sábado, 16 de julio de 2011

LA SERROTA (III)

La Serrota tiene manos de lumbre.
Con sus dedos pausados va empujando, entre caricias, a los montañeros.
Música y sudor praderas arriba, más allá del Canto de la Oración. 

Chapoteos de humanos, perros y tritones entre los charcos de lo que fueron y aún son lagunas sin nombre, aguas de riego fértil en la montaña de estas cumbres donde las vacas pastan entre el silencio y la calma, donde se puede escuchar el correteo de las lagartijas. Flanquean nuestros esfuerzos el rabilargo y la tarabilla común mientras juegan al escondite entre los piornales.

Y nosotros, aventureros descaminados, arañamos nuestras piernas entre el brezo y las retamas. Deberíamos haber subido hasta la loma y continuar por la cresta que une el Cerro del Santo con la Serrota. Pero no tomamos la senda buena y zigzagueamos entre el misterio y la búsqueda, entre el sudor y la desesperanza. ¿Cómo afrontar nuestros errores, nosotros personas de la llanura metidos entre montañas?

Miraremos hacia arriba, hacia lo alto donde la cumbre susurra siempre su llamada. Otros han realizado estos caminos de esfuerzo antes que nosotros. ¡Vamos! ¡Un paso y otro más! Seguramente las dificultades han existido siempre, pero notros tenemos un lugar al que llegar, nos acompaña el canto del roquero y tal vez el del conocido ruiseñor.

Hemos llegado a la senda buena, ahora no necesitamos explorar, es tiempo de silencio, de ascetismo y recogimiento. Blanca y Pipa nuestras perras acompañantes están sentadas a los pies del vértice geodésico, han llegado las primeras y saben que esta cumbre era nuestro objetivo; nos miran y sonríen de felicidad: ¡enhorabuena, ha vencido la esperanza!

¡Enhorabuena, habéis llegado! - exclaman Pipa y Blanca.

La cumbre es un mirador privilegiado. Estamos más allá del dolor y de la angustia. Hasta aquí hemos subido la paz y la sonrisa. Desde la cima de La Serrota, de izquierda a derecha, se intuye la Sierra de Guadarrama, y se ven La Paramera de Ávila con el Pico Zapatero; el Gredos Oriental; el Puerto del Pico; el grupo de La Mira; el Puerto de Candeleda (sólo para personas); el Alto Gredos: el Morezón, Los Hermanitos, el Peñón del Casquerazo, el Cuchillar de las Navajas, la Portilla Bermeja, el Almanzor, el Cuchillar de Ballesteros, el Venteadero, La Galana,...; la zona de la Covacha y la Sierra de Béjar o de Candelario. Esta visión circular la puedo nombrar, recordar y aún aprender de memoria sin miedo a equivocarme porque Jose la ha descrito y aún escrito para que yo la transmita a todos los lectores y siglos futuros que la precisen.

Entre nosotros y el Alto Gredos se extiende a nuestros pies – en la pequeña medida que se puede expandir un pueblo castellano – el pueblo de Garganta del Villar en la vega del Alberche. Habla la historia que en esta localidad residió el sexmero después de la reconquista, cuando en la lejana edad media, los pueblos de Castilla, repartían los terrenos comunales a través de esta figura elegida entre los labradores pecheros – que eran los que tenían que “pechar” con las cargas, aunque en castellano decimos más “apechugar” –. 

 En la cumbre de la Serrota. Más arriba que nosotros, solamente el cielo de un azul musical.

A la derecha de nuestra visión, el valle del río Corneja que mantiene su nombre durante cuarenta kilómetros antes de besar con sus aguas el Tormes… Aquel pueblo entreverado es Navacepedilla de Corneja localidad enclavada entre hermosos robledales, merece la pena visitar su iglesia de San Martín construida en las primeras décadas del siglo diecisiete con una sola nave de un precioso artesonado y retablo barroco: tres calles y dos cuerpos superpuestos, rematado en ático semicircular con la imagen de Dios Padre. Bajo nuestros pies inicia sus primeros borbotones el río Adaja que llevará choperas y maizales por las llanuras de Castilla hasta asentarse en el Duero, después ya de serenar su corriente con la visión de las murallas de Ávila.


Comemos en la cumbre, entre la calma y los trinos, custodiados por águilas y buitres, y comenzamos la bajada. La forma más directa es por la cima del Cerro del Santo, nosotros lo bordeamos por su ladera izquierda entre lirios silvestres, valles de origen glaciar y morrenas del Pleistoceno. El sol había recorrido un gran trecho de su cielo y nuestro cielo cuando llegamos al coche más felices que fatigados, más medio vivos que medio muertos. En nuestro corazón anida la historia entera de estas tierras, desde aquellos vetones del siglo cinco antes de Cristo con sus verracos y su cerámica, bajo nosotros quedan – sin duda – castros celtas enterrados y más abajo inexploradas cuevas.

Javier Agra.

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