lunes, 31 de octubre de 2011

LAS HURDES Y LAS BATUECAS (IV)


Estas madrugadas en días calurosos son placenteras para caminar. Salí de las Mestas con el río Ladrillar a mi izquierda, allá abajo en las profundidades. En estos momentos de tecnología y comunicación, las carreteras y los caminos vecinales están trazados por igual en toda la geografía española; ahora para pisar el río tendría que saltar entre la espesura del bosque y llegar a donde el sonido es más dulce y cantarín. Pero no está la mañana para esas alegrías de modo que camino los cuatro kilómetros que me separan hasta la carretera que me conducirá a Vegas de Coria.
Aquí me desvio durante un rato para recorrer la vieja carreta que hoy está dormida entre los bosques autóctonos de roble y la repoblación brillante de pino. Encinas y fresnos conviven, cariño de la naturaleza, con los pinos y los olivos en estos montes de bajo tamaño que parecen crecerse con el paso de las horas cuando se camina entre las jaras y las urces para encontrar el valle del río Hurdano que recorreré aguas arriba hasta donde las fuerzas – y la programación meticulosa de mi hijo – me marquen el final de la jornada.
 Mi hijo va marcando el ritmo de las jornadas de esta marcha por las Batuecas y las Hurdes. Me dejo llevar porque su buen hacer construirá de estos días un tiempo feliz.
Los alisos y los chopos, majestades de la vegetación, van conduciendo a la diversidad de las retamas (de las múltiples variedades que pueblan el universo, por estos montes la que más se ve es la llamada común o sphaerocorpa) que saltan de acá para allá como queriendo encontrar animales menores que conviven en los montes, porque todos, animales, plantas, personas, agua y aire queremos jugar a ser raíz y futuro entre la maleza y la naturaleza crecida por obra de la arquitectura de repoblación.   
Cuando llegue a los pueblos que riegan las aguas de río Hurdano no quedarán ya lanceolados lambiscones de nobles y opulentos. Ahora estos pueblos se sirven a ellos mismos y agasajan a los viajeros con buena cama y holgada pitanza; y así pueden pasear la dignidad que desde siempre merece cada persona, sin necesidad de sentir que reciben una ñapa para sobrevivir: su trabajo y su ánimo emprendedor han construido estas tierras más allá del misterio y la queja; superando las penalidades tal vez más poéticas que reales en comparación, claro está, con los otros pueblos de la geografía española igualmente esquilmados y desprotegidos, porque la historia se ha escrito entre sonrisas, palabras, silencios y llanto en igual medida en todas las latitudes donde los humanos han sido dominadores de otros humanos.
Entre unas matas de jara y cantueso, salgo a la carretera nueva – ignoro desde hace cuantos años será la nueva, lo digo en comparación con la que yo traía de camino ya en desuso absolutamente, salvo para usos agrícolas y para la abundante apicultura – dispuesto a llegar a Vegas de Coria de un modo civilizado, entre el motor de los pocos coches que a esta hora bajan por la cuesta entre los primeros olivos que dominan las laderas de las colinas que llegan hasta el pueblo.
 Las alforjas de la bicicleta son un sobrepeso con el que mi hijo apechuga cuesta a cuesta.
En la gasolinera que inicia la carretera hacia los pueblos del río Hurdano, me tomo un café de máquina mientras converso con el hombre que atiende a cuantos nos acercamos para repostar cuerpos y vehículos. Su conversación es agradable, él tampoco tiene prisa:
-          No son muchos los coches que paran en esta gasolinera – Me dice.
-          Influirá la hora, supongo.
-          Aquí, en Las Hurdes, nunca tenemos “hora punta”.
-          Esa ventaja sacáis a las grandes ciudades.
-          A poco que camines tienes una piscina natural para refrescarte del camino.
-          Es buena información. Me compro una barra de pan y me la como en la orilla entre el agua y los pájaros.
Y aquí, después de unos minutos tumbado panza arriba en el agua, llega Jonatan a quien no veo aparcar la bicicleta porque yo continúo decúbito supino con la vista perdida entre el recuerdo y el reposo. Compartimos la comida y yo salgo, camino adelante, hacia el más allá. Mi hijo con la bici camina más deprisa pero tiene más trabajo con el pedaleo.
Javier Agra.

