jueves, 3 de noviembre de 2011

LAS HURDES Y LAS BATUECAS (VI)


Estamos en La Huetre. Seguramente será la última noche, de modo que nos llegamos hasta Casa Marisol donde pasaremos la noche. Después de un baño que nos deja nuevos, el posadero nos muestra desde el balcón de su casa todo el valle del río Hurdano. Desde este descansado siego la vista se humedece de emoción entre colores y brillos de la naturaleza. Hemos ganado altura a medida que pasaban las jornadas y los kilómetros río arriba hacia su origen. Ahora estamos en un semicírculo frondoso y de floreciente cultivo pues La Huetre se encuentra intentando escalar la espectacular Sierra de la Corredera (que por aquí llaman también Sierra de Casares) con el Pico del Embocadero superior a los mil doscientos metros, donde el naciente río tiene un embalse en la “majá robledo” que abastece de agua a estas tierras y gentes.

Puesto que aún tenemos algunas horas de sol, nos llegamos hasta el río, cruzando el pueblo – entre el poleo, el calamento y la siempreviva – donde predominan las casas típicas de las Hurdes, muchas reformadas manteniendo la antigua arquitectura, unas pocas sostienen aún entre su construcción el sabor de más de un siglo luchando contra el tiempo; llegamos a las huertas acompañados por una persona mayor:
-          Si me acompañáis os llevo hasta la vera del río, voy a una tierra.
-          ¡Qué bien cultivados están los huertos!
-          ¡Claro! Así podemos comer higos y cerezas y también guindas.
-          Lo más admirable es el buen aprovechamiento de cada palmo de terreno.
-          Ahora trabajamos menos la tierra. Nuestros hijos están fuera. Yo tengo un hijo ingeniero en Madrid.
-          ¡No me extraña que sea ingeniero! Seguro que le viene el gusto de ver los trabajos de estas tierras tan cariñosamente cultivadas.
-          A la tierra también hay que acariciarla con mimo, pues ella nos alimenta.
Y con las mismas con quedamos junto al puente, en un remanso del agua; otra piscina natural preparada por estos habitantes viejos, pues a cualquier edad que tengan ya han aprendido la sabiduría antigua de ser unos con la tierra: otra lección de las Hurdes, ¡somos parte de la tierra, como el árbol, la lagartija o el águila que vuela!

La noche ha sido muy relajante, entre sábanas y duchas, después de una cena de patatas y huevos fritos…Nos hemos dado todos los lujos del mundo la última noche de las Hurdes. Me levanto temprano para seguir la indicación de los que conocen los caminos: por el monte llegaré hasta la carretera que está en lo más alto de Casares de las Hurdes. Jonatan tendrá que seguir apurando los riñones para trenzar estos tres kilómetros de curvas cuesta arriba hasta el Puerto.

Montaña arriba me he perdido; irresponsable y engreído salí de las casi invisibles sendas pensando que podría atravesar la intrincada maleza. He vuelto a descubrir que se paga caro ignorar los senderos, todos los espinos del mundo, todas las ramas secas y cortantes, todas las jaras y su constante carcajada se me enroscan e impiden el paso: ¡aquí querría ver a las huestes de Don Rodrigo Díaz de Vivar intentando conquistar el monte! Afortunadamente, los humanos, tenemos con frecuencia una segunda oportunidad; yo la aproveché para llegar por una senda hasta lo alto del pueblo de Casares de las Hurdes.
Estoy en lo alto del Puerto de Casares. A mi espalda las Hurdes de las que mi hijo y yo, temblando de embelesada emoción, damos testimonio de hermosura y cordialidad; delante los pinares que bajan hacia los primeros pueblos de Salamanca y hacia Ciudad Rodrigo, los encinares y las tierras secas de Salamanca.

Aún nos sobre mucho día. Comemos una naranja y conversamos entre añoranzas, como si fuéramos un padre y un hijo que han pasado siete años juntos día a día compartiendo en el camino cada paso y cada pedalada. Se va terminando el pinar, llena la tierra llana.
-          Papá, haz auto-stop y nos vamos para casa.
-          Creo que es buena idea.
Estamos a la altura de Serradilla del Llano. Un chico que trabaja en la apicultura me lleva hasta Ciudad Rodrigo, me cuenta que mueve las colmenas hacia las flores del Las Hurdes o hacia los encinares de Ciudad Rodrigo, según convenga por el calor o el frio. Encontramos el coche dormido donde lo habíamos aparcado.
Javier Agra.

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