viernes, 2 de julio de 2010

JULIO

Van pasando las horas, silba el vapor del tren en las estaciones de toda la tierra. Mi maleta no tiene peso, está llena de sueños aún sin etiqueta.

Dicen que Julio se llamó primero Quintilis en aquel viejo calendario romano, pero como Julio César nació un día doce del citado mes, decidió tomar para él todo el mes. Y ahí estamos con el nombre del César para siempre ocupado entre el agua y los nenúfares. Ay Julio – César – cuánto dolor diste a los galos y cuánto vigor a los romanos, ¿tendrá que ser el sufrimiento de muchos la fuente de gozo de unos cuantos? ¡No, por julio – el séptimo mes del calendario –. Pintemos para siempre este mes como un joven de bronceada piel por espigas coronado!

Dicen también que se representa con el rubí, piedra preciosa – según parece, yo no la he visto nunca – de firme carácter, de dureza apenas inferior al diamante. Julio es la energía (creo que se mide en julios), el trabajo y el calor; claro que los poetas hablaran de la energía del movimiento que rasga la aurora y empuña rayos sobre las llanuras para segar con tizones la mies dorada… mientras los físicos dirán que es la energía necesaria para lanzar una manzana un metro hacia arriba según descubrió James Prescott Joule (al que castellanizamos como julio).


Así viajamos de estación en estación. Por eso julio es un mes voluble e insensato; incapaz de permanecer en un mismo pensamiento se hace chaquetero para satisfacer a cada cual, ofreciendo a cada uno lo que quiere oír, ver y recibir. Sueños de grandeza y playa se mezclan con las quemaduras diarias de las piedras bajo las costillas y las llagas de los dedos de los pies.

Julio del campo y de la tierra. Sigue, aún dormido hijo de Eneas, alimentando desde la escasez de las aguas y los amarrillos colores de la siega. Mes de trillos y adobes… recuerdo aquella infancia remota cuando, en medio del calor, corrían las moscas entre el sudor y la parva con la lentitud de las horas; tal vez para cumplir el refrán: “dice el labrador al trigo, en julio te espero amigo”


Clamaban los antiguos por el trabajo bien hecho y con rapidez. Lo contaban con aquel refrán del santoral: “Entre Santa Ana (26 de julio) y Santa Magdalena (20 de julio) no tengas la parva en la era” Acaso para urgir a las conciencias sobre la brevedad del tiempo, la amenaza continua de las tormentas o el peligroso fuego contra lo que sería el sustento, en forma de pan y grano, para el resto del año.

Julio, manga corta y sudor, paseos después de caer el sol. También esta afirmación es relativa: depende desde dónde se esté mirando julio; recuerda amigo lector que “el verano en la montaña empieza en Santiago y acaba en Santa Ana” Tranquilo, no temas ni las altas temperaturas ni los termómetros siniestros, ya lo dice nuestro refranero: “Llegado el uno de enero, San Fermín viene corriendo”


Julio. Vengo de una lejana patria, dormida entre los humos del recuerdo donde lucían los trigos y los cardos cantaban siglos de armonía. Vengo del agua misma y las blancas laderas pétreas de montañas viejas. Vengo buscando mi nombre para compartirlo con tu pueblo cada noche de luna llena. Vengo con una maleta que no tiene peso, está llena de sueños aún sin etiqueta.

Javier Agra

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