sábado, 29 de agosto de 2009

PEÑA TELERA (II)

Jose y este escritor de recuerdos y sueños, habíamos pasado la mañana en la reserva natural de Lacuniacha - dicen que debe su nombre a una primitiva laguna que estaba asentada en esa parte del monte; el tiempo y las gentes se encargaron de ir variando el vocablo, lo mismo que varían tantos asuntos de la vida; vino a quedarse con ese mágico nombre; eso dicen -. Pretendíamos caminar unas horas antes de emprender la aventura del Telera. Desde allí conseguimos esta fotografía, para ir colocando en nuestro espíritu el hermoso paraje del día siguiente. Hicimos más fotos; pero el espacio, igual que el tiempo, son categorías limitadas... seguramente nuestra vida esté más allá de esas categorías sin las que nos resulta difícil coordinar el pensamiento... Seguramente nuestra vida está incluso más allá de esas montañas soñadas y, solamente en breves ocasiones, visitadas.

Por la tarde llegamos al Refugio del Telera - momento que perpetuó Jose en esta instantánea que aquí adjunto -. Es verdad que el deseo de los humanos es la perpetuación de la existencia, más allá incluso de estos limitados refugios que nos dan cobijo por un tiempo más o menos breve. En esas dudas se mueven nuestros pasos mientras vamos escalando las montañas de la vida, con más o menos acierto. Y vamos haciendo etapas... y vamos poniendo la tienda en diversos paisajes... y vamos deseosos de encontrar nuestra cumbre... paso a paso más allá de la estrechez de nuestros diminutos valles.

Después vendría la ascensión al Telera. Bella subida para el disfrute del espíritu - que hace olvidar el sudor del cuerpo, el fuego de la respiración, las goteras que empapan los ojos y la boca - donde el mundo se hace eterno en cada matojo y en cada nueva pisada. A veces la ascensión se muda en asunción, pues nos necesitamos unos a otros y nos tenemos que dar la mano para ir juntos hacia la voluntad de ser más personas, como en este pedregal en que estamos metidos Jose y yo antes de coronar el Collado de Cabichirizas. Nos tenemos que asumir el uno al otro, pasarnos los ánimos y el ritmo, mientras el esfuerzo nos impide la palabra: trescientos sesenta y cinco metros de respiración compartida con las nubes bajo el cielo y con la piedra bajo nuestras pisadas. Llamemos pues, asunción, a nuestra ascensión: pero llegamos. Y superamos el paso horizontal y los trepes y todas las dificultades.



Y aquí estamos, contemplando los edelweiss. (La foto es distinta del anterior escrito, puedes jugar amigo lector, a buscar las diferencias). Lo mejor sería que aquí, de nuevo hiciera silencio y contemplara. Silencio. La vida se me hace ruido en las quebradas del cerebro y no es fácil regresar al llanto de la infancia, al silencio de la noche estrellada. Silencio. La respiración de los edelweiss y el rumor de una fuente de agua. Silencio.



Silencio. La cumbre aguarda. Como espera el mar a las serenas aguas, igual que espera al caudaloso río y al ruidoso torrente y a las gotas de lluvia y al vapor sofocado. La cumbre aguarda. Silencio. Asciende y calla.

Javier Agra.


jueves, 27 de agosto de 2009

PEÑA TELERA (I)


