martes, 4 de agosto de 2009

MESA DE LOS TRES REYES

En la Cumbre de la Mesa de los Tres Reyes, abrazamos la escultura de San Francisaco Javier. Está caída con una inmensa roca, fortaleza del tiempo y esperanza de la historia.
Los gnomos del hayedo se han llevado a los ciervos de la noche dejando senderos de rocío. Desperezan los pájaros entre los colores de la aurora del Pirineo. En el refugio de Linza suenan los primeros pasos de los que enseguida seremos montañeros, hoy nos hemos levantado los primeros - ahora que están deseando terminar su jornada los trabajadores de la noche; cuando los panaderos han amasado una buena cantidad de harina y levadura; los mineros dan inquietos las últimas vueltas en su cama; los estudiantes vuelven de fiesta... ¿acaso solamente los humanos vivimos sin horario? ¿acaso damos la espalda a la naturaleza? -.
El desayuno compartido llega a su fin. La mochila. Los buenos deseos y el camino que comienza bajo nuestros pies. Esta mañana el cielo se ha puesto su traje azul. ¡Cómo nos gusta el azul pintado de rosicler al comenzar la marcha! Salimos hacia La Mesa de los Tres Reyes: cuatro mochilas, cuatro bastones, cuatro sonrisas y cuatro latidos, puntos cardinales de una misma ilusión. En el recuerdo el torrente de agua y la niebla intransitable del anterior verano, cuando pudimos conversar con el espíritu de los Tres Reyes y no vimos la cumbre de su mesa.
Junio amanece en verde y azul; el brillo de las vacas y el espejo de las rocas nos acompañan monte arriba hasta los primeros neveros cuando bordeamos la loma del Sobrante; monte arriba, lumbre y sudor nuestras espaldas, el aire se enfurece - imposible intentar sujetar la gorra sobre la cabeza -; monte arriba, baile de prados y hierbas - ¿cómo consiguen mantener las aves el rumbo de su vuelo? -.
El Collado de Linza nos muestra la majestad de los Tres Reyes, allá lejos, entre nieblas y con mechones blancos de nieve nueva y antigua. Allá lejos caminaremos - si el vendaval nos da una tregua -. ¡Se distingue tan bien la Mesa y pegado a él está sereno el Pico Table!, el Petrechema...

Los cuatro expedicionarios, una vez en la cumbre, también contemplamos la maqueta del Castillo de Javier.
Una suave bajada nos ha metido de lleno en la Hoya Solana, aquí tendremos para caminar un buen trecho. Amaina el viento, la mañana se hace cálido sol; otros montañeros nos pasan y nosotros, viento a proa, los ojos fijos en la meta; llegan las nubes y conversamos con ellas:
- ¿Estáis de paso?
- Más tarde lo sabréis.
- ¿Traéis agua?
- Nuestra capa es blanca y riñe con el viento.
Acertijos para entretener el espíritu activo y ahuyentar la fatiga mientras nos sentamos a beber de la cantimplora y a comer una barrita energética. Han pasado varias horas. Nos admiramos de las formaciones cársticas por las que pasamos al salir, por un remonte calizo, de la Hoya Solana un rato antes de llegar al Collado de Budogia.
La nieve ha tomado al asalto lo que acaso en otra época fueron caminos pausados; largas lenguas de nieve han ido haciendo casa año tras año y a nosotros, viajeros ocasionales, nos desplaza por un camino de rocas muy poco señalado; la niebla se acerca, con su capa fría, a saludarnos. Los cuatro montañeros nos miramos serios:
- Opone resistencia la montaña: feroz viento; amplios caminos en nieve; niebla áspera; ¿que otras armas guarda la montaña? - pregunta Jose.
- No hemos venido desde Valladolid para retirarnos por semejantes bravatas - sentencia Jose (el que viene a acompañarnos desde Valladolid)
- Quiero peinar la cabellera de la montaña - añade Elisa, valiente y decidida.
Y yo musito un verso de Machado para no tener que sentir el frio en mis pestañas.
¿Quien piensa en una retirada? ¡Vamos, siempre hacia la cumbre más alta!
¡Por aquííí...! ¡Subid por aquí! Tres montañeros están atacando la cumbre y nos señalan el camino más acertado. Arriba, sobre la roca más alta, respiramos emoción acompasados a las cumbres cercanas. Parabienes mutuos, saludos compartidos con otros montañeros, la felicidad explota en hurras de conquista. Hoy somos más espíritu y más tierra, más agua y vegetal, somos momento y eternidad.


Desde el Collado de Linza divisamos, por primera vez, la Mesa de los Tres Reyes en toda su inmensidad. A su lado, el Pico Table.
La vuelta. Sonrisa y calma. Muy pronto una parada para la comida. A nuestro lado se posan los pájaros: han aprendido que cuando nos levantemos queda para ellos un alimento no trabajado. Entendemos su propuesta y dejamos migas de nuestros panes, para ser parte de la tierra conviene compartir con la tierra.
El sol regresa a visitarnos, nos acompañará toda la vuelta, cuando estamos terminando los neveros al otro lado de la zona cárstica previos a la Hoya Solana. El tejado del refugio. La ducha y la ropa limpia. Hoy hemos saludado, con tiempo y con recogimiento, a la Mesa de los Tres Reyes.
Javier Agra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario