sábado, 29 de diciembre de 2012

LA CUEVA DEL MONJE


Recuerdo en mi infancia cuando estudiaba a Averroes, Ibn Tufail (en la escuela lo llamábamos Aventofail y nos lo aprendíamos igual), Santo Tomás de Aquino… de aquellos tiempos medievales de antaño, digo, me llegaron también muchas leyendas como aquesta que narro hogaño.

Era en la tierra Segoviana,
ciudad rural y romana,
habitaba un fornido segoviano
que la piedra filosofal buscaba
pues eterno modo de vivir deseaba,
no sabía que lo que tocamos con la mano
tiene un eterno modo de vivir
más allá  de este permanente morir.
 
Nuestro joven amigo, entró en contacto con sabios y alquimistas, con estudiosos y chantajistas. Finalmente diz que dio con el diablo que siempre anda enredando almas para engrosar su cosecha. Como él acostumbra, propuso a nuestro segoviano un trueque –que tal era la moneda en aquella antiquísima época–.
Et in Segoviae civitas estabat in via juven autem Malum diabolus, et dixit Malum: “si vis eternat juventutem dona mii animam tuam”.
A lo que el aguerrido joven contestó: “Vale” (palabra latina que significa “de acuerdo”, también traducida al castellano como “vale”).
(El anterior texto es igualmente sencillo: Y en la ciudad de Segovia estaba en la calle un joven y también el Demonio y dijo el Malo: “si quieres la eterna juventud dame tu alma”)
También puede ser que mi latín no sea del todo correcto y haya cometido más de un error, agradecería una buena traducción…y continúo.

Desde las inmediaciones de la Cueva, el monje Gerinaldo contempló más de una vez el Moño de la Tía Andrea mientras reposaba a las frescas aguas de la Fuente del Milano.

Es pues el caso que el joven, muy satisfecho algún tiempo con lo que consideraba como ganancia lograda por su pacto con Belial, vino a caer en la cuenta de las aviesas intenciones del astuto Satanás. Ya los amigos de su generación estaban envejecidos y aún difuntos, lo que le movió a pensar cuán neciamente había obrado. Intentó romper su alianza acudiendo a confesión, pero a la puerta de la catedral le rechazó una ensordecedora carcajada que dejó a la ciudad atónita y sumida en oscuros colores sulfurosos. Durante breves segundos volvió a ver y escuchar la hueca voz del satánico Samael:
¡No lo intentes, joven segoviano; te quedan diez decenas de años y después vendré por tu alma para cumplir el pacto!

Gerinaldo – pues así se llamaba el arrepentido mozo – imaginó una vida de penitencia para volver a ser el dueño de su alma, de su vida y de sus actos. Aquella Pascua de Resurrección decidió imitar a los antiguos anacoretas y permanecer, el tiempo de vida que había pactado con el Malo, recluido en las montañas sin más ayuda que sus manos ni más compañía que las aves y las fieras. Puesto su pensamiento en acto, repartió sus posesiones entre los que tenían más necesidad según opinión de la vecindad; y después de oír misa y comulgar en la madrugada del veinticinco de septiembre, fiesta grande de la patrona de Segovia “la Virgen de la Fuencisla”, salió por los bosques de Valsaín en dirección a Peñalara…

Aquí presentamos la entrada de la Cueva del Monje como puede contemplarse hoy.

Aconteció que, al final de la jornada, cansado del camino y con el estómago sin fuerza, un ave llamó su atención, con fuerte canto y voz atemperada. Gerinaldo sorprendido encontró un nido con cuatro huevos pese a no ser temporada; y al pie de una roca una fogata caliente. Cenó agradecido a la providencia, a las aves y a la tierra y echose a dormir pues ya era noche cerrada.

Apenas se despertó, encontró sentado a su lado al Acusador Belcebú mirándole con sangre en los ojos y llamas en la mirada:
Gerinaldo, Gerinaldo
que por el monte venías,
el pacto que me has firmado
bien guardado yo lo había.
No huyas por las praderas
ni las majadas baldías
pues tu alma está en aprieto
y con mis manos firmes ceñida.

Gerinaldo de Segovia en la angustia del momento acordose de María, hincando la rodilla en tierra deste modo rezaría:
Madre de Dios, ¡mamá María!
Libra mis penas de antaño
que yo tomé en mis alforjas
por mis males y mi cabeza sin seso.
Sé mi ayuda pues yo prometo,
vivir en retiro y en silencio
con solo agua y alimento montero
ni más casa quel suelo y el cielo.

Sobre la Cueva del Monje situó una cruz que allí permanece para eterna memoria de su agradecimiento.

La respuesta a su plegaria fue que al instante se libró una batalla entre Lucifer y la Virgen María. Gerinaldo, asustado, se escondió tras unas rocas que allí había. Fue tan dura la disputa, tan agresiva y con tanta furia que saltaron chispas y relámpagos, fuego y pedradas había; ahora se abajaba un árbol, ahora unas rocas subían... Mas, como no puede ser de otra manera, la victoria fue de la Virgen María. Allí veréis al Maligno gruñir por su derrota y por el alma de Gerinaldo perdida; pérdida que fue victoria para nuestro segoviano.

Entre las rocas removidas se habían levantado unas piedras, reubicado otras…de tal ventura que se había formado una oquedad que Gerinaldo tomó por cueva y acogió como morada hasta el final de sus días. Allí colocó algunas pieles para protegerse del viento del norte, allí unas hojas secas que el otoño le regalaba cada día. Contemplando el sosegado vuelo de los milanos encontró, en un lugar muy cercano, una fuente cristalina. La pelea le había proporcionado un terreno despoblado de árboles, donde cultivar algunos cereales y recibir la visita de los animales. Sobre la cueva puso una cruz – que allí permanece como eterna memoria agradecida –.

Vista desde el interior de la Cueva del Monje.

Allí vivió Gerinaldo, los años que el cielo quiso, contemplando inmensos pinares y más allá las montañas sobre las que cada noche bajaban las estrellas para acompañarle a completar el rezo de vísperas.

Javier Agra.

domingo, 23 de diciembre de 2012

FELIZ NAVIDAD


He aquí un poema, escrito sin rima pero con sentimiento, para felicitar la Navidad a cuantos leéis mis textos.

La historia cuenta que era Belén…en tiempos remotos y momentos de malos augurios: lejos de casa, una madre joven, soledad de la pareja, sin sueldos ni pagas extras, un mundo de soledad…Y de pronto aparece en el cielo una señal de luz nueva que continúa anunciando “gloria a Dios” porque se acerca “la paz para los hombres de buena voluntad”.

Porque donde parece que se termina el camino, se abre la inmensidad. (La foto es de la Cuerda Larga, en la Sierra de Madrid, un día de otoño)

                      Gabrielillo de la Sierra
                      se ha dejado las alas mullidas
                      y camina en alpargatas
                      por las tierras de Castilla.

                      Lo ha visto la Virgen Segadora
                      que da vueltas sobre el trillo;
                      le ha contado que tendrá un niño
                      lleno de libertad y de Espíritu.

                      Epifanía de los obreros
                      entre verdes olivos y alcornoques fieros
                      tez morena de carbón y de cemento
                      corazón de viñador y de pimientos.

                      La Virgen Segadora con José Carpintero
                      emigraron a otras tierras
                      perseguidos por Herodes Hambriento
                      y viven en casa de arriendo.

                      Navidad de felicidad y contento
                      un niño baja del cielo
                      con mazapán de trabajo
                      y con turrones de progreso.

Javier Agra

sábado, 22 de diciembre de 2012

CERRO DEL MOÑO DE LA TÍA ANDREA


Con este doméstico y casi familiar nombre en la mochila nos calzamos las botas. Tenemos el coche cerca del Centro de Montes de Valsaín en el pueblo de Pradera de Navalhorno. Hoy queremos hacer una senda circular por pista bien marcada y sencilla.


Irreverente y osado, salto sobre los troncos preparados para llegar a ser maderas de alguna mesa, mondadientes o puertas de seguridad de alguna inmensa mansión. Continuamos. Sensaciones de sosiego entre los madrugadores cantos de los pájaros. En el puente del Vado de los Tres Maderos nos detenemos a escuchar los sonidos del final del otoño: son melodiosas conversaciones de agua y hojarasca que nos transportan más allá del espacio que hoy recorremos; melodías de siglos y vida en todos los rincones de la tierra.

Pista adelante…hemos recorrido carreteras en peor estado. Siempre adelante, digo, sin posible pérdida, vamos ascendiendo lentamente…Hoy si podremos reproducir nuestra marcha en kilómetros más que en desnivel que es la medida natural de las marchas por la montaña. Estamos llegando a mil seiscientos metros y la nieve se asienta en la pista. A partir de aquí, el monte se defiende con más fuerza; nuestras botas se ayudan de los palos para llevarnos en volandas. Se abre la montaña en el Collado entre susurros del arroyo de los Neveros. Subimos otro breve desnivel hasta llegar a peinar el moño del Cerro de la Tía Andrea.

Sentado en la silla del rey imagino un imperio de igualdad y libertad.

Estamos en el Moño, antaño bello mirador sobre la Granja, hoy encerrado entre hermosísimos pinos brillantes de nieve y bruma, pinos de inmenso tronco y sonrisa naranja. Nos sentamos en la silla del rey. Yo –que normalmente voy unas horas por detrás de todas las noticias– me entero ahora que se llama así porque Francisco de Asís Borbón, primo y rey consorte de Isabel II, mandó construir este trono en piedra para admirar las iluminadas vistas que desde la cumbre se perciben. Más allá de chismes de la realeza, el lugar estaba bien seleccionado.


Nuestra ruta continúa entre la nevada de días pasados y el tibio sol que bosteza pausas de brillo y agua. Así llegamos a la Fuente de La Chorranca, queremos continuar unos metros entre los acebos que han puesto tienda en su ribera; en ese intento andamos pisando nieve, cuando nos llama un perro con cierto desconsuelo. Al trote ha llegado un labrador joven al que acompañamos de vuelta a la pista; el labrador corretea entre inquieto y agradecido por la presencia cálida de humanos. Jose y yo comenzamos a componer una sinfonía al perro labrador, pero no podemos concluir con éxito, enseguida llega su dueño con asomo de preocupación; el perro – es una hembra joven llamada Luca – sigue su agradecimiento natural para buscar a su dueño después de agasajarnos con un lametón.

En la Fuente de La Chorranca nos acaeció la bien ponderada aventura del perro labrador, donde se podrá oír más de invención que de ciencia.

Dejamos atrás la Majada Hambrienta, tal es el nombre que recibe el entronque de ese lugar con las faldas de Peñalara y, sin más aventuras dignas de ser reseñadas en los libros de caballerías, estamos volviendo y perdiendo altura a buen ritmo siempre siguiendo la pista. Pasamos de largo por la Fuente de la Cruz de Abastas, porque ya estamos buscando la Cueva del Monje. Ha desaparecido la nieve de la pista. Ahora es cuando yo me resbalo y me doy la única culada del paseo en un lugar imposible – el lugar imposible del espacio geográfico por el que transitamos, el golpe lo recibo en las partes glúteas me mi anatomía –.


Dejo esas menudencias pues estamos ya admirando la Cueva del Monje. Visión solemne que contaré en otro momento – para mantener la intriga de la narración –; esta solemnidad del paisaje, amable lector, imagínala con tus ojos cerrados y dibuja un espacio abierto entre brillantes pinos y hierba verde, al fondo Peñalara entre nieve y arriba el cielo de Castilla a medio día cuando la luz reverbera en azul y música, añade sonido de agua y trinos de aves o de ángeles: estás en medio de la Cueva del Monje.


La Fuente del Milano está en el camino de regreso. Agradecidos a la hermosura del entorno, al sosiego del día, al renacer del espíritu en estos remotos paisajes, caminamos en silencio hasta llegar a la vista del coche.

Javier Agra.

viernes, 7 de diciembre de 2012

LA PEDRIZA: LAGUNILLA DEL YELMO


Amanece sobre las cumbres de Guadarrama entre sonidos de carboneros garrapinos y pezuñas de cabras montesas, cuando por las sombras de la madrugada unimos nuestra respiración al palpitar uniforme de la Sierra. No necesitamos precipitar nuestro paso; en estos días de otoño, la Lagunilla del Yelmo aún está visible en toda su esplendorosa agua. No puede ser mucha cantidad porque la Pedriza tiene entrañas de granito y es uno de los lugares más secos de la montaña de Madrid.
Pero aquí, antes de las primeras nieves, ya encuentran los cien mil habitantes de la pedriza – animales de mil especies – su necesario sustento de agua. Porque la Pedriza tiene entrañas de roca pero late un corazón vivo que le permite formar innumerables diminutas pozas para recoger lágrimas y suspiros de las nubes y abrevar a la rica variedad de vida que aquí señorea en todo tiempo.
Hemos dejado atrás el Barranco de los Huertos. Hemos dejado atrás los problemas y los miedos; hemos dejado atrás – infinitamente atrás – las congojas y los vientos; hacia adelante solamente el entusiasmado esfuerzo y la esperanza de tiempos más feraces y de mejor contento. Allá delante la pared firme y rotunda de la mole del Yelmo. Buscamos una piedra caballera en eterno equilibrio – ¿la virtud está en el medio? – un centenar de metros después de coronar el Collado de la Encina. Puesto que el que busca con tesón encuentra, justo antes de un recodo del sendero encontramos la senda que nos llevará hasta la Lagunilla.

