Atrás habían quedado los valles y sus florestas, atrás los dulces paseos del pasado, atrás las avecillas de enamorados sones, atrás los arroyos de melodía solitaria que cuenta los versos del poeta y almacena los suspiros lánguidos y mansos del amor, atrás los armoniosos prados de animales saltarines y brisa de arrullo al tibio mecer del sol.
Pero en el Collado del Burro, las mochilas eran una realidad sudorosa a las que ya se habían pegado las piedras de las primeras horas de marcha y las botas pesaban con pesadumbre de siglos entre lamentos por los seres conocidos – cercanos y lejanos – que se nos marcharon más allá de las pupilas, allá donde las yemas de nuestros dedos solamente alcanzan nombres y recuerdos.
Hacia la derecha vemos la cumbre aún lejana. Comienza el ascenso en serio; el ascenso y la búsqueda. ¿Por dónde será mejor seguir para llegar a la meta? – Piensa el corazón.
¿Acaso no has hecho suficiente esfuerzo esta jornada? Déjalo, insensato, mientras aún tienes claro el camino del regreso – Responde el cuerpo. Y así siguen conversando, entre la discusión y el aplomo, mientras tomamos un respiro. Pero como los montañeros somos personas, decidimos que la voluntad del espíritu se impone a la molicie del cuerpo y continuamos.
¡Jose, ánimo! ¡Ahora vuelvo a la brecha donde has quedado! ¡La salida es por donde tú estás!
Los Moledizos quedan a la altura de nuestra vista, estamos muy arriba. (Otros montañeros suben hasta su cima y llegan por la cresta, trepando entre las brechas, hasta la cumbre de Torre Bermeja) Continuamos vadeando los Hoyos Cavaos, tres pasos adelante y uno atrás, entre la resbaladiza piedra suelta. Escrutando cada una de las brechas, hasta dar con la que nos parece mejor para subir.
Y pensamos, mientras nuestro espíritu baila la danza del amor, en las personas que suben cumbres a diario: las mujeres que nos esperan en casa ¡ellas sí que hacen milagros cada jornada para mantener unida la casa y distribuir el jornal hasta la última jornada de cada mes!; los hijos que saben sonreír aún en tiempos de dura pugna con la vida y sus anhelos; las personas que sacan vida de la tierra y la vuelven alimento para compartir; las personas que, desde el silencio, gritan por la justicia de la tierra.
Javier Agra.