martes, 7 de julio de 2009

DE RÍO MOROS AL OSO

Munia y Pipa parecen agradecer al montañero-fotógrafo que inmortalice el momento de los cuatro descansando en la Cumbre del Oso. Hoy no llegaremos a la Pinareja, que es la otra cumbre de la Mujer Muerta. Un respiro y nos iremos a comer.


Un sosiego en el camino. Estamos entre las peñas del Pico Pasapán. Detrás Apretura y al fondo, el Oso.

Esta vez, sí lo conseguimos.

Es necesario insistir, el esfuerzo permanente que dice el budismo. La virtud de la constancia, que dice el cristianismo y, culturalmente, todo el occidente. Algo que es tan obvio, pienso que es uno de los fallos más notorios de la educación que estamos transmitiendo en las últimas décadas.

Observo que estamos confundiendo lo sencillo, lo simple de la tierra y de la vida: necesitar poco y lo poco necesario, necesitarlo pocas veces - esta reflexión es de algún santo - y saber que somos parte del todo que formamos con la tierra y la naturaleza; estamos a punto de confundirlo, digo, con la comodidad de lo fácil; de modo que solamente aspiramos a adquirir comodidad y así nuestro espíritu se reblandece poco a poco hasta que el miedo se apodera de nuestro corazón y estamos haciendo una sociedad pusilánime y sin ánimo emprendedor.

Aprendí en una de las múltiples leyendas de los Andes que el origen del mal en el mundo es, precisamente, el desaliento. Todo lo podemos emprender desde la esperanza y el ánimo: pero el desaliento nos seca el corazón y nos paraliza la voluntad.

Esta vez, sí lo conseguimos. Llegamos al Oso desde el río Moros. Para variar el anterior intento, caminamos algunos kilómetros por la pista junto al cauce - sosiego y trinos - para deleite de Pipa y Munia - corretean del agua a la pradera - que disfrutan con lo que la naturaleza les regala. Allí los pinos - hermanos nuestros - nos saludan desde la quietud silenciosa. Cuatro kilómetros más allá, arranca sierra arriba el arroyo de los Horcajos que será nuestro guía durante un largo trecho entre el bosque y las praderas.

Hemos dejado bajo nuestro caminar, los pinares y las retamas. Por una pista, bien trazada - esta vez sin la abundosa nevada de hace semanas - coronamos las verdes praderas del puerto de Pasapán - ahora florecido en colores y vida exuberante; acaso para hacer honor al recuerdo griego de su nombre allí "todo" es vida, armonía, esperanza, luz -. Ha variado la vegetación, el espectáculo es más amplio: a un lado Madrid, Segovia al otro lado, Ávila en la distancia y el mundo en el corazón. En esos pensamientos andamos cuando nuestras perras nos comunican que hemos dejado atrás el pico Pasapán y ya estamos entre las peñas de la Apretura.

De aquí al Oso ya es un momento. En la montaña, todo es un momento, más o menos largo, pero todo pertenece al mismo momento; desde el inicio hasta el final todo es un momento único y continuado ¿de siete horas? ¿de ochenta y siete años? Es igual, el nacer y el morir, forma parte del mismo momento que es la vida ¿momento infinito y resucitado?

¡Anda la Osa! La expresión, además de la acepción de la felicidad de llegar, tiene la variante de que el oso, acaso sea osa, pues al lado de la escultura que lleva muchos años, ahora sonríe un osezno feliz con los brazos extendidos para acoger a los montañeros que llegamos, acaso cansados, pero siempre animados y esperanzados.
En la cumbre se produce el encuentro con otros grupos: los que han ido más deprisa y nos han pasado por el camino, los que han llegado desde otros lugares, los que llegan por primera vez, los que recuerdan otras cumbres. La cumbre es un premio para todos los esfuerzos.
Javier Agra.

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