viernes, 23 de enero de 2009

PEÑA LA CABRA

La foto, con nieve y paseantes -Peña la Cabra al fondo -, la hizo Jose. Lo más hermoso, el solaz para los ojos, el respiro en medio de la marcha, lo aporta Jose.

Te contaré punto por punto la excursión a Peña la Cabra, para que también tú puedas hacerla. De otro modo me dejaría envolver por el aroma de la mañana cuando miro la misma madrugada que entra a través de tus ojos entre el misterio y la confianza. Desde Madrid es muy sencillo: carretera de Burgos hasta superar Buitrago de Lozoya, tomas el desvío hacia Gandullas y Prádena del Rincón.

No tiene pérdida. Es como cuando amanece y, a tu lado, mi mano aún sonnolienta busca tu rostro escondido entre el sueño y el sonido del agua. Cuando en tu recuerdo y tu presencia mis pies son más ligeros y salto veloz buscando la aurora del día que despierta y sueña. Mi pensamiento aún es tu aliento y llego al desayuno con tu nombre entre las tazas y los besos.

Noventa minutos despues de arrancar el coche, llegamos al Puerto de la Puebla, con un remozado aparcamiento. Es el momento de ponerse las botas y caminar. Mientras andas te darás cuenta que el sendero es amplio como la jornada que comienza a tu lado, cuando estás viendo el día a través de sus ojos, aquellos cuyo brillo iluminaron tu pensamiento desde la primera ocasión y aún, ¡después de tantos años!, siguen siendo el mapa que apoyan el recorrido diario. Aquellos ojos que almacenan deseos compartidos y caminos paseados a cuatro manos entre el sol y el futuro.

Sin darte cuenta apenas, estás en el Cerro Portezuela, has superado la primera barrera diminuta y tierna. Aparece, lejana, Peña la Cabra como una meta certera. Porque así es el paseo de tu vida, un camino atravesando metas, puerta a puerta hasta conquistar el edificio caliente que ha construido el sol para compartir vuestras miradas y las rutas de cada jornada, unas con brillo, otras entre la bruma pálida. Ahí estais, caminado pensamiento a pensamiento cuesta arriba o en valles plácidos.

Sigues la marcha, tus pies te han llevado por las dos lomas hasta el Collado de la Tiesa. Atrás ha quedado la caseta ¿de telefonía? y la caseta-obsevatorio de la Tiesa, creo que para controlar los fuegos, pues el alcance de la vista desde allí es sublime. Apenas te has dado cuenta, la vista te ha seleccionado las lejanas montañas y las hermosuras intermedias. Has pasado despacio por los días y por las sombras, desde la altura del tiempo guardas en tu corazón las praderas más verdes y los días más azules, y ves el mar y recuerdas los manzanos, las higueras y los frutales de la infancia. ¡Miras tan lejos y recuerdas tantas madrugadas! Los pequeños ríos y las tierras pardas pasan a tu lado mientras siguen vuestras manos juntas y los ojos entornados.

Peña la Cabra a tus pies. El final, por donde quieras. Te recomiendo llegar al pinarillo que aparece en su collado y seguir el breve camino que te lleva hasta la cumbre por el sur. Las vistas desde esta altura son grandiosas: sin montañas que oculten la distancia puedes mirar hacia cualquier lugar y distinguirás los nombres de montañas cercanas y lejanas. Es como cuando miras con sus ojos, ¡siempre tiene limpia la mirada! y te vuelves a enamorar. Y descubres en su pupila la historia eterna de todos los enamorados a través de la historia. El cariño que pasa y cubre la tierra, párpado a párpado hasta que la sonrisa se hace forma en la mano y la palabra.

La vuelta: desde el Collado de la Tiesa sale un camino que llega a la carretera, cerca del aparcamiento, en un descansado paseo entre pinos. Eso es todo. Han pasado cuatro horas desde el inicio del recorrido. A ti, te parecerá que son cientos de años porque mirarás sus ojos y verás, en ellos, el pasado en forma de catedrales, de cuevas, de presente y de prehistoria; y verás en sus ojos, el futuro cuando la tierra sea más limpia y mejor repartida, cuando el aire suene a música; y verás el presente con certeza y con sosiego, porque a tu lado están siempre sus ojos, sus manos y el corazón caliente latiendo vida y pasión.
Javier Agra.

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