jueves, 29 de enero de 2009

PEÑALARA I

El sol me dio en los ojos, estábamos en la zona de Dos Hermanas. Fue entonces cuando me acordé de mi infancia, Acisa, el pueblo en el que comencé a nacer cuando las nevadas aún duraban hasta marzo y los hombres (paisanos se les llamaba) salían con las palas abriendo senderos sobre las calles de tierra - aquellos pueblos aún tardarían tiempo en conocer el asfalto - camino de la escuela y del caño, por allí pasábamos los niños a la lección, las vacas al abrevadero y todos a buscar un botijo de agua.
La nieve ocultaba nuestro paso y los carámbanos amenazaban, como espadas, desde los tejados de las casas. El ladrido de los perros quedaba detrás de las puertas y las gallinas acortaban su jornada; incluso las ovejas se quedaban algún día sin salir a la sierra y la montaña.
Hoy hemos dejado el coche en Cotos, con Munia y Pipa atadas, comenzamos nuestra marcha. Aún se nota la huella por donde pasó el telesilla, hoy lo están repoblando de plantas: la ecología va tomando cuerpo y parece lo mejor andar a pie por la montaña, sin apoyos mecánicos. En los pueblos donde comencé mi andadura sobre la tierra, no recuerdo ver coches en mi infancia, solamente los carros de lento traqueteo hacían un par de veces el camino hacia una huerta para llevar abono o acarrear la segada hasta la era.
Llegados hoy hasta las estribaciones del techo la sierra de Guadarrama se divisan inmensas, las montañas de Madrid. En los primeros días de mi infancia, todo estaba lejano, inmenso; hasta la Sierra Flares me parecía una gran montaña y los Cantones -límite del pueblo - eran como un final del mundo. Llegar a las cuevas de Barrillos era una aventura y la Ercina -dista cuatro kilómetros - estaba más allá de lo posible.
Hemos sobrepasado Dos Hermanas, enfilamos nuestros pasos hacia la gran ladera de Peñalara. La sierra está animada de montañeros, algunos pasan cerca, otros llevan diversas veredas. Recuerdo cuando tenía que ir a Cistierna, el pueblo inmenso...Tenía que ir... era cuando estaba enfermo - una de tantas veces durante mi infancia - durande ocho meses, una vez a la semana para que me viera el médico, me ponían una inyección (era cada miércoles, aún me recorre el cuerpo un escozor punzante) el resto de los días me ponía la inyección María, en el pueblo. Visto más tarde, desde el sosiego, recuerdo con agrado Cistierna con sus rutas de montaña, su vida ajetreada, inicio de diversos caminos y encuentro de poblaciones más alejadas.
Pero hoy estamos en Peñalara. El techo de Madrid, mirador de diversas provincias. Desde aquí, el horizonte se agranda. La subida es sencilla. Puedes intentarlo en primavera, en otoño al arrullo de la humedad y de las hojas, también con la nevada, incluso madrugando los calurosos días de verano. Siempre es grandioso llegar a Peñalara.
Javier Agra.

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