Muchos montañeros comienzan la ascensión desde Lacuniacha - hermosa área de interpretación de la naturaleza, con animales en mayor libertad que un zoo convencional, donde también se puede ver una gran profusión de vegetación -. Nosotros, que habíamos guardado en nuestras retinas esta imagen de la Corona del Mallo, Cabichirizas o Peña Parda y Peña Telera desde el pueblo de Piedrafita, pensamos que sería más prudente hacer una noche en el refugio Telera. Allí nos fuimos al caer el sol, con la mochila y su desmesurado peso, pues a la alimentación de la subida añadimos la cena y el desayuno.
La noche en el refugio es de ensueño. Las vacas se había ido y llegaron los franceses - éstos absolutamente pacíficos, sin otras guerras que recorrer el Pirineo -. Con el grupo de cinco jóvenes compartimos una velada de estrellas bajo el cielo y lumbre en el interior del refugio. Dormir sobre la piedra no es tan reconfortante, pero así nos encontró la claridad de la aurora.
Con sigilo comenzamos a caminar.
El cercano ibón - con muro para retención del agua - da paso a la ascensión inminente. Breve roquedal, verdes pinos y los primeros rayos del sol antes de ponernos la crema protectora y ascender por un sosegado prado que termina, abruptamente y sin concesiones en un ascenso de trecientos sesenta y cinco metros de piedra suelta.
Allí comenzó nuestra agonía. Allí las pisadas sin final se multiplican. Paso a paso y el pie que retrocede. Nuevo esfuerzo. Corre el tiempo en el mundo de los relojes y nunca llega el collado donde terminará ¡quién sabe cuándo! este penar lastimoso de piedra suelta. Miramos hacia el horizonte: descubrimos, trecho a trecho, nuevos picos a los que ponemos nombre. Miramos hacia la cumbre: Allá arriba está la cima del Telera ¿llegaremos? ¿alcanzaremos el collado ahora oculto por el mismo desnivel que estamos superando?
Arriba. Unos pasos más y llegamos al Collado de Cabichirizas. Unos metros, muy pocos antes de llegar, es mejor tomar el sendero de la derecha hacia el Collado; su salida es segura. Al regresar coincidimos, los dos montañeros, en que estos trescientos sesenta y cinco metros son la mayor defensa que opone la ascensión a Peña Telera.
Desde aquí, la subida se hace vivamente divertida. Entramos en el paso horizontal que bordea el Cabichirizas o Peña Parda. Es un paso expuesto pero solazado; con cuidado ¡siempre es necesario ser cuidadosos con la montaña! La vista y el gusto por la vida ganan en armonía melodiosa; desde este silencio participamos en una composición musical sin límtes; desde estos pasos podrían nacer libros de la poesía más pura; estamos en la montaña inmensa y en las entrañas mismas del llanto; lo sublime se hace respiración y latido.


Aquí dejo una foto del paso horizontal, que sacó Jose - como todas - mientras accedíamos desde el Collado de Cabichirizas.
Así, soñando infinitos, nos hemos metido en la zona de trepe. Otra variación que hace la marcha divertida y creadora. Dos pasos de primer grado y salimos a nuestra izquierda, una señal del camino nos lo indica. Hacia arriba, siempre el límite está más arriba. Llegamos al siguiente collado, con un pequeño valle y, aún sima, donde la piedra suelta parece ser el único habitante. Continuamos hacia la cumbre por un sendero que sale a la derecha.
En este tramo del camino guardamos silencio. Ahora canta la naturaleza. Escondidas, en pequeños y escasos manojos, hemos descubierto edelweiss. Yo nunca los había visto. Nos paramos y respiramos al mismo tiempo que la flor del enamorado Pirineo.



La cumbre. Peña Telera nos asoma a una inmensidad de paisaje y mundo sin fronteras. Peña Telera, la cumbre que tiene mil variantes en el sentimiento del montañero, la cumbre que es resumen del misterio. Aquí está Jose, en la cumbre, - semblante victorioso - abrazado al vértice geodésico.

Javier Agra.

martes, 25 de agosto de 2009

PEÑA COLLARADA (II)


Llegar a la cumbre.
Han pasado seis horas, siempre esperando este momento. Y antes, varios meses soñando este instante. Sin embargo, cada paso en nuestro ascenso es hermoso por él mismo, un paso más arriba va dejando la desgana y el abatimiento a nuestra espalda. Arriba la recompensa: vista inmensa del Pirineo. Reconozco el Vignemale, la Pala de Bucuesa, el Ibón de Ip. Y tantos nombres que hacen de esta tierra una inmensa cumbre, un eterno valle, un surtidor de aguas. Todo, desde la altura, está más cercano y se acaricia con la mano. Han desaparecido las fronteras: el aire pasa libre entre el vuelo de las águilas.

