martes, 8 de diciembre de 2009

POR LA CUMBRE DE LOS NEVEROS

Entre la cumbre de Peñalara y el Puerto de Somosierra, hacen cresta multitud de nombres. Algunos picos aún no los habíamos visto desde la cima. Por eso planteamos una primera excursión montañera partiendo desde la Granja de San Ildefonso. La aventura no era baladí, de modo que encomendados a los dioses de las montañas de Madrid - seguramente tendremos varios repartidos por estos pagos - comenzamos nuestro camino en dirección a las fuentes de agua tibia y al mirador del Poyo Judío. El sol tenía prisa esa mañana y, en breve, se insinuó a nuestro lado hasta conseguir una invitación: ¡vente con nosotros!

Munia y Pipa caminaban con delicados saltos, por no despertar a los anfibios y dejar sosegadas a las pequeñas matas de diversas especies que se extienden por la ladera en cantos de vida y ensoñación. Paso a paso, van transcurriendo los minutos. Los pocos viajeros a quienes saludamos - y a estas alturas ya saludamos a cuantos nos encontramos por el sendero - van quedando al frescor de las matas en algún recodo.

Subimos, siguiendo los postes que marcan la Vía Verde entre la Granja y Rascafría. Al llegar al Collado del Reventón - donde está situada esta foto - continuamos hacia la Hoya Poyales y los Neveros hasta el Puerto de los Neveros. La distancia se agranda a cada paso y el azul va cantando al día. Mi corazón tiene un poema para guardar en estas cumbres, saldrá algún día, cuando Madrid se asome a la tierra con el fuego entre sus dedos para calentar la sopa y migar el pan en el que todos podamos alimentarnos y caminar en paz.

Mientras vivimos lejos de Utopía, las nubes acarician nuestras gorras y Munia y Pipa sueñan en cada sombra, sueñas con un sol alumbrando los sembrados y las plantaciones comunales de patatas. Así vamos al paso de la mañana, mientras los trinos de algún ave nos despierta. Es un día de final de verano y nos damos cuenta - de pronto y por sorpresa - que el sudor de la subida está transformado en sal sobre nuestra frente. Una parada y un trago de agua.

Inmensidad de montaña y esperanza. Los pinos - breve silueta entre el verde de la montaña - apuntan al cielo mientras duermen pequeños animales entre las retamas. Desde los Neveros hemos dejada Cerro Morete a nuestra espalda. Venimos de allí lejos. Venimos de nuestros sueños y de los sueños de nuestros antepasados. Aquí, sobre estas abiertas cumbres, descubrimos que somos ontogénesis un compendio de la filogénesis; Munia y Pipa, ruegan que no sea tan pedante de modo que se lo cuento en castellano: ¡escuchad, perrillas de nuestros amores! La ontogénesis es el presente, los que en la actualidad estamos respirando sobre esta tierra y en ella soñamos; la filogénesis es el pasado, la cadena de siglos y sus deseos que han llegado hasta nosotros en sucesión de acontecimientos y esperanzas.

Frente a nosotros tenemos ya los Claveles y Peñalara. Estamos cansados y la luz tiene también sus límites. De modo que tomamos el sendero que, desde el collado de los Neveros, baja hacia la Granja, en un camino circular. En breve volverán los pinos y el Arroyo Carneros, donde nuestras amigas perras disfrutarán saltando entre las pozas, mientras Jose y yo descendemos con calma ayudando así a la digestión sosegada.

Allá lejos, el coche espera. Sin prisa. Después de más de ocho horas de marchar juntos, el sol se despide de nuestra compañía y caminará sonriendo hacia otras tierras. ¡Lleva nuestrro abrazo, lleva la esperanza!

Javier Agra.

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