pianos. Después de un largo trecho y dos pronunciadas curvas, encontramos la carretera por la que caminamos cuesta arriba hasta llegar al aparcamiento del Puerto.


Javier Agra. 



jueves, 25 de enero de 2024

CRUZ DEL MIERLO



Clarea sobre las impactantes rocas de la Pedriza de Madrid. Multitud de senderos ofrecen la posibilidad de una jornada de sosiego y disfrute. El silencio y la armonía de la naturaleza, en forma de pájaros que cantan escondidos o planean silenciosos sobre las cabezas de los montañeros, en forma de arroyos formados por la música de las lluvias y el deshielo, las liras suaves de las hojas de los árboles frotadas por el aire apenas perceptible, sólo ellos y la paz de las pisadas del montañero acompañarán este día de marcha.



Este es el inicio del recorrido por la Cuerda de los Porrones en el Collado de Quebrantaherraduras.


Rincones y rocas innumerables esperan la llegada del montañero para acariciar su cuerpo y liberar su espíritu. Dejamos el coche en el pequeño aparcamiento del Collado de Quebrantaherraduras donde escasamente caben una veintena de vehículos. El inicio del pequeño recorrido PR-M 16 se inicia con una escalera de piedras allí situada para facilitar la entrada de quienes quieran caminar más o menos distancia. Es la Cuerda de los Porrones que puede llevarnos hasta La Maliciosa. 


Clarea la mañana con la Pedriza al fondo. Los montañeros nos detenemos en este recodo del camino para admirar y contemplar.


Muy pronto nos adentramos en un cómodo sendero entre la tierra y las piedras, muy bien marcado con las señales blancas y amarillas del pequeño recorrido. Enseguida haremos la primera parada panorámica hacia la Pedriza, Las Torres, el Comedor Termes, La Esfinge, el Cerro de los Hoyos, el Collado de la U, el Collado de la Ventana, el Yelmo… se cierran al fondo frente a nosotros en una ofrenda de belleza más profunda que las palabras. 


Más allá entre peñascos y encinas, entre jaras y recovecos de piedra, llegamos a un salón con mesas y asientos de granito, así es la mayor parte de la roca de la Pedriza, donde encuentran asiento y final de recorrido numerosos grupos de amigos o familias que desean pasar una jornada en la naturaleza. Continuamos hasta llegar al Collado del Terrizo por donde dicen que antaño se encontró en Marqués de Santillana (1398 - 1458) con la serrana que eternizó en sus versos: “Moça tan fermosa / non vi en la frontera, / como una vaquera / de la Finijosa” 




Ante la Cruz de El Mierlo una oración silenciosa.


Conocidos son los cielos de la Sierra de Madrid pintados por Velázquez, también los del brillante paisajista Carlos de Haes (Bruselas 1826 - Madrid 1898) pero cuando el montañero ha visto clarear las primeras luces sobre la Pedriza descubre el brillo del baile escondido entre las rocas, las hadas y los elfos del amanecer corriendo entre las quebradas y los callejones en busca de retamas y piornos, la serenidad misma posándose en las más altas cumbres. Absortos en estos pensamientos nos topamos en un recodo con la Fuente del Berzosillo manando bajo una enorme roca, útil acaso como bebedero de animales y aves.


Continuamos la marcha hasta encontrarnos con una fuente seca, sin agua. Disertando si será algo parecido el origen del antiguo apellido “Fonseca” mientras llegamos hasta el Arroyo de Las Casiruelas donde nos percatamos que hemos dejado más atrás el sendero que parte hacia la pista para subir hacia la Cruz de Mierlo; tendríamos que haber abandonado esta senda por la que caminamos, a la altura de mil doscientos metros. 


En la montaña y en la vida, las decisiones son con frecuencia limitadoras, un camino cierra otras posibilidades. Los montañeros decidimos subir la ribera del arroyo de Las Casiruelas, sin ninguna dificultad pues la vegetación permite visualizar los siguientes pasos. De este modo llegamos a la pista que hemos de cruzar, con tan buen tino que salimos en frente del nacimiento de la senda que nos llevará hasta la Cruz del Mierlo, nuestro principal objetivo de esta jornada.




Las vistas hacia La Pedriza y la Cuerda Larga son serena libertad, sosiego de eternidad.


Entre altos pinos, reducidos grupos de tomillos, escondidas lepiotas secas en su aposento de tierra, hacemos el desnivel más pronunciado del día. Llegamos a una antigua alambrada en desuso y continuamos paralelos a la misma en busca del otero donde encontraremos la Cruz del Mierlo. Las vistas hacia la Pedriza y hacia la Cuerda Larga llenan de asombro y sosiego el corazón, la mente, el alma, la sangre toda del montañero.  


Se termina la valla y entramos en el otero antedicho, poblado de cantueso y tomillo, de matas de hierbas de diversos nombres, de sol y de luz. Hacia nuestra derecha unas pobladas rocas forman una muralla a cuyo abrigo reposa el Mierlo bajo una cruz en el suelo compuesta por piedras que semejan su cabeza, su cuerpo, sus miembros. Cerca permanece, escondido entre maleza y misterio, un doble vivac construido hace mucho tiempo.




La Cruz de El Mierlo reposa al abrigo de un grupo de rocas, muy cercana a un doble vivac y una placa visible desde la distancia que puede servir como orientación definitiva si surgen dudas de su emplazamiento.


Era El Mierlo, un pastor que recogió a una doncella perdida por aquellos parajes, después de haber sido raptada por unos bandoleros para pedir un rescate. Parece que los “facinerosos” tuvieron una muerte violenta peleando entre ellos, allá en el Cancho de Los Muertos. Entregó a la muchacha a sus padres, adinerados afincados en Madrid, y le propusieron trabajo y casa para vivir cerca de ellos; El Mierlo prefirió regresar con su ganado a la Sierra, donde años más tarde apareció asesinado. La Cruz que hoy visitamos es un recuerdo y un monumento a este sencillo y noble personaje de corazón inmenso, sembrado como estaba de naturaleza y eternidad.



En la Fuente de Las Casiruelas hacemos otra parada para dar cuenta de las viandas de esta jornada.


Continúa el sendero buscando Peña Blanca, El Cancho de Las Porras, Cancho Porrón, Maliciosa Chica, Maliciosa… pero esta jornada bajamos hacia La Fuente de Las Casiruelas para regresar, cerrando un círculo, hasta encontrarnos con el Arroyo de las Casiruelas y retornar por el mismo sendero del que habíamos partiendo en el Collado de Quebrantaherraduras.


Javier Agra.