He aprendido los nombres de las montañas de la mano de Jose, mi padre montañero: desde la papilla del Guadarrama hasta el cocido del Pirineo, todos los nombres son suyos y suyos todos los senderos. Siguiendo la punta de sus dedos he visto la inmensidad de la montaña y la ternura del cielo. A lo lejos, en otra dirección siempre desde la cumbre, se levantan desde el Bisaurín hasta el Anie sobre la tierra verde y parda, más allá de las selvas y las torrenteras.
Es muy grande la montaña del Collarada. Dentro de ella caben cuevas inóspitas e inexploradas, junto a otras preparadas para el turismo. Nosotros visitamos la de las Güixas con sus espeleotemas calizos. Dicen que por una de sus bocas entraban las brujas en sus vuelos para los aquelarres secretos en las noches de tormenta.

Me vienen al recuerdo - o acaso sueño - otras cuevas que he recorrido en mis años de sosiego e impaciencia. Y siempre saludo, cuando el sol deja paso a la tiniebla de los túneles bajo la tierra, a mi padre y aquellos mineros del carbón que veía siempre en tonos negros cuando se ponía el sol. Recuerdo - o acaso sueño - aquellas minas de las montañas viejas de León, en las que el tiempo se interrumpía cada otoño para impedir a los mineros volver a ver el sol hasta avanzada la siguiente primavera. Recuerdo - o acaso sueño - que una vez al año, allá por septiembre, llegábamos las familias de los mineros a cargar un carro de carbón por gentileza de los dueños de las minas. Recuerdo - o acaso sueño - ... pero esa es otra historia.
El Collarada debe su nombre, dicen, a que está rodeado, donde arranca la mole rocosa de su cumbre, de un collar de majestuosa elegancia. Tal parece desde lejos y aún desde más cerca. Sobre estas líneas, una foto tomada desde el Llano de la Fuente. Hemos de superar este circo de piedra y ascender algo más de cuatrocientos metros. ¡No importa el tiempo! El Collarada espera. Entre luces y sombras, con múltiples colores, el Collarada espera. ¿Esta foto - medito - es del Collarada o está tomada de la vida?
La bajada, en la zona rocosa también tiene su entretenimiento. La montaña ya no emplea su fuerza para frenar las pisadas y nos deja deslizarnos sin freno. ¡Ahora si te rompes la cerviz, es cosa tuya! - parece decir en cada resbalón de la piedra suelta. Luego, cuando lleguemos de nuevo al refugio de la Trapa, nos comeremos el final de los cereales con el último trago de agua, a la sombra del pino que regenta una mesa con asientos y los cede, gratuitamente, a quienes vuelven de abrazar la cresta del Collarada.
Javier Agra.


domingo, 23 de agosto de 2009

PEÑA COLLARADA (I)

¡Ya hemos llegado! ¿Dónde está la fatiga? En la cumbre nos acompaña la esperanza. ¡Que guapo se ve, al fondo, el Midí d'Ossau!



Más allá de la piedra suelta y sus soledades, brilla el Collarada. ¡Mira a la cumbre y camina!


Vista del Collarada desde Villanúa. ¡Inmenso Collarada, tu abrazo nos unirá a toda la tierra!

