martes, 25 de agosto de 2009

PEÑA COLLARADA (II)


Llegar a la cumbre.
Han pasado seis horas, siempre esperando este momento. Y antes, varios meses soñando este instante. Sin embargo, cada paso en nuestro ascenso es hermoso por él mismo, un paso más arriba va dejando la desgana y el abatimiento a nuestra espalda. Arriba la recompensa: vista inmensa del Pirineo. Reconozco el Vignemale, la Pala de Bucuesa, el Ibón de Ip. Y tantos nombres que hacen de esta tierra una inmensa cumbre, un eterno valle, un surtidor de aguas. Todo, desde la altura, está más cercano y se acaricia con la mano. Han desaparecido las fronteras: el aire pasa libre entre el vuelo de las águilas.

He aprendido los nombres de las montañas de la mano de Jose, mi padre montañero: desde la papilla del Guadarrama hasta el cocido del Pirineo, todos los nombres son suyos y suyos todos los senderos. Siguiendo la punta de sus dedos he visto la inmensidad de la montaña y la ternura del cielo. A lo lejos, en otra dirección siempre desde la cumbre, se levantan desde el Bisaurín hasta el Anie sobre la tierra verde y parda, más allá de las selvas y las torrenteras.
Es muy grande la montaña del Collarada. Dentro de ella caben cuevas inóspitas e inexploradas, junto a otras preparadas para el turismo. Nosotros visitamos la de las Güixas con sus espeleotemas calizos. Dicen que por una de sus bocas entraban las brujas en sus vuelos para los aquelarres secretos en las noches de tormenta.

Me vienen al recuerdo - o acaso sueño - otras cuevas que he recorrido en mis años de sosiego e impaciencia. Y siempre saludo, cuando el sol deja paso a la tiniebla de los túneles bajo la tierra, a mi padre y aquellos mineros del carbón que veía siempre en tonos negros cuando se ponía el sol. Recuerdo - o acaso sueño - aquellas minas de las montañas viejas de León, en las que el tiempo se interrumpía cada otoño para impedir a los mineros volver a ver el sol hasta avanzada la siguiente primavera. Recuerdo - o acaso sueño - que una vez al año, allá por septiembre, llegábamos las familias de los mineros a cargar un carro de carbón por gentileza de los dueños de las minas. Recuerdo - o acaso sueño - ... pero esa es otra historia.
El Collarada debe su nombre, dicen, a que está rodeado, donde arranca la mole rocosa de su cumbre, de un collar de majestuosa elegancia. Tal parece desde lejos y aún desde más cerca. Sobre estas líneas, una foto tomada desde el Llano de la Fuente. Hemos de superar este circo de piedra y ascender algo más de cuatrocientos metros. ¡No importa el tiempo! El Collarada espera. Entre luces y sombras, con múltiples colores, el Collarada espera. ¿Esta foto - medito - es del Collarada o está tomada de la vida?
La bajada, en la zona rocosa también tiene su entretenimiento. La montaña ya no emplea su fuerza para frenar las pisadas y nos deja deslizarnos sin freno. ¡Ahora si te rompes la cerviz, es cosa tuya! - parece decir en cada resbalón de la piedra suelta. Luego, cuando lleguemos de nuevo al refugio de la Trapa, nos comeremos el final de los cereales con el último trago de agua, a la sombra del pino que regenta una mesa con asientos y los cede, gratuitamente, a quienes vuelven de abrazar la cresta del Collarada.
Javier Agra.


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