sábado, 8 de octubre de 2011

LAS HURDES Y LAS BATUECAS (I)


Así pues, me acabo de enterar de que Jonatán me espera en las Mestas. Las tres de la tarde de un caluroso día de verano es una hora que la literatura llama tórrida, pero que cuando estás bajo el sol y ya llevas un zurrón de horas se queda sin adjetivo suficientemente sonoro. Es cierto que a mi derecha se escucha el murmullo del breve caudal del río Batuecas en su galope último antes de encontrarse con el Ladrillar.
Por eso me dedico a disfrutar del entorno agreste y vegetal. No se escucha el piar de los pájaros, ni la sorda música del aire entre la multitud de hojas que pueblan monte arriba hasta la carcajada del sol. De modo que disfrutaré del silencio, del paseo y del sol. Son las tres de la tarde… El tiempo es un concepto irónico; en medio de este desfiladero y a mis casi sesenta años puedo vivir mi futuro y revivir mi pasado, igual que puedo optar por el vacío de la ignorancia o la ausencia de creatividad, pero de este último modo el tiempo sería estéril. Así en este silencioso devenir de mis pisadas, entiendo que depende de nuestro espíritu la vaciedad o el jardín en nuestra vida. Tal vez, lector amigo mío de pocos años, hayas contribuido sobremanera a la luminosa tarea de la creación continua que es dejar este mundo mejor de lo que lo hallaste o tal vez hayan sido todos tus días desierto y viento frio.
Lo que haya sucedido de ti – tu corazón lo sabe sin posible mentira – puede tener continuidad o tomar un rumbo nuevo. Es la ventaja de ser humanos en medio de la naturaleza: la opción o elección permanente hace de nosotros seres de luz y estruendo de relámpagos; es posible, en cada instante, hacer de nuestra vida un big-bang explosivo hacia la creación de un ser mejor en engranaje de un mundo mejor.
De las Mestas guardo gratos recuerdos. En su templo parroquial del siglo diecisiete con pórtico y espadaña según el común de los templos de la comarca, destaca una preciosa imagen del Eccehomo donada por los Carmelitas del cercano monasterio en los momentos de duda de la Desamortización de Mendizábal. Está también el Enebro Sagrado, de cuya imponente presencia aún guarda fehaciente memoria mi retina; el enebro no se termina nunca, desde su ancho tronco van surcando los cielos, catorce metros más arriba, las ramas que solamente lo pueblan en su parte más alta. Hasta sus jugos llegarán, seguramente para estudiar historia, las abejas en su incesante trasiego para llenar la multitud de colmenas que merodean por toda la geografía hurdana. 
 Conocido es el Ciripolen, la empresa creada por el “tío Cirilo” para comercializar miel y jalea real por la comarca y más allá donde otros paladares tienen, aún sin saberlo, para siempre marcado el sabor dulce de estas tierras.
¿Y quién es capaz de asegurar que por aquellos años en que el enebro estaba naciendo y se hacía sagrado no eran los habitantes de aquellos pueblos tan felices como los actuales y de una solidaridad difícil de igualar? Aquí presento como prueba este puente que, siempre según mi fantasía, fue puesto en servicio después de prolongadas jornadas de hacendera; antes de acudir cada uno a sus tareas dedicaban algunas horas al trabajo colectivo y así todos se beneficiaron de este cómodo paso sobre el río. Seguramente entre las piedras permanece hoy algún suspiro enamorado de aquellos siglos que renacen cada vez que un viajero decide sentarse un momento ante los rumores de estos arcos y hace que vivan en su sueño los siglos de la historia y los deseos de quienes antes fueron viajeros siglo a siglo. 

Javier Agra.

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