martes, 9 de agosto de 2011

SIERRA DE GUARA: 2 CAMINO A LA CUMBRE


Muchas veces he visto en mi alma el vuelo del alma de mi hermano, pasando de unos a otros como si todo fuera un camino del sueño al pensamiento, del juego a lo empírico, del deseo a lo concreto. Y he llegado a saber que el pensamiento está cosido entre las personas con un hilo de lumbre que abrasa a todos y a todos hiela al mismo tiempo; el pensamiento que pertenece a la tierra sobre cuyo seno estamos caminando a esta primera hora en que la aurora libera sus primeros suspiros entre piar de aves y enjambre de sonidos iniciales, el seno de la tierra que a todos cuida con medicina certera, el seno de la tierra que cumple su deber  de hospitalidad sobre los verdes campos y también allí donde las raíces duermen la siesta de los chopos y las estrellas.

 Vista de la ermina y el refugio de San Úrbez.

 Bentué de Nocito a nuestra izquierda. Dejamos el coche paciendo la verde hierba de un fresco prado y comenzamos a caminar siempre con la vista puesta en la cumbre de Guara. La senda es clara y la mochila ligera. La aurora, de relumbrante mirada, disipa de los ojos el sueño. Los montañeros, en arco sus rostros, lanzan las flechas de sus deseos hacia las cumbres de plata con brillos de amanecer.

Entrada al Refugio de San Úrbez, con la mesa del desayuno aún sin recoger y Claude despidiéndonos.

Muy cercano aún el refugio de San Úrbez donde pasamos la noche plácida. Delante de nosotros, tras dos sierras, la misteriosa cumbre. ¿Por qué surcar hacia lo desconocido? Pongamos las naves a punto y partamos, ahora que el Bóreas duerme y el Céfiro nos es propicio.

Ahí estamos, sobre el seno de esta tierra cubierta de historia, de gloria, de mágicas leyendas. Las flores de cálido vuelo van posando su aroma en mi ánimo, mientras el agua del subsuelo expande su verdor ante mis ojos asombrados. Lo mismo que los atenienses en las guerras griegas, caminamos en silencio entre el verde y los frondosos árboles; dejamos atrás el arroyo Avellada, de más nombre que agua a esta altura del verano cuando en Castilla se anuncia la siega y en estos montes el verde es semilla de futuro y tormenta.

Cerca de nosotros los pueblos del valle, con nombre y sin gente; pueblos con magnífico pasado escrito desde el desierto presente; pueblos hoy de nombre turista y antaño de recios otoños de niebla e invierno dormido bajo la nevada; pueblos de antiguos ganaderos y labradores intrépidos han dado paso a decrépitas naves deshabitadas.

En el Refugio forestal de Fenales hacemos una parada para investigar y comer una barra energética.

Los carteles bien marcados posan las alas de nuestro pensamiento en los nombres que hemos de seguir: Can de Used, sendero siempre marcado que nos lleva ladera arriba hasta una fuente – diminuta fuente – seguramente usada por los animales que pueblan estas pequeñas cumbres por cuyas laderas estamos adentrándonos; Fenales. Por aquí continuamos caminando Jose y yo, conservando de aquella recordada juventud el vigor forzoso que nos de aliento para culminar la empresa, estrenando el buen juicio de la senectud. Por estos valles, el viento se lleva el enojo y la pena; nos acompaña en el caminar el canto de flores y hierbas, la melodía del pino y las matas.

Durante el camino, la vegetación es rica y variada.

Hemos dejado atrás el Refugio forestal de Fenales. Cuando nos acercábamos salieron a nuestro encuentro una madre jabalí con sus tres jabatos, nos miraron interrogantes y abandonaron la pradera, seguramente intimidados por nuestro silencio; ¡con la sorpresa quedamos callados sin poder saludarles, fue una pena! El Refugio, sin guarda, es una maravilla, por manos expertas cincelada, para reposo de los miembros fatigados en número de hasta una docena y aún más montañeros.

Ante nosotros, el Pirineo se agranda. Vistas del Vignamele, Perdido, Bachimala...


Continuamos la marcha sin posible pérdida, pues unos metros más adelante se ven las señales – tan claras que hasta yo las entiendo – de un sendero que trepa monte arriba desde donde enseguida comenzamos a ver cumbres del Pirineo. ¡Oh venerables montañas, pues no necesitamos mostrar nuestro valor en otras batallas ni descollar con sabiduría en el ágora, acompañad nuestros pasos con esas tiernas miradas de aquella madre jabalí que con sus tres dulces hijuelos pacían en las praderas que hemos dejado a nuestros pies!

El sendero continúa marcado por la media ladera camino de las cumbres…los montañeros ascienden… las caras tapadas por la crema protectora…la gorra inevitable compañera…suenan las chicharras…una parada para el sorbo de agua…han quedado atrás los pinos y los servales…la piedra nos acompaña…otro paso…la montaña se agranda… ¡la cumbre de Guara!

Javier Agra.

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