El viaje al Pirineo dos mil nueve comienza con el sol cálido entre breves suspiros del aíre. Estamos en las tierras de Aragón respirando el Collarada. Mañana, cuando la luna prepare el equipaje para irse, nosotros cargaremos la mochila para comenzar el ascenso al Collarada.
Hemos sacado con antelación el permiso del Ayuntamiento de Villanúa, para transitar por la pista del Collarada. Hasta las ocho no nos permiten entrar, por eso hemos previsto desayunar ante la barrera, para arrancar, pista adelante, cuando sea la hora: el colacao reciente y la fruta cálida nos dan entusiasmo en el inicio. La pista tiene el suelo complicado para el coche. Lentamente llegados al refugio de la Espata, en los llanos de Güeys. Mientras nos calzamos las botas nos asombramos de la hermosura que nos rodea - el Pirineo es asombro y sudor, belleza y montaña -.
A pie continuamos por la pista, los pinos caminan a nuestro lado - ahora un poco más despacio que cuando viajábamos con el coche - y nos van contando las novedades de la noche. Un corzo pasó corriendo; en este prado las vacas se mostraron más inquietas, acaso por el constante trasiego de las águilas que esta noche se dieron un festín especial con no se qué animal muerto; el rocío hizo estornudar a una marmota y todas explosionaron en carcajadas; el resto fue silencio, noche tranquila y pausada, hasta que entrásteis los humanos. Seguramente por eso, para no romper el misterio de los pinos y la noche en el Pirineo, Jose y yo caminamos en silencio hasta el refugio y fuente de la Trapa.
En este punto comienza la subida. El camino es claro, prado arriba, hasta que nos mete en una senda de medio trepe donde es mejor fijarse en las señales blancas y amarillas, que enseguida nos sacan del canal por su derecha. Es mejor fijarse en las señales, en la montaña y en la vida; mirar el conjunto y observar, paso paso en la distancia; yo, que caminaba sin otro rumbo que la cima, seguí el corte tubo arriba y salí por cualquier parte entre arañazos y peligros. Es mejor fijarse en las señales, por eso Jose llegó por el camino sensato - y con él los tres franceses con quienes coincidiríamos en otros momentos de la subida - hasta que nos reencontramos pasados los farallones de piedra, en medio de otro plácido paseo de prados - cerca ya del maltrecho refugio del Trapal - hasta el Llano de la Fuente, con la charca seca de Los Campanales.
¡Qué grandiosa amplitud tiene la montaña del Collarada! Pasados los anteriores farallones se ve su cumbre, lejana y solemne; inmensa y potente; a nuestro alrededor todo es montaña y prado verde, todo pertenece a la cumbre lejana del Collarada. Nuestro esfuerzo y nuestro paso lo agigantan. Ahora, sentados sobre un roca en el Llano de la Fuente, dudamos si fueron las horas que llevamos caminando o acaso sea que la cumbre ha bajado, poco a poco, hasta nosotros.
A esta altura, somos varios los grupos de visitantes. Unos entran en el pedregal por la derecha, otros por la izquierda. Es el momento de la verdad. Lumbre en el cielo y piedra bajo nuestro caminar. Ahora es momento de apagar los relojes, el caminar será más lento y es mejor no medir el tiempo en segundos: ahora el tiempo lo marca la lentitud de la constancia, cada paso y cada respiración es un brillo de esperanza. Camino... me siento... avanzo... respiro... sigo y miro al cielo... sudor y pasos... La sima allá abajo, más arriba las hermosas cumbres de los Campanales... si en Italia están felices de sus campaniles, nosotros tenemos la música asombrada de los Campanales... que nos empuja... otro paso...
Terminamos el pedregal. Tocan los últimos ochenta metros de chimenea y trepe. Mezcla de piedra y uñas nos permiten llegar a la cumbre: dos mil ochocientos ochenta y tres metros de altitud son una atalaya de visión inmensa, el horizonte se agranda, hasta las montañas del Pirineo son traslúcidas y vemos más allá, sobre otras cimas; palpitaciones de muchos corazones sobre las cumbres lejanas llenan el futuro de risas y triunfo. Paso a paso hemos alcanzado un desnivel de mil doscientos metros, todos pertenecen a la tierra y al esfuerzo.
Cuando volvemos al coche han pasado doce horas en los relojes de la tierra. Pero ha pasado una vida y sus ilusiones en nuestros corazones.
Javier Agra.

