miércoles, 12 de octubre de 2011

LAS HURDES Y LAS BATUECAS (II)


Las Mestas ya es de Cáceres. Se une llegando desde Salamanca por un hermosísimo desfiladero por el que entro los últimos kilómetros antes de llegar hasta las piscinas naturales de la Olla, donde Jonatán ya se ha bañado un rato y ha conquistado una casita en los apartamentos que recientemente han construido con el mismo nombre a la vera del lugar de baño.
 Piscinas naturales La Olla en las Mestas
Diré que los dos últimos kilómetros me los evitaron cuatro mozos que iban en un coche hacia el lugar del baño – hice trampa en forma de auto-stop, espero que no se entere nadie –. Tan sin resuello me vieron en aquella calurosa hora del medio día, que fueron ellos más rápidos parando que yo solicitando:
-          ¿Qué haces a esta hora por los caminos, insensato?
-          Busco un lugar sombra en las Mestas, me espera mi hijo.
-          Sube te llevamos, insensato.
-          He quedado con él en las piscinas naturales.
-          Es el lugar en el que confluimos todos a esta hora de calor.
-          Me habéis salvado la vida, gracias.
-          Para eso están los coches. ¡De todos modos eres un insensato, por estos caminos a las tres de la tarde!
-          He decidido, hace ya muchos años, ir siempre hacia delante.
En esas conversaciones, y bautizado como el insensato, llegamos. Vi a mi hijo ante los restos de un inmenso chuletón; apenas pude saludarle – a mi hijo, no al chuletón – y me fui directamente al agua que me relajó como si acabara de salir de unas termas romanas después de una fiera pelea con las fieras en algún circo de aquellos siglos perdidos entre las ruinas de mi memoria. Mientras reposaba decúbito supino sobre el agua agradecí a la técnica que me hubiera permitido comunicar con Jonatán a través del teléfono móvil nuestra situación. Sé que, para el común de los mortales, comunicar por el teléfono móvil es una fruslería no obstante para mí – analfabeto tecnológico – resultó una aventura solucionada más por mis dotes sociales que por mi pericia técnica. No narraré como conseguí tamaña proeza porque requiere un capítulo entero de mis andanzas, que titularía: “enredos sociales de un insensato por las Hurdes”

Aquí me tienes, ¡Oh noble lector!, con el resuello del baño sentado ante un chuletón ingente que da al traste con toda la austeridad de las jornadas de camino y penitencia. Hoy es día de carne y colchón: ya mi hijo hizo los trámites y tiene la llave de la casilla donde haremos noche. Mañana continuaremos ruta, espero no seamos émulos de Ulises y se trunquen nuestros proyectos por intervención de los dioses.
 Este modesto castillo, donde vela sus armas la bicicleta esperando la luz del nuevo día, será nuestra morada esta noche.
Después de otro breve baño en las cálidas aguas del remanso me siento a una mesa del merendero para reposar un tiempo de sobremesa, que he decidido será prolongado pues no tengo ánimo para muchos más esfuerzos. Aquí me entero de las fiestas de la localidad y la curiosidad que se mantiene con el nombre la Pascua de Flores el domingo de resurrección, cuando los mozos emplean un tiempo en hacer coronas de la diversidad de las flores de la zona para después colocarlas a la puerta de las casas donde vive alguna moza. ¿Cuidarán todo el año los tejos y los madroños para que estén prósperos por estas fechas? Adornarán sus ramos con mejoranas y cantuesos, para recordar el aroma de la miel y la dulzura del amor.
Me están contando el camino de la cueva de La Mora, cuando llega mi hijo y me propone que vayamos por un sendero que le han indicado que aún se conserva una cueva milenaria donde dicen que vivió…
 Hoy está así la entrada de la Cueva de la Mora. Dificil para pasar a las entrañas de la tierra.
-          Una mora, me lo estaban diciendo en este momento.
-          Es sobre aquel puente.
-          Pero yo ya estoy derrotado del camino.
-          Venga papá, no seas quejica.
-          (¡Las cosas que hay que hacer por un hijo!) Este texto está entre paréntesis porque es mi pensamiento, no expresado, mientras me levanto como si tuviera un interés mayestático en el lugar donde se conserva la cueva de La Mora.
Javier Agra.

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