sábado, 8 de noviembre de 2008

MONCAYO II


La cumbre del Moncayo, espera y llama al montañero.

El sendero está muy claro hacia la izquierda, monte arriba, hacia la cumbre. ¿Y si no hubiera final? Desde aquí no se divisa. ¿Y si todo fuera una ilusión, una esperanza vacua? ¡Anímate, otros lo han subido antes que tú. Fíate!

Pronto descubrimos cortados valles frente a nosotros, caídas magníficas a nuestra derecha, riachuelos, bosque allá en los valles que dejamos atrás. Conforme subimos, se va agrandando el espectáculo. Otros montañeros están a nuestro lado, algunos nos han superado. Ana y Juan Pedro conversan con los pájaros, mientras Jose y yo recordamos la leyenda de la cueva de los frailes.

Ahora que la recuerdo, sin el peso del desnivel tirando de mis pisadas hacia atrás, la puedo contar: Ocurrió en los antiguos siglos de la Edad Media, cuando aún sucedían acontecimientos maravillosos. Bajo la ermita de la Virgen, existía, desde hacia muchos siglos, una cueva, de cuyo techo goteaba continuamente un brevísimo hilillo de aceite con el que los monjes mantenían encendida la lámpara del santísimo, no llegaba para otros usos. Ocurrió, que llegó un tiempo de especial hambre y necesidad; un día el ermitaño, que estaba al cuidado de recoger el aceite, se sintió tan hambriento que usó unas gotas para mojar en un endurecido mendrugo de pan y comer. Desde entonces, la gota dejó de ser aceite y se mudó en agua, que permanece hasta la actualidad. Otra versión, termina diciendo que el que comió el aceite fue un pastor que pasaba por allí y desconocía el uso litúrgico de la destilación de la piedra.

El sol anima nuestros pasos, Moncayo arriba. Es más fuerte la ilusión que la fatiga. La montaña, como la vida, exige constantes renuncias y continuo esfuerzo. La montaña es una escuela en la que escribimos con plumas de sudor el libro de nuestra esperanza compartida. La meta es común, la alegría pertenece a todos. Cada uno llega en su momento y triunfa, no existe el concepto de primero ni postrero.

Una parada para la respiración y el sorbo de agua. A esta altura ya no hay vegetación, la parada sobre esas piedras donde esperan Ana y Juan Pedro. Las pupilas se ensanchan, los corazones están en crecimiento, hasta las arterias y las venas trabajan con más intensidad y el corazón bombea la sangre más deprisa y más deprisa los sentimientos.

La cumbre está allá lejos. Se nos adelantan la sonrisa, los ojos y el sentimiento. El aire... dicen que en esta cumbre pasa de ser aire a ser azote en los cuerpos de los montañeros. Seguimos cortando el viento.

Javier Agra.

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