martes, 5 de julio de 2011

LAS ZAPATILLAS VIEJAS

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 Preciosas de otro tiempo, la esperanza fluye viva en las venas de vuestras cuerdas

Silenciosas compañeras, avecillas que me lleváis en vuestras plumas al caminar por los montes cercanos y asistís con esmero y sigilo todos mis ratos de reposo en los lejanos lugares. Vuestros agujeros, con los que ahora converso bajo esta encina del monte del Pardo, no son roturas que el tiempo y la huella de los senderos han dejado entre las cuerdas; estos agujeros son vuestros ojos, los mismos con los que vimos juntos tanta liebre y algún jabalí; son los ojos del misterio del amanecer que conservo en mi retina cuando caminábamos hacia el Manzanares por entre las primeras claridades de las veredas del polvo y del barro.

 Con Pipa y Munia también conversaron, muchas veces, mis zapatillas.

Son los oídos con los que distingo el canto mágico de los pájaros, diferentes unos de otros; los que llenan mi corazón de esperanza cuando cierro los ojos para escuchar el conversar musical de las ramas en el paseo; los mismos con los que vosotras, queridas zapatillas, y yo escuchábamos escabullirse alguna lagartija entre desconfiada y previsora.
No son roturas del tiempo que es la boca con la que conversamos tantos días con el viento y con las ramas crujientes del suelo, aquellas bocas que mascaron juntas las tiernas hierbas de primavera y los sabores primeros de los cerezos, cuando su fruto baila entre la dulzura y el misterio; también compartimos algún grano de arena del sendero y la música libre que salía – en la soledad de algún hayedo – de nuestras gargantas felices.

Donde otros verán viejas tiras deshilachadas, yo se que está la pituitaria de vuestro olfato que aún retiene las adelfas y las jaras; que recuerda para siempre el aroma de la hierba mullida y de los trigales antes de la segada, cuando juntos, bajo el sol de cualquier tierra, buscábamos cansinos la sombra buena para la merienda. Y el olor del pan con queso y del agua fresca. ¡Ay, cuántos latidos del corazón compartimos entre los sabores de la tierra!
Tacto interrumpido de vuestro quedo pisar; tacto más allá del viento y de las sierras; tacto de lumbres y de cortezas viejas; de terruño y raíces compartidos para ascender las cuestas. Sois ya parte de mí porque hemos mezclado sudores y certezas, preguntas y desoladas laderas, horas de brillo y mojaduras entre la niebla.
 Gracias por los paseos y por el viento, por la paciencia y por el tiempo.

¡Cuántos latidos saltan desde nuestro corazón al universo! ¿Recordáis los suspiros del mar en las olas de Levante? ¿Recordáis las sierras más allá de Cercedilla? ¿Aquellos sueños de atardecer al pie del Pirineo? Allí nos citamos muchas veces – poesía y paisaje, palabra y viento – respirando por todas nuestras venas, desde el corazón a las lengüetas, pálpito a pálpito entre las flores; por todas partes saltan suspiros del tiempo, recuerdo de sueños recuperados, allá en los sueños azules de la infancia.

 Aquí quedáis. ¡Dad ánimo a todos los viajeros!

Las zapatillas. Mientras eran, se iban haciendo entre las arenas del camino y las hierbas de la sabana; luego se fueron e hicieron lumbre en el recuerdo dolorido de mi corazón viajero. Aquí quedáis. Bajo esta encina joven del monte del Pardo, beberéis siempre paseos soñadores.

Javier Agra. 

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