sábado, 26 de diciembre de 2009

PIPA, recuerdos (III)

Me llamo Pipa… A mi memoria acude presuroso el verso de Miguel Hernández: “Me llamo barro, aunque Miguel me llamen” Eso decía porque sabía el joven poeta, igual que se yo ahora que la trufa de mi hocico se torna más áspera y oscura, que formamos parte de la misma arcilla en distintos grados de evolución y que somos hermanos todos en la esperanza y la vida. ¡Cuántos ratos he pasado recitando poesías de éste y otros autores con la gente que vive en mi casa! Sentados, frente a frente, declamo para intentar hacer de sus cerebros científicos unas mentes de fantasía.


Pronto comencé a salir al Parque de los Perros. Los primeros tiempos cuando yo llegaba era la atracción para todos los humanos: los piropos y lisonjas son palabras agradables – no exentas de verdad y certeza, muchas veces – mas tienen ese carácter de caducidad que se deben dar a las cosas perecederas. Yo recibí con agrado, eso es cierto, las muestras de cariño de cuantos llegaban: personas y perros, nunca me asusté de ninguno; la niña a la que acompañaba, me quería bien y me protegía. Acaso el constante movimiento de mi cola, se debe a la felicidad en la que siempre crecí.

Allí aprendí que las lisonjas deben ser repartidas por igual para cuantos están cerca; ese es el modo de mantener el equilibrio entre la felicidad y la paz: desde entonces, reparto por igual mis arrumacos – ¡claro que me muestro más satisfecha de saludar a algunos humanos y perros! – más siempre sonrío a todos. Siendo pequeña, iba muchas veces con Almudena y Junco, aquel perro negro poco mayor que yo quien se marchó a Móstoles: todavía levanto la mirada hacia la casa donde vivían aquí, cada vez que paso cerca.

Pronto mi círculo de amistades fue creciendo, de todos he sabido el nombre – con frecuencia se lo digo al oído a las personas que van conmigo, porque flaquea su memoria –; de entre todos enseguida se ganó mis respetos MUNIA (quien pasea a Jose), más de dos años mayor que yo, quien nos recuerda a todos nuestro pasado lobuno y de quien aprendí a caminar por las montañas de Madrid. Juntas recorremos estas sierras del Sistema Central; en más de una ocasión hemos sacado de algún que otro aprieto a estos dos locos de las alturas, se lo perdonamos indulgentes pues su olfato es menor y su cerebro pierde los recuerdos de los senderos.


Esta es Munia, bajo el sol de alguna primavera, contando un paseo por la Sierra.


Han pasado los primeros meses de mi vida, la luna viene y va sobre la tierra como una canción redonda. He visto, entre perpleja y desazonada, a los humanos recordar multitud de eventos deportivos y pasar por alto los días dedicados a enfermedades, voluntariados, literatura y otros acontecimientos solidarios. En la medida que paseo por sus ciudades, me sorprenden más estas criaturas. Y paseo mucho, pues me estoy formando para trabajar en la ONCE; pero esa es otra historia.

Javier Agra

1 comentario:

  1. He leído las entradas escritas por nuestra querida Pipa, ¡cuánta sabiduría cabe en la mente "simple" y "humana" de un perro!
    Espero que, poco a poco, y con el trabajo que conlleva, termine por escribir su vida, alegre y tranquila.

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