martes, 4 de agosto de 2009

MESA DE LOS TRES REYES

En la Cumbre de la Mesa de los Tres Reyes, abrazamos la escultura de San Francisaco Javier. Está caída con una inmensa roca, fortaleza del tiempo y esperanza de la historia.
Los gnomos del hayedo se han llevado a los ciervos de la noche dejando senderos de rocío. Desperezan los pájaros entre los colores de la aurora del Pirineo. En el refugio de Linza suenan los primeros pasos de los que enseguida seremos montañeros, hoy nos hemos levantado los primeros - ahora que están deseando terminar su jornada los trabajadores de la noche; cuando los panaderos han amasado una buena cantidad de harina y levadura; los mineros dan inquietos las últimas vueltas en su cama; los estudiantes vuelven de fiesta... ¿acaso solamente los humanos vivimos sin horario? ¿acaso damos la espalda a la naturaleza? -.
El desayuno compartido llega a su fin. La mochila. Los buenos deseos y el camino que comienza bajo nuestros pies. Esta mañana el cielo se ha puesto su traje azul. ¡Cómo nos gusta el azul pintado de rosicler al comenzar la marcha! Salimos hacia La Mesa de los Tres Reyes: cuatro mochilas, cuatro bastones, cuatro sonrisas y cuatro latidos, puntos cardinales de una misma ilusión. En el recuerdo el torrente de agua y la niebla intransitable del anterior verano, cuando pudimos conversar con el espíritu de los Tres Reyes y no vimos la cumbre de su mesa.
Junio amanece en verde y azul; el brillo de las vacas y el espejo de las rocas nos acompañan monte arriba hasta los primeros neveros cuando bordeamos la loma del Sobrante; monte arriba, lumbre y sudor nuestras espaldas, el aire se enfurece - imposible intentar sujetar la gorra sobre la cabeza -; monte arriba, baile de prados y hierbas - ¿cómo consiguen mantener las aves el rumbo de su vuelo? -.
El Collado de Linza nos muestra la majestad de los Tres Reyes, allá lejos, entre nieblas y con mechones blancos de nieve nueva y antigua. Allá lejos caminaremos - si el vendaval nos da una tregua -. ¡Se distingue tan bien la Mesa y pegado a él está sereno el Pico Table!, el Petrechema...

Los cuatro expedicionarios, una vez en la cumbre, también contemplamos la maqueta del Castillo de Javier.
Una suave bajada nos ha metido de lleno en la Hoya Solana, aquí tendremos para caminar un buen trecho. Amaina el viento, la mañana se hace cálido sol; otros montañeros nos pasan y nosotros, viento a proa, los ojos fijos en la meta; llegan las nubes y conversamos con ellas:
- ¿Estáis de paso?
- Más tarde lo sabréis.
- ¿Traéis agua?
- Nuestra capa es blanca y riñe con el viento.
Acertijos para entretener el espíritu activo y ahuyentar la fatiga mientras nos sentamos a beber de la cantimplora y a comer una barrita energética. Han pasado varias horas. Nos admiramos de las formaciones cársticas por las que pasamos al salir, por un remonte calizo, de la Hoya Solana un rato antes de llegar al Collado de Budogia.
La nieve ha tomado al asalto lo que acaso en otra época fueron caminos pausados; largas lenguas de nieve han ido haciendo casa año tras año y a nosotros, viajeros ocasionales, nos desplaza por un camino de rocas muy poco señalado; la niebla se acerca, con su capa fría, a saludarnos. Los cuatro montañeros nos miramos serios:
- Opone resistencia la montaña: feroz viento; amplios caminos en nieve; niebla áspera; ¿que otras armas guarda la montaña? - pregunta Jose.
- No hemos venido desde Valladolid para retirarnos por semejantes bravatas - sentencia Jose (el que viene a acompañarnos desde Valladolid)
- Quiero peinar la cabellera de la montaña - añade Elisa, valiente y decidida.
Y yo musito un verso de Machado para no tener que sentir el frio en mis pestañas.
¿Quien piensa en una retirada? ¡Vamos, siempre hacia la cumbre más alta!
¡Por aquííí...! ¡Subid por aquí! Tres montañeros están atacando la cumbre y nos señalan el camino más acertado. Arriba, sobre la roca más alta, respiramos emoción acompasados a las cumbres cercanas. Parabienes mutuos, saludos compartidos con otros montañeros, la felicidad explota en hurras de conquista. Hoy somos más espíritu y más tierra, más agua y vegetal, somos momento y eternidad.


Desde el Collado de Linza divisamos, por primera vez, la Mesa de los Tres Reyes en toda su inmensidad. A su lado, el Pico Table.
La vuelta. Sonrisa y calma. Muy pronto una parada para la comida. A nuestro lado se posan los pájaros: han aprendido que cuando nos levantemos queda para ellos un alimento no trabajado. Entendemos su propuesta y dejamos migas de nuestros panes, para ser parte de la tierra conviene compartir con la tierra.
El sol regresa a visitarnos, nos acompañará toda la vuelta, cuando estamos terminando los neveros al otro lado de la zona cárstica previos a la Hoya Solana. El tejado del refugio. La ducha y la ropa limpia. Hoy hemos saludado, con tiempo y con recogimiento, a la Mesa de los Tres Reyes.
Javier Agra.