sábado, 15 de noviembre de 2008

MONCAYO III

Ana y Juan Pedro llegaron a la cumbre y, emocionados, agradecen a la vida y a la tierra que nos permitan tener un Moncayo que admirar.



Padre e hija montañeros. Jose orgulloso, pues Ana (acompañada de Juan Pedro) ya ha hecho cumbre en algún seismil.





Henos aquí, hollando la nieve acogedora de la cumbre. Brillantes entre los resplandores del sol. Somos Moncayo y cielo, tierra y esperanza. La vista es muy amplia, la serenidad se mezcla con la respiración acelerada. ¿Cómo mostrarte las sensaciones acumuladas durante la subida? El recuerdo de Becquer (Gustavo Adolfo Domínguez Bastida Insauisti Vargas Becquer, era su filiación de origen alemán) escribiendo poco más abajo, en el monasterio de Veruela, de donde surgieron no pocas leyendas aprendidas, sin duda, en estos pueblos; donde plasmó su hermoso libro "Cartas desde mi celda" que te recomiendo leer. El autor saliendo hacia este destino desde el magnífico pueblo aragonés de Tarazona, de calles estrechas, misteriosas, llenas de encanto y leyendas, pueblo mudéjar y añejo, el pueblo del Cipotegato y otras sorpresas del presente, plazas, templos, vida y misterio.


Henos aquí, sobre la cumbre del Moncayo. Creo que se me posa una lágrima en el recuerdo y otra en los ojos. Desde aquí te cuento la leyenda de los tres hermanos: se llevaban muy mal en vida de sus padres, al final de sus días su padre decidió transformarlos en tres inmensos montes que se ven constantemente, pero no se pueden tocar: el Moncayo - que ahora acoge nuestro espíritu -, el Ocejón - en la Sierra de Ayllón en Guadalajara - y, también en Guadalajara, el Alto Rey - con ermita en la cumbre y leyendas en su historia -.


Saben los micólogos, que la cara norte es un buen semillero de setas. Nosotros, de eso, nada sabemos.


Dicen los navarros que cuando se acerca el viajero desde Tudela, el Moncayo parece talmente la silueta de un obispo acostado, con su mitra en la cabeza y su tripuela satisfecha. De modo que cuando vengas por esa carretera, haz un alto en el camino y posa los ojos en esa estampa mientras tomas el café.


La vuelta. Breves comentarios y amplias sonrisas. La mochila, libre de alimento, vuelve llena de misterio. Junto al coche, ejercicios de relajación. Y, sin prisa, para Madrid entre el misterio de la noche dominada por la silueta del Moncayo.


Javier Agra.

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