martes, 1 de noviembre de 2011

LAS HURDES Y LAS BATUECAS (V)

Voy cuesta arriba camino de Rubiaco entre las sombras que me proporciona el entorno del pico El Roblito que apenas supera los novecientos metros, pero es el más alto del entorno; de sus laderas quiero recordar algunos eucaliptos apenas meciéndose ante la invisible y tenue brisa, parecían conversar permanentemente con los chopos que más abajo cantaban – y cantarán a diario aunque yo no los escuche – melodías gloriosas al río Hurdano, ajenos – ellos sí – a quien pudiera oírlos.
Y escuchando estas melodías de palabras, flores y aire descubro a mi pensamiento llegando a mí desde unas brillantes jaras:
-          ¿Aceptas la inmortalidad? – Me pregunta mi pensamiento.
-          ¿Puedo negar la inmortalidad? – Respondo a mi pensamiento.
-          En nuestra conversación, puedes negarla, porque es tan científica como su aceptación – Continúa mi pensamiento.
-          Puedo negarla desde el pensamiento, sí. Mas a nivel individual, ¿cómo negar que seré eterno? ¿Cómo puedo afirmar el final eterno de quienes sabemos que existimos?
-          Atiende, que viene un coche – Mi pensamiento me pone en vela ante las realidades más mundanas y terminamos esta inicial conversación filosófico-teológica.
En realidad era una furgoneta de un albañil que me llevará hasta Nuñomoral donde va a replantear una obra. He caminado mucho rato y ahora, viendo la carretera desde el asiento del copiloto, siento un alivio de corazón y piernas. Ahora que comenzaba a tocar con la mano las primeras casas de Rubiaco, paso por el pueblo sin pisarlo. El hombre albañil me cuenta que en el pueblo que no piso, tienen una cuidada zona de baño entre los chopos que conversan con el río Hurdano; también me dice que un poco más abajo está el barranco de la Batuequilla donde acostumbran anidar águilas, aves carroñeras y cigüeñas, el agua es tranquila y presenta buena zona de caza. 
El río Hurdano proporciona a los caminantes - y a quienes quieran acercarse por sus cercanías - multitud de pozas y embalses ocasionales, para el solaz de la jornada.
Pero entro en Nuñomoral a lomos de furgoneta. Me he quedado a su misma entrada, naufrago boquiabierto en medio de la acera. Dado que mi destino es continuar, llego hasta la plaza de la iglesia y sentado bajo un olivo me descalzo las botas antes de descorchar la cantimplora y dar un buen trago al agua.
-        ¡Caramba! ¿Cómo hago? Pediré ayuda a esos muchachitos – Les cuento que tengo que comunicarme con mi hijo por teléfono (estos días tengo el móvil activo).
-          Pues se llama y ya está – Me dicen mirando mi cara entre la sorpresa y el susto.
-          ¡Caramba! Veréis. Entre otras cosas, yo soy un analfabeto tecnológico.
-          Es muy fácil.
-          ¿Seríais tan amables de mandar un mensaje y contarle que le espero bajo un olivo?
Aquí podría añadir otras peripecias que ocurrieron hasta que llegó mi hijo: Cómo paré a la Guardia Civil y movilizaron todos sus números de la provincia; cómo estuve de conversación con un comerciante que vendía sandías y melones a pleno sol en el mercadillo del pueblo; como me contó la señora de un bar que ¡Ay, hijo, ahora se conversa muy poco!; cómo tuve suerte y, gracias a la amabilidad de una mujer que pasó a laimpiar las imágenes, conseguí ver por dentro el templo dedicado a Nuestra Señora de la Asunción; cómo me pareció muy bello, tan luminoso con las vidrieras de los símbolos de los cuatro evangelistas dando luz al presbiterio; cómo me sobrecogí ante el Cristo y su crucifijo plasmado entre la piedra.
Pero no me detengo en estas maravillas. Ya estamos Jonatan y yo cruzando el pueblo, extendido en el eje de la carretera, cuesta arriba; a nuestra izquierda valles de origen volcánico mezclan sus colores oscuros con el brillo de las hojas de roble, las matas amarillas de brezo y la plata del agua; aquí el Hurdano acoge al río Malvellido con ecos de la Edad del Bronce, valles que fueron volcanes, antiquísimos petroglifos y recientes historias de soledad y miedos; lo que sí conserva son sus increíbles meandros.

Cruzamos el río sobre un hermoso puente en la localidad de Asegur que dicen debe su origen a algún asentamiento para el ganado. A quienes hemos pasado por allí, con la lentitud de ir paso a paso, no nos extraña pues sus aguas hacen piscinas y mantienen el frescor en el ambiente. Llegamos al cruce de Casarrubia y la Huetre. A este último pueblo estamos entrando cuando el sol y las fuerzas nos comunican que, por hoy, ya está bien. Aquí toca descansar de la jornada.
Javier Agra.

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