miércoles, 15 de julio de 2009

PEÑÍSCOLA DEL PAPA LUNA

Desde el Castillo, Benedicto XIII - el Papa Luna - escudriña el horizonte y reza por su pueblo.

Por el lejano horizonte las sombras van reduciendo el mar, le ponen límite las estrellas con sus primeros acordes de lumbre. El papa Luna, asomado desde la amplia plazoleta, dirige hacia Roma su pensamiento y sabe que no es hereje: "yo soy el verdadero papa", "veintiún cardenales estaban conmigo, solamente uno no me votó" "todos saben que Bonifacio IX, quien ocupa ahora la sede romana, fue impuesto y no elegido libremente" "yo soy el papa verdadero".

El cisma de Occidente comenzó a la muerte de Gregorio XI. Avinón eligió a Pedro Martínez de Luna. Roma tenía su papa, impuesto en una algarada. El papa Luna coincidió además, durante breves años, con el papa con sede en Pisa. De este modo, los cristianos en Europa andaban consternados, asustados, sin saber hacia dónde poner la obediencia de su esperanza. El concilio de Constanza eligió a Martín V el once de noviembre de mil cuatrocientos diecisiete y exigió la renuncia de Benedicto XIII (el papa Luna); éste defendió, con firmeza, su verdad hasta su muerte en mil cuatrocientos veintitrés: tenía noventa y seis años. Sus cardenales nombraron sucesor a Gil Sánchez Muñoz, quien abdicó seis años más tarde. Así en mil cuatrocientos veintinueve se cerraba un cisma que había comenzado en mil trescientos setenta y ocho.

Pedro Martínez de Luna, zaragozano de Illueca había nacido en mil trescientos veintiocho. Con cuarenta y siete años le nombraron cardenal de Aviñón y sucedió como papa a Clemente VII en mil trescientos noventa y cuatro. Desde mil cuatrocientos once, hasta su muerte, llevó su sede al inexpugnable castillo de Peñíscola, donde vivió sus últimos trece años, convencido de su verdad: "yo soy el verdadero papa" - dicen que desde entonces tenemos la expresión "seguir en sus trece", para cuando alguien machaconamente defiende alguna cosa.

¿Pedro de Luna tenía la verdad? ¿La tenía, años más tarde Martín Lutero? ¿La tiene el obispo de Roma? ¿La teología de la liberación? La verdad viaja por el mundo en una cesta de mimbre y en todas partes va sembrando granos de luz y semillas de esperanza. La verdad son las manos cálidas que ofrecen el pan caliente; los dedos que atan los cordones de las zapatillas para caminar; el silencio de unos labios que sonríen al mirar; los ojos húmedos de tanto esperar horizontes; el corazón que late en los encuentros; las manos que cuidan de la tierra y manejan barcas en el mar. La verdad es tu nombre, tus pasos y tu palpitar.

En el castillo templario de Peñíscola, también está la iglesia - hasta hace pocos años templo de culto cristiano, hoy solamente lugar de sosiego y descanso -. Capilla de planta rectangular con diversos símbolos y mezclas de colores de los templarios: lo oscuro y lo claro; negro de la guerra, blanco de la paz y rojo del esfuerzo y la sangre. Dos ventanales coronan la capilla, con forma de ataúd - para recordar nuestro paso de esta vida a la resurrección eterna -; uno dedicado a la Asunción; el otro a los tres reyes magos que expresan y recuerdan las tres grandes religiones del libro: judíos, cristianos, musulmanes.

Y las vistas... colores y magia llenan el espíritu en la dirección que mira el viajero. El mar y la tierra se funden desde el sosiego. La naturaleza y la vida se mezclan en una verdad sin tiempo. Llega el atardecer en el castillo y, acaso, puedas tener una audiencia con el papa Pedro de Luna y pasear despacio por las azoteas del castillo entre los susurros del aire y el goteo de los aljibes.

Javier Agra.

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