viernes, 21 de octubre de 2011

LAS HURDES Y LAS BATUECAS (III)


Pasamos por una especie de viaducto construido hace ya unos cuantos años, tantos que posiblemente esté actualmente en absoluto desuso, pues lo embellecen musgos, arañas y diversidad de hierbas y zarzas. A la izquierda suena el río y las aves corean armoniosas el desfile de los chopos y los humanos – solamente mi hijo y yo hacemos este paseo, parece, en los últimos tiempos –; la sombra de la tarde entona plañideros sones entre nuestro pisar.

Ahí está, enterrada por el tiempo y la memoria, la entrada de la cueva donde hace siglos vivió una mujer, es “la Cueva de la Mora” allá cuando los mudéjares y los mozárabes eran fuente de cultura y convivencia. Jonatan y yo quedamos mirando hacia los muros y prendidos en la memoria del tiempo conversamos con la mujer que nos dice soledades y esperanzas de lirios y huertos comunes, porque era mora de otras tierras y teme no poder ser rosal de ningún jardín. Así van pasando los siglos inamovibles y sin piedad, de modo que somos extranjeros en todas las tierras y, no pocas veces, extranjeros de nosotros mismos.
Cuenta la leyenda, común en muchos pueblos del contorno, que en esa cueva hoy semienterrada y siempre escondida a los ojos del vulgo, vivió una mora encantada. Un pastor se acercó hasta la margen del río, donde ella tenía su casa, para abrevar a su ganado; sin darse cuenta o tal vez llevado por la curiosidad de los dichos que circulaban por la región, se aproximó hasta su cueva. Seguramente el azar quiso que tuviera colocadas sus baratijas a modo de exposición a la puerta de casa-gruta. La cantarina mora invita al mozo pastor a acercarse hasta sus pertenencias. El pastor que no se quiere malquistar con nadie y menos con aquella de quien, sin duda, ha oído muchas supercherías, se acerca cauteloso; descubre la utilidad de algunas cosas por su uso diario, más al carecer de marbetes ignora los nombres de diversos utensilios.
-          Acércate, no seas mandria.
-          Tienes muchos utensilios y cachivaches a la puerta de tu cueva.
-          Pura filfa. Inútiles posesiones.
-          Seguramente te servirán de mucho – Contestó el mozo.
-          ¿Qué prefieres de todo lo que ves?
-          Sin duda las tijeras. Con ellas podré intentar esquilar mis ovejas.
-          Serán para cortarte la lengua – Exclamó la mora.
Y continúa la leyenda asegurando que emprendió una feroz carrera tras el pastor. Y continúa asegurando que le dio alcance. Más tarde el pastor, en la majada, narró por señas lo ocurrido y – dice la leyenda – que los más viejos pastores le aseguraron que aquella era una mora encantada a la que tenía que haber contestado que era a ella a quien más quería de cuanto estaba ante sus ojos. Esa respuesta le habría enriquecido a él y a ella le hubiera desencantado.
Pero así son las cosas, cada uno continuó viviendo en sus soledades y en sus idas y venidas. Lo que en este episodio haya de verdad, de fantasía o de creación popular, descúbralo cada lector. Nosotros nos volvimos por donde habíamos llegado a la cueva como mancuerna silenciosa. Más tarde, mientras roncaba entre las mullidas sábanas del alojamiento de “La Olla” creí escuchar a la mora, Jáncara encantada, pregonar sus posesiones y sus gracias. Pero me despertó un ladrido del perro que duerme por los alrededores y como ya se despuntaba la aurora, entendí que era el momento de continuar otra jornada más. Mi hijo Jonatan terminará las tareas del recogido y saldrá dentro de un tiempo prudencial en la bicicleta.
 Aquí dejo plasmada la entrada de los alojamientos rurales "La Olla" en las Mestas.
Javier Agra

miércoles, 12 de octubre de 2011

LAS HURDES Y LAS BATUECAS (II)


