domingo, 20 de diciembre de 2009

PIPA, recuerdos (I)

Ahora que mi vida avanza hacia su cumbre, allí donde las nieves brillan perpetuamente y donde me podré bañar con todo el placer de las mañanas de primavera, sin tener que romper los hielos que cubren de cristal los arroyos de los prados; cuando los palos más gordos resisten la fuerza de la embestida de mis dientes, en los descansos sosegados bajo los chopos del parque, después de seguir, metida en mis pensamientos, los paseos de los humanos; a esta edad en que he visto amanecer con sol y brillo y también cuando en las madrugadas de invierno, he despertado a la gente de mi casa con lengüetazos justo antes de que sonara su despertador. Ahora, digo, quiero escribir en breves jornadas los recuerdos, de mis largos días.



Aquel sábado uno de julio, cuando yo nacía entre once hermanos hijos de Afra y Noel en el bullicio de la residencia de perros de la ONCE en Boadilla del Monte, recuerdo que los delegados de veintiún países del mundo daban un respaldo de colaboración internacional a la Paz, en Colombia; el que entonces era el papa de la Iglesia católica, Juan Pablo II, recibió en el Vaticano a una multitud de peregrinos en el día consagrado por la piedad cristiana a la meditación sobre la sangre de Cristo, precio y prenda de vida eterna; conocimos que el veinticinco por ciento de las declaraciones de la renta en España salían a devolver dinero.

Día venturoso. Aún puedo saborear, en mi memoria, la leche caliente de mi madre y el continuo ir y venir de nuestros cuidadores. ¿Acaso, al cuidado de mis padres, no estábamos, los once hermanos, en buenas manos? Comprendí, más tarde, que los humanos tienen entre sus cualidades la capacidad de cuidar de la naturaleza y sus pobladores, entre sus defectos el orgullo de creerse únicos e insustituibles. Aquello de “somos el centro de la evolución” se les ha subido a la cabeza a estas criaturas de dos patas capaces de producir todo tipo de armas y, no pocas veces, les produce más lejanía de la deseable con el entorno, del que han olvidado que forman parte pues son arcilla y soplo de aliento de vida.

Javier Agra.

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