domingo, 4 de abril de 2010

PIPA, recuerdos (VIII)

¡Qué sutileza de pensamiento!
¡Qué finura de cerebro!
¡Qué derroche de personalidad!

Características humanas que me dejan fría como un témpano de la sierra en enero. Ha terminado el dos mil uno; yo he cumplido, por tanto, más de un año. Ya voy siendo una adolescente perra (acaso perra juvenil), pero en mi existencia - ¡tantos paseos entre lugares de humanos! - he visto diversas cosas que me espeluznan. Entended, por tanto os ruego, los tres primeros versos como una cierta expresión socarrona.

Las mañanas de los fines de semana he visto tanta basura humana en los parques que me asombran pensamiento, cerebro y personalidad humanas. ¡Ni todos los perros de la ciudad seríamos capaces de producir tal cantidad de desperdicios y dejarlos a la vista de cuantos pasean la siguiente mañana! Quisiera ser pájaro para sobrevolar sobre tamaño desperfecto, hasta un mundo de fantasía - Utopía, le llaman los humanos - donde todos pudiéramos caminar con sosiego y sonrisa, entre papeleras usadas y parques utilizados.

He visto, ay, otros muchos desperfectos y corrupciones de los humanos. Mentes tal vez ateridas por la vaciedad del cerebro, allí donde deberían manar naturalmente los pensamientos de felicidad, solidaridad y esas palabras  a las que han hurtado la riqueza semiótica. Pero quiero a los humanos - filantropía, dicen - porque su capacidad de bondad es superior a su capacidad de maldad, porque siempre pueden reemprender el camino torcido, porque siempre pueden volver a ser sencillos como cuando eran niños... por cierto, voy a colocar aquí una foto de un niño despanzurrado sobre mi tripa... 


En estas circunstancias, acepto a los humanos como carga agradable a mis espaldas - y a mi tripa -. En esos momentos... y en todos, pues no estoy programada para quejarme de la soledad y los estirones de pelos. 

Tal vez podría recordar la dureza del once de septiembre; pero dejo constancia del siete de octubre: por primera vez Perú se clasificó para una fase final de futbol a nivel mundial, el estadio Atahualpa era un clamor. Mientras tanto, Argentina sufría ceses y dimisiones de presidentes de gobierno ante las complicaciones de la nación y de su pueblo. También recuerdo la muerte del actor Francisco Rabal o del violinista ucraniano Isaac Stern, el veintidós de septiembre. También se murió el guitarrista y cantautor británico de los Beatles, George Harrison.

Pero me voy a estudiar rutas de los Picos de Europa, pues dicen estos hombres con los que paseo por la Sierra de Madrid, que les prepare unas jornadas para este verano. Sea.

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Javier Agra.

jueves, 1 de abril de 2010

PEÑA CENICIENTOS

Amigos míos, en lo pequeño también existe la magia. Rincón de Madrid, historia de valor y compromiso, Cenicientos tiene hermosas leyendas que contar. Son sobre la lealtad que permanece más allá del recuerdo. Para que nada se olvide, perdura su nombre, entre bosques de pinos y encinas. Buscando en el mapa, encontramos aquel recóndito ángulo, en el que no habíamos culminado su cumbre y decidimos subirlo un día, cuando las nevadas estaban recientes y la luz brillaba llena de esperanza.

La cumbre, más allá de los pinares. Donde se duermen los recuerdos. En el punto en que la voluntad toma cuerpo y se hace roca. Peña Cenicientos es un paseo de sosiego. La mochila siempre es necesaria, pues si la distancia es corta - como en esta ocasión - la hermosura de sus vistas invita al reposo y la quietud. Sobre su cima, el tiempo es una respiración sin relojes, saludamos al sol del medio día y lo vemos más tarde cuando nos recuerda que ya podemos descender porque el coche, acaso, note nuestra ausencia.


Desde la cima, protegidos los pensamientos por la serenidad de las rocas, divisamos Gredos al fondo: ¡Estate quieta Munia, no rompas el misterio de la Sierra! parece decir Pipa. Los valles de Ávila, siembran sus faldas de pueblos y cosechas. Alimento y serenidad para sus gentes y para cuantos viajeros llegan a sus sosiegos, en estos tiempos del siglo veintiuno cuando la distancia se comprime y entre los volantes y la seguridad de los asientos, se planta el viajero allí donde su sueño le marca los senderos.

También, desde la Peña Cenicientos, vemos el viejo Guadarrama y los llanos de Toledo. Reducida en su tamaño esta cumbre ¡nos permite soñar tan lejos!...
Ha sido una sencilla subida, es suficiente con seguir la pista entre los pinos. Después de varias paradas y entre metafísicas y poemas, cuatro horas más tarde estamos de nuevo en el coche. El resto de la jornada, para visitar el pueblo y calentarnos en una terraza al sol de la tarde que va creciendo, con un café cálido y la bebida sin gas que tonifica el espíritu.

Madrid, a nuestro regreso, está sosegado y en calma. ¿Será la respiración pausada de la Peña Cenicientos paseando aún entre las aceras de la inmensa ciudad?

Javier Agra.