sábado, 2 de enero de 2010

PIPA, recuerdos (V)

Mi primera primavera, apenas hemos asomado al año dos mil uno, transcurre entre el gozo del parque y las múltiples horas de entrenamiento y trabajo. De vez en cuando visito Boadilla del Monte, donde nací; los veterinarios me controlan y conversan conmigo sobre el futuro. Yo estoy más feliz en esta casa donde vivo en la actualidad, pero no me pienso quejar. Creo que la vida es un regalo y yo lo agradezco cada día. Incluso puedo pensar en los graves desastres que estos días me han sobrecogido: los terremotos del Salvador y de la India, con trece días de diferencia, han dejado más de veintidós mil personas muertas.

¡Cuánta persona muerta! Me han dicho, que el hambre es de largo la principal causa de muerte entre los humanos. Yo pienso que eso se debe, sin duda, a una mala planificación. No es necesario ser un Malthus para darse cuenta de que no es el empobrecimiento de la tierra el peor mal; estoy segura: se trata fundamentalmente de un desigual reparto de los bienes que proliferan por el planeta.

¡Levántate, planeta! Para terminar la primavera, los talibanes de Afganistán destruyeron las grandiosas estatuas de Buda. Las intransigencias humanas causan mucho dolor. Menos mal que, acaso para compensar, se clausuraron los campeonatos de España de atletismo con algún récord incluido. La esperanza de los brotes y de las flores es más fuerte que la destrucción presente, vencerá la vida.

¡Vencerá la vida! La vida entre los perros transcurre con sosiego entre nuestras conversaciones, raramente interrumpidas por las risas de los humanos a quienes sacamos cada tarde de paseo. Tenemos un parque bonito, desde el que vemos la Sierra de Madrid. Tengo ganas de crecer un poco, me han asegurado que me llevarán enseguida a pasear entre la nieve.

¡La nieve! He estado ausente un par de días. Aún estoy acelerada por la emoción. Hemos ido a la Sierra de Madrid: ¡todo un acontecimiento! En Coche hasta Navacerrada y después de paseo por el camino Schmid. ¡Cuánta nieve, cuánta gente! Me revolcaba como una croqueta en permanente juego. ¡Y cuántos palos! Pequeños y grandes. Los quería coger todos, alguno era tan grueso que apenas me entraba entre mis enormes fauces, aún en formación. Fue una experiencia muy bonita que espero repetir a menudo.


Desde mi paseo contemplé el Alto de Guarramillas y toda su ladera. También se llama La Bola del Mundo, con este nombre es más popular entre los madrileños.

Javier Agra.

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