domingo, 3 de agosto de 2008

SIETE PICOS

Sublime. La sierra de Madrid es menuda pero coqueta y llena de misterio. Desde lejos se ven los siete picos del Guadarrama, como siete dientes que van masticando, para quien los ve con cariño, la ternura del infinito y lo entregan poco a poco, de modo que lo grandioso queda al alcance de las personas como si todos los intentos fueran posibles de ser realizados.
Dejamos el coche en Camorritos, donde el tren cremallera abandona Cercedilla para subir, con respiración lenta, entre la grandiosa vegetación de la sierra. La Vereda de las Encinillas nos acaricia y nos anima hasta llegar, con la camisa ya sudada, a las Praderas de Navarrulaque. Desde aquí tenemos muchas variantes, para subir. Probablemente la montaña sea como la vida, ningún camino es superior a los otros, ninguna verdad es toda la verdad, de modo que pretender rechazar otros puntos de vista o no aceptar la valía de cada persona porque piensan de otro modo, es empequeñecer la dignidad humana y es mostrar un corazón reducido: es, creo yo, uno de los males que han enfermado más agudamente a la humanidad de todos los tiempos y que también actualmente nos mantienen doloridos.
Seguiremos la carretera de la República hasta el Puerto de la Fuenfría, lugar de encuentro de diversos caminos y de distintas opciones de montaña. ¡Qué más da de dónde llega cada uno! A esta altura el saludo es natural, sale de la sonrisa misma. El grupo del que formo parte, seguimos por el Collado Ventoso y Cerro Ventoso, por la senda de los Alevines hasta coronar el collado que separa - o acaso une - Majalasna y el siguiente de los siete picos. La fuente mana, a este altura del año, un agua refrescante que apaga la sed y da fuerza hasta el siguiente objetivo. Los peñascos de la senda que hemos cruzado, son dificultades que estamos dispuestos a superar, no pocas veces, con las orientaciones del compañero; otras veces, necesitamos el consenso para quedarnos con el camino que nos parece mejor, siempre con la mente puesta en la meta. Puede ocurrir que lo más fácil no sea lo más oportuno.
Recorrer la cumbre, hasta el vértice geodésico, es un reposo de felicidad muy dulce para los ojos, la vista lejana de los pinares que se extienden hasta las llanuras de Segovia, en aquella dirección Somosierra y más allá las montañas de Ayllón; la paz llena el espíritu, somos menores que cualquiera de las rocas que admiramos, pero ¡qué inmenso el espíritu capaz de contemplar y esperar!
El último de los Siete Picos - o el primero, según la dirección de la ruta -. Para subir a tocar el vértice, nos separamos, es preciso quedar uno con Pipa y Munia pues no pueden superar la furia de aquellos peñascales. No importa, ¡son tantos los momentos de soledad necesaria! ¡cuántas decisiones tomamos en soledad! La vida nos mantendrá juntos nuevamente.
Está realizada la tarea, está completo el gozo, está terminado el proyecto de esta jornada. Ahora la comida, ágape y banquete al mismo tiempo, todos en la misma mesa de piedra y hierba, compartiendo el agua, el pan y el alimento que nos conforta.
Regresamos.
Cinco horas de entusiasmo, esfuerzo, sudor, triunfo, moratones y festejos.
Javier Agra

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