lunes, 23 de marzo de 2009

DESDE EL PUERTO DE LA HIRUELA


Vista de Peña La Cabra y sierra de Guadarrama desde el Tornera. Era el veintiuno de marzo, cuando apuntaba la primavera y la nieve aún tenía tienda en las cumbres.


Vista del Tornera desde el Porrejón. "¿Hasta aquella cumbre pretendes que lleguemos?"

Érase una vez un día de sol, recién inaugurada la primavera. La nieve aún cubría las cumbres y su blancura brillaba desde la distancia con magia de hadas y llamadas de cascabeles.
-" Está bien". Sentació Jose, mirando a la sierra, en una de las vueltas del paseo de nuestros perros. "Está bien, iremos. Nuestro objetivo es llegar desde el Puerto de la Hiruela hasta el Tornera".
-"Estás ambicioso, amigo mío". Respondí mirando la amplitud del mapa que proponía.

A las nueve de la mañana, somos los primeros en aparcar. Antes de comenzar el camino, nos da tiempo de saludar a los que llegan en otro vehículo. Desde aquí, no divisamos el Porrejón, cumbre que, por ella misma, podría ser suficiente para una jornada de montaña. La senda está claramente marcada bordeando el Cerro Salinero - cerca de su cumbre -, nos conduce hasta dejar atrás el Collado Salinero. "Volveremos por esta pista que ahora cruzamos". Jose me va instruyendo en la montaña y sus misterios, en sus soledades y su respiración. De este modo la montaña, que para mí, hasta hace unos años, sólo eran piedras y vegetales, hoy adquiere vida y sonrisa; empuje y caricia.

Pedimos permiso a la pendiente para llegar a su cumbre. El Porrejón, con su mejor cara, nos señala el camino de subida. Antes de dos horas, desde el inicio, estamos respirando abrazados a su vértice. Las vistas nos deslumbran, admiran y sobrecogen. Se ensancha el alma... con un dedo vamos surcando la nieve del horizonte; podemos señalar los grandes macizos que nos rodean: Jose me dice el nombre de cada montaña. Cuando llego a casa, las estudio como buen alumno y hoy, seguramente podría citarlas una a una: ¡me las ha nombrado tantas veces con el brillo en la mirada!

- ... Y, finalmente, allí está el Tornera.
- ¿Hasta aquella cumbre pretendes que lleguemos?
- Poco a poco. ¿Lo intentamos?

En la montaña todo es poco a poco, el espíritu en calma. La mirada en el horizonte hasta donde alcanza la esperanza. Para el cuerpo una onza de chocolate y un trago de agua. Para el espíritu la brisa y el sueño de la palabra. Bajo el cielo vuelan siete buitres, a nuestros pies un rebaño de ciento ochenta cabras, custodiadas por dos mastines que nos miran fijamente.

Los ojos de los perros nos han sacado del embeleso y nos centran en pensar una estrategia. Con precaución - ¡y fortuna! - estamos bajando la cuesta, hablando quedo a Pipa y Munia para que no nos comprometan; los mastines realizan bien su trabajo y nos dan escolta hasta que cerca del Collado de las Palomas, deciden que somos unos enemigos más rajados que peligrosos y, con una sonora carcajada, nos abandonan a nuestra suerte.

A partir de aquí, es posible que sigamos o acaso desfallezcan nuestras fuerzas. Bordeamos el Pinhierro, ¡que hermosa fortaleza en negro! y se ensancha la visión hacia el Collado Llano. No podemos regresar, tenemos a poco más de una hora el Tornera. La nieve aún conserva sus reservas, nuestras perras lo agradecen y le van dando besos y mordiscos, así se distraen y se refrescan.

Llegamos a la cumbre. El Tornera está lejos, desde cualquier lugar del que se acceda, por eso es poco visitado. Nosotros creemos que merece la pena; con este recorrido hemos abrazado a la mayor parte de la Sierra de la Puebla, de vistas fantásticas. Regresamos hasta el Collado de las Palomas, desde donde seguimos la pista que nos libra de diversas subidas y bajadas. En el Collado Salinero, volvemos por el camino que recorrimos esta mañana. Han pasado casi ocho horas, estamos en el coche haciendo los estiramientos.

- ¡Lo conseguimos, llegamos al Tornera!
- ¡La montaña nos da su fuerza!

Javier Agra.



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