Las Mestas ya es de Cáceres. Se une llegando desde Salamanca por un hermosísimo desfiladero por el que entro los últimos kilómetros antes de llegar hasta las piscinas naturales de la Olla, donde Jonatán ya se ha bañado un rato y ha conquistado una casita en los apartamentos que recientemente han construido con el mismo nombre a la vera del lugar de baño.
 Piscinas naturales La Olla en las Mestas
Diré que los dos últimos kilómetros me los evitaron cuatro mozos que iban en un coche hacia el lugar del baño – hice trampa en forma de auto-stop, espero que no se entere nadie –. Tan sin resuello me vieron en aquella calurosa hora del medio día, que fueron ellos más rápidos parando que yo solicitando:
-          ¿Qué haces a esta hora por los caminos, insensato?
-          Busco un lugar sombra en las Mestas, me espera mi hijo.
-          Sube te llevamos, insensato.
-          He quedado con él en las piscinas naturales.
-          Es el lugar en el que confluimos todos a esta hora de calor.
-          Me habéis salvado la vida, gracias.
-          Para eso están los coches. ¡De todos modos eres un insensato, por estos caminos a las tres de la tarde!
-          He decidido, hace ya muchos años, ir siempre hacia delante.
En esas conversaciones, y bautizado como el insensato, llegamos. Vi a mi hijo ante los restos de un inmenso chuletón; apenas pude saludarle – a mi hijo, no al chuletón – y me fui directamente al agua que me relajó como si acabara de salir de unas termas romanas después de una fiera pelea con las fieras en algún circo de aquellos siglos perdidos entre las ruinas de mi memoria. Mientras reposaba decúbito supino sobre el agua agradecí a la técnica que me hubiera permitido comunicar con Jonatán a través del teléfono móvil nuestra situación. Sé que, para el común de los mortales, comunicar por el teléfono móvil es una fruslería no obstante para mí – analfabeto tecnológico – resultó una aventura solucionada más por mis dotes sociales que por mi pericia técnica. No narraré como conseguí tamaña proeza porque requiere un capítulo entero de mis andanzas, que titularía: “enredos sociales de un insensato por las Hurdes”

Aquí me tienes, ¡Oh noble lector!, con el resuello del baño sentado ante un chuletón ingente que da al traste con toda la austeridad de las jornadas de camino y penitencia. Hoy es día de carne y colchón: ya mi hijo hizo los trámites y tiene la llave de la casilla donde haremos noche. Mañana continuaremos ruta, espero no seamos émulos de Ulises y se trunquen nuestros proyectos por intervención de los dioses.
 Este modesto castillo, donde vela sus armas la bicicleta esperando la luz del nuevo día, será nuestra morada esta noche.
Después de otro breve baño en las cálidas aguas del remanso me siento a una mesa del merendero para reposar un tiempo de sobremesa, que he decidido será prolongado pues no tengo ánimo para muchos más esfuerzos. Aquí me entero de las fiestas de la localidad y la curiosidad que se mantiene con el nombre la Pascua de Flores el domingo de resurrección, cuando los mozos emplean un tiempo en hacer coronas de la diversidad de las flores de la zona para después colocarlas a la puerta de las casas donde vive alguna moza. ¿Cuidarán todo el año los tejos y los madroños para que estén prósperos por estas fechas? Adornarán sus ramos con mejoranas y cantuesos, para recordar el aroma de la miel y la dulzura del amor.
Me están contando el camino de la cueva de La Mora, cuando llega mi hijo y me propone que vayamos por un sendero que le han indicado que aún se conserva una cueva milenaria donde dicen que vivió…
 Hoy está así la entrada de la Cueva de la Mora. Dificil para pasar a las entrañas de la tierra.
-          Una mora, me lo estaban diciendo en este momento.
-          Es sobre aquel puente.
-          Pero yo ya estoy derrotado del camino.
-          Venga papá, no seas quejica.
-          (¡Las cosas que hay que hacer por un hijo!) Este texto está entre paréntesis porque es mi pensamiento, no expresado, mientras me levanto como si tuviera un interés mayestático en el lugar donde se conserva la cueva de La Mora.
Javier Agra.

