domingo, 5 de abril de 2009

CASCADAS DEL MANZANARES

La foto, nuevamente, la aportó Jose con su pericia. Disfruta con la vista e intenta encontrar la cabra. (Si pinchas dos veces en la foto, la visión se agranda. Creo)

Hoy el sol está en todo su esplendor. El azul del cielo muestra la multiplicidad de los caminos. Vamos a dar una vuelta por la Sierra de Madrid y, al regresar, esperamos pasar por las Cascadas del Manzanares. Seguramente, durante estas jornadas de nieve y deshielo, la vista será allí un descanso y un palpitar en la misma fuerza que nos empuja más allá de nuestras humanas fuerzas. Seguramente podremos continuar la lucha ¿programada, improvisada? para que esta tierra sea más feliz para todos.

En esa propuesta andamos monte arriba, monte abajo, caminando sobre el mundo, siempre con el alma puesta en el horizonte... porque más allá de nuestra miseria... de nuestra limitación... más allá...
Desde Canto Cochino, inmediatamente después de dejar atrás Manzanares el Real, pasamos las barreras que nos conducen al aparcamiento, más allá del Collado de Quebrantaherraduras. Río arriba: seguir la pista es más cómodo, remontar la corriente por el sendero paralelo al Manzanares más "explorador". Desde cualquier sitio se observa la calma de la charca verde, el sosiego de las breves curvas por donde el cauce busca las piedras más blandas para bajar cantando desde la sierra. Primero a saltos, cuando nace en ventisquero de la Condesa, después con sonriente calma cuando llega a las lindes del valle y la montaña.
Los montañeros, o acaso simples paseantes, subimos por la pista; llegamos al puente; ascendemos la escalera de piedra que da inicio al sendero; cruzamos el Manzanares, cantando con la canción del agua, sobre el robusto puente de madera; comienza el desnivel, río arriba, bajo el sol, hasta que los pinos nos dan su abrazo fresco. No podemos pasar de los mil quinientos metros por el altímetro - artilugio que no todos los paseantes llevan encendido -. A la izquierda de nuestra marcha, entramos sobre unas peñas y allí mismo se nos cae la baba de la emoción de las cascadas.
Están, yo las he visto. ¡He aprendido a fiarme de tántas cosas que no he visto y he creído! También estába - ellas nos vieron primero - un rebaño de cabras, que nos miraban diciendo: "nosotras las vimos antes, engreídos". Las respetamos, a las cascadas y a las cabras, también a las lagartijas y a los pinos. Así formamos parte de la respiración pausada de la tierra.
Javier Agra.


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