martes, 29 de julio de 2008

ESTO HE VISTO

A punto de concluir la semana de recorrido por lugares del mediterraneo peninsular. He vuelto al interior.
Granada, buen lugar para llegar en autobús, mi transporte durante estas jornadas sin rumbo. Viajar sin destinos concretos tiene la contrapartida que a última hora no se consigue una entrada para ver la Alhambra, pero verla desde la distancia también es asombroso.
Encontrar el cogollo de la ciudad fue una diminuta aventura, la estación de autobús está en la ciudad nueva. De modo que mi mochila y yo pareciamos montañeros despistados en medio de unas bulliciosas calles a las diez de la noche. Varios alojamientos estaban completos, no me dieron posada, superé el hospital - ojalá no necesite esta cama, me dije -; en la prisión provincial, decidí pedir una celda, todos los humanos realizamos diversas acciones que nos llevan a ser socialmente problemáticos en más de una ocasión. No tuve suerte, me explicó un paseante que hacía tiempo aquello ya no tenía la función para la había sido edificado.
La oportunidad llegó después de varios kilómetros - en ciudad se puede medir la distancia en kilómetros, en la montaña se mide en desnivel -. Esta noche necesitaba un lugar donde bañarme, antes de pasear por la fantasía de la ciudad. Claro, que me dormí y no conseguí salir hasta las ocho de la mañana siguiente.
La ciudad es distinta de día y de noche. La vida tiene diversas caras, la realidad se amplia según el puesto del que observamos, la historia, las personas, todo cuanto existe gana en amplitud si nuestra visión se hace libre. ¡Cuanta riqueza perdemos por falta de observación, por negar la confianza, por cerrarnos a otros puntos de vista!
El sol, estaba declinando. Mi recorrido - después de trece horas de anécdotas felices - concluiría en breves - otro autobús me esperaba -. Los últimos kilómetros los había hecho desde la Cartuja, subiendo y recorreindo el Albaicín con sus miradores altos: Granada casi puerta a puerta, más allá el Genil y su fértil llanura. Al lado del Darro, me senté en la terraza de un bar y quedé asombrado. Se ocultaba el sol y la Alhambra, allá en lo alto variaba de color, del blanco al oro y del rojo al misterio, brillaban las ventanas de cinco en cinco y entre la luz de sus muros que iluminaba la inicial noche, vi a la princesa solitaria que seguía suspirando en la Alhambra y entre las calles del Albaicín sus súbditos de ahora y de los siglos pasados suspirábamos ante el misterio. El sol se marcha en silencio entre la brisa y el agua y allí siguen los suspiros de la princesa. Por abajo, los murciélagos sobre el Darro, en la última luz de la tarde las aves diurnas traen y llevan los suspiros de la princesa prisionera en la Alhambra. Calles estrechas, miradores altos, la noche extiende los suspiros de la princesa por Granada.
Javier Agra.

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