sábado, 8 de octubre de 2011

LAS HURDES Y LAS BATUECAS (I)


Así pues, me acabo de enterar de que Jonatán me espera en las Mestas. Las tres de la tarde de un caluroso día de verano es una hora que la literatura llama tórrida, pero que cuando estás bajo el sol y ya llevas un zurrón de horas se queda sin adjetivo suficientemente sonoro. Es cierto que a mi derecha se escucha el murmullo del breve caudal del río Batuecas en su galope último antes de encontrarse con el Ladrillar.
Por eso me dedico a disfrutar del entorno agreste y vegetal. No se escucha el piar de los pájaros, ni la sorda música del aire entre la multitud de hojas que pueblan monte arriba hasta la carcajada del sol. De modo que disfrutaré del silencio, del paseo y del sol. Son las tres de la tarde… El tiempo es un concepto irónico; en medio de este desfiladero y a mis casi sesenta años puedo vivir mi futuro y revivir mi pasado, igual que puedo optar por el vacío de la ignorancia o la ausencia de creatividad, pero de este último modo el tiempo sería estéril. Así en este silencioso devenir de mis pisadas, entiendo que depende de nuestro espíritu la vaciedad o el jardín en nuestra vida. Tal vez, lector amigo mío de pocos años, hayas contribuido sobremanera a la luminosa tarea de la creación continua que es dejar este mundo mejor de lo que lo hallaste o tal vez hayan sido todos tus días desierto y viento frio.
Lo que haya sucedido de ti – tu corazón lo sabe sin posible mentira – puede tener continuidad o tomar un rumbo nuevo. Es la ventaja de ser humanos en medio de la naturaleza: la opción o elección permanente hace de nosotros seres de luz y estruendo de relámpagos; es posible, en cada instante, hacer de nuestra vida un big-bang explosivo hacia la creación de un ser mejor en engranaje de un mundo mejor.
De las Mestas guardo gratos recuerdos. En su templo parroquial del siglo diecisiete con pórtico y espadaña según el común de los templos de la comarca, destaca una preciosa imagen del Eccehomo donada por los Carmelitas del cercano monasterio en los momentos de duda de la Desamortización de Mendizábal. Está también el Enebro Sagrado, de cuya imponente presencia aún guarda fehaciente memoria mi retina; el enebro no se termina nunca, desde su ancho tronco van surcando los cielos, catorce metros más arriba, las ramas que solamente lo pueblan en su parte más alta. Hasta sus jugos llegarán, seguramente para estudiar historia, las abejas en su incesante trasiego para llenar la multitud de colmenas que merodean por toda la geografía hurdana. 
 Conocido es el Ciripolen, la empresa creada por el “tío Cirilo” para comercializar miel y jalea real por la comarca y más allá donde otros paladares tienen, aún sin saberlo, para siempre marcado el sabor dulce de estas tierras.
¿Y quién es capaz de asegurar que por aquellos años en que el enebro estaba naciendo y se hacía sagrado no eran los habitantes de aquellos pueblos tan felices como los actuales y de una solidaridad difícil de igualar? Aquí presento como prueba este puente que, siempre según mi fantasía, fue puesto en servicio después de prolongadas jornadas de hacendera; antes de acudir cada uno a sus tareas dedicaban algunas horas al trabajo colectivo y así todos se beneficiaron de este cómodo paso sobre el río. Seguramente entre las piedras permanece hoy algún suspiro enamorado de aquellos siglos que renacen cada vez que un viajero decide sentarse un momento ante los rumores de estos arcos y hace que vivan en su sueño los siglos de la historia y los deseos de quienes antes fueron viajeros siglo a siglo. 

Javier Agra.