miércoles, 5 de enero de 2011

REFUGIO DELGADO ÚBEDA (PICO URRIELLU)

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Desde el Collado de Pandébano – inmensidad y magia – las vacas nos hacen muralla mientras rumian silencios ancestrales de nata y quesos; no está lejos la Majada de la Terenosa, con un pequeño y coqueto refugio sin guarda. Seguramente hasta este paraje llegan muchos paseantes de cortos trayectos; a partir de este idílico lugar, solamente las aves y los montañeros que van y viene en lo que parece ser la autovía de Picos de Europa; así llegamos al Collado Vallejo desde donde Jose, que es un experto montañero y sabe por donde están los más escondidos y bellos lugares, saca instantáneas para inmortalizar la Majada de Camburero y la Canal de Balcosín al otro lado del Jou Lluengu, que parece un nombre incorrecto, pues más parece un amplio valle que un jou.
Estamos pasando a la altura de la Majada Cambureru: Entre el verde del prado, a la altura de la piedra blanca, se puede seguir el sendero que lleva a Poncebos, a través de La Canal de Balcosín y arranca en el mismo Refugio de Urriellu.
Este asunto de los nombres siempre puede ser discutido; pues en algunas culturas es pasajero y sin mayor relevancia, mientras que en otros lugares y en diversas culturas, el nombre hace que la persona tenga un estatus o una misión o una tarea a desarrollar. En cualquier caso, cada nombre es singular pues se compone de respiración, historia y sentimientos. Por eso todos los nombres tienen sonrisa y raíz. Así pues, sigua llamándose jou más allá de mis consideraciones. Un ligero descenso, para cruzar la Canal de Vallejo y trotar por la dura subida entre inmensas piedras de conversación cansina y repetida por los siglos de los siglos, nos llevará hasta el Refugio.
La niebla es una manta que cobija el Refugio y los alrededores.
Pero antes, también aquí una parada. Recordamos los quesos de la cena y acordamos dar fin a la exquisitez de empanada que nos sobró de anoche; es una especie de cordón umbilical que nos une a la civilización que dejamos atrás hace ya algunas horas.
En esas, y otras conversaciones, pasamos las tres horas de camino hasta llegar al Refugio Urriellu. La niebla bufa su furia sobre las quebradas y sobre los musgos testigos de soles y nevadas, de sonrisas y de retrocesos; si no escampa, el mal tiempo fagocitará las ilusiones de los montañeros.
Poco podemos mostrar del exterior. Por eso situo el interior del comedor del Refugio.

 
No escampó. En este intento pasamos los días que habíamos acordado y aún restamos varios, pues los intentos por llegar al Llambrión y a Torre Cerredo se nos fueron diluyendo entre ascensiones sin triunfo; los montañeros sabemos que la conquista está muchas veces en la lucha por llegar más allá, siempre más arriba. Y cuando estábamos perdidos entre la densidad de las nieblas y las aristas de las rocas, nos animaban las chovas piquigualdas con sus graznidos: ¡ánimo, valientes! O nos insistían: ¡un poco más arriba, siempre más alto! Para concluir cada jornada con la misma exclamación, ya en nuestros oídos: ¡Está bien, volved; nosotras os guiaremos!
Al fondo La Horcada Arenera y Cuetos de Albo. Por aquellas alturas, entonces con mucha niebla, nos guiaban las chovas piquigualdas.

 
Pedro Pidal, Marqués de Villaviciosa, cuenta con gracia y poderío la primera ascensión al Picu. Le acompañó Gregorio Pérez, un pastor de Caín (el Cainejo). Fue el cinco de agosto de mil novecientos cuatro, por la cara norte y en zapatillas, sin más ayuda que sus manos y el entusiasmo de su corazón.
Javier Agra.

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