lunes, 26 de julio de 2010

SIETE PICOS (en sandalias)

 
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-          ¿Qué haces, Pipa, con la vista clavada en el vacío infinito?
-          No está clavada en el vacío. Paseo Siete Picos con mis recuerdos
-          De modo que eres una especie de “juego virtual”
-          No, pequeño amigo, recuerdo nuestros paseos por Siete Picos. El recuerdo no es ninguna estulticia, pequeño amigo. Forma parte de nosotros mismos y así vamos recreando una y otra vez nuestro pasado ¿Tal vez piensas que cada acción de nuestra vida es novedad?
Pipa me llama “pequeño amigo” desde la adultez de sus, ya superados, diez años. Seguramente será para consolarme ahora que, inexorablemente, camino más allá de los años sin retorno. Yo no me quejo – ya se lo he dicho a Pipa varias veces – y me parece que forma parte de la rueda de la vida el contemplar las canas personales sin más preocupación



-          Además hemos de dejar sitio a las siguientes generaciones.
-          Pipa, alguna vez puedes dejarme hacer un razonamiento filosófico.
-          Es para que no te engrías en exceso. Que, vosotros los humanos, no miráis hacia las cosas pequeñas de la vida; los animales pequeños de la vida; los detalles pequeños de la vida…”pequeño amigo”
-          ¡Y dale con pequeño! Has de saber que antaño yo llegué a medir un metro setenta; hoy ya estoy en declive; hoy cuando las canas van saltando sobre mi cuerpo como las cabras montaraces de la Sierra.
-          De la Sierra de Madrid te estaba hablando…
-          Ya, de Siete Picos.
-          Cada tarde, cuando nos sentamos a la sombra de estos cinco chopos en la parte del parque que llamaremos tres olivos para situarnos geográficamente…
-          ¡Qué precisión, Pipa!
-          Es mejor tener las cosas siempre lo más claras posibles, por eso me gusta ser precisa.
-          ¿Piensas eso, tú que eres poeta?


-          Pequeño amigo, los poetas ven la existencia y sus contornos con una precisión de siglos de experiencia. Tal vez aliñada de romances y trastocada por los deseos. Pero recuerda siempre que la realidad recreada es realidad vivida. Por eso puedo volver cada tarde a Siete Picos: salimos del coche en el aparcamiento de Navacerrada – puedo escuchar el murmullo de los otros viajeros que también sueñan fantasías –; avanzamos por el Camino Schmid – convendrás conmigo, pequeño amigo, en que las sombras de los pinos también son un recuerdo permanente de unidad con la naturaleza –; ascendemos hasta el Collado Ventoso – allí donde se juntan diversidad de caminos y los  montañeros reposan unos instantes entre la sonrisa del espíritu que sale incontenible por los ojos hasta formar un éxtasis colectivo –; y seguimos ascendiendo más y más hasta la luz de Siete Picos – donde la belleza se escapa al diccionario y el alma misma entona melodías corales con la inmensa naturaleza que está hecha cuerpo en el presente como síntesis de eternidad –; dejamos tras nuestro paso cumbres y más cumbres – la vista es siempre maravillosamente nueva a través del infinito sin fronteras –; terminamos el paseo circular volviendo por sosegados parajes, de nuevo hasta el coche en el aparcamiento del Puerto de Navacerrada.

 Esta magnífica vista del punto más alto de Siete Picos es de Jose quien, además de programar hermosísimas excursiones por la Sierra, las ilustra con alguna fotografía. 



-          ¡Visto así…!
-          También te podría hablar de la flora y la fauna; pero eso ya está descrito en los libros.
-          Espera Pipa, vuelve a comenzar el camino. Te acompaño a Siete Picos sin quitarme las sandalias. 

Javier Agra.

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