Este recodo de agua iluminada por la mañana nos sorprendió graciosamente antes de llegar a la Lagunilla del Yelmo.

Nosotros no hemos experimentado que allí esté la Lagunilla que buscamos, pero lo “sabemos” porque otros la han visto y nos lo han contado; nos fiamos de otros viajeros, nos fiamos de la descripción que nos han hecho y del gusto de su encuentro. Llegamos a una charca y nos sentimos conquistadores de sueños.
-          ¡Mira Jose, la Lagunilla!
-          No puede ser aún. No coincide con lo que he leído.
-          Está llena de vida.
-          ¡Muy pequeña! ¡Continuemos la búsqueda!
Estamos otra vez en camino. ¡El sendero ha vuelto a nuestro encuentro! Por entre altas hierbas y ramajes, el sendero bordea las rocas y cuenta nuestros suspiros. Enseguida se abre a nuestra mirada la Lagunilla del Yelmo. Agua fría en las manos y refrescante en la frente; agua del color del cielo y del verde del entorno; agua de profunda mirada y de ternura sin cuento. El agua ha venido a nuestro encuentro.

Lagunilla del Yelmo, lugar de misterio y de juego, de silencio y de pensamiento.

Sentados junto al agua para recordar que somos ríos de tiempo y agua; somos espejo de estrellas y auroras, de firmamento y de tierra; y recuerdo aguas de mi infancia junto a los regueros de flores donde cantan las cigarras, juntos a los mares inmensos donde las gaviotas pían proyectos de libertad desde los riscos al cielo; hago un embrujo de agua y le pido a la Lagunilla del Yelmo que vuelva mis pensamientos a la limpieza de mis primeros años; somos agua dormida y despierta que se queda en el pasado y salta hacia las horas del futuro.

Sentados junto al agua estamos viendo, al otro lado de las inmensas rocas que la protegen y la miman, la Maliciosa lejana y me recuerda la pintura que trae un cuadro dentro de otro cuadro, y así entra lentamente la extensión del mundo con un final improvisado por la luz del sol y por el canto de los pájaros. He visto que en la Pedriza todo es grande: inmenso como el aire que no se ve y se extiende más allá de lo que vemos, como el sueño que sin ser real tiene la firmeza de lo concreto.

Titulo: ¿Realidad o sueño?

Sentados junto al agua disfrutamos las lejanas vistas, pero nos recogemos en la vegetación del entorno y en la cóncava visión de lo cercano y lo inminente; ha dado fruto tanta búsqueda; el tiempo que empleamos en el trayecto y en la preparación de la excursión a esta parte de la sierra ha florecido en esta visión tan pintoresca donde se asoma el paraíso de la vegetación y de la piedra.

Estamos en las praderas del Yelmo donde el tiempo se ha congelado.

Hemos recorrido en la misma jornada La Lagunilla del Yelmo, El Centinela y la Mujer y el Hato, el Callejón Ciego, para volver por el Tolmo hasta el Manzanares en Canto Cochino. De las otras fantasías de la Pedriza escribí en anteriores entradas. Desde la Lagunilla, por escondidos senderos, entre cabras, peñascos y setos diversos salimos a las praderas que alfombran el Yelmo: en ese lugar volvemos a encontrarnos con otros muchos montañeros de los de cuerda al hombro camino de su escalada; el resto de la jornada será silencioso pensamiento.

Javier Agra.

jueves, 6 de diciembre de 2012

PIPA: INVIERNO CERCANO

Paso largos ratos dedicada a la lectura que es creación y libertad; me lleva entre vuelos y fantasía a valles y personas que nunca hubiera imaginado.

Invierno.
Se acerca el invierno y me cuesta ver las crestas de la Sierra de Madrid, en mi paseo por el parque, a través de las nubes. Estas largas tardes, en que se mezclan somnolencia y vitalidad, son las hojas compañeras de conversación en los momentos de sosiego cuando escucho su sinuoso susurro; converso con las hojas, con el baile despierto de las aves y con el silente e imperceptible caminar de las estrellas.

Pronto llegará el invierno. Hace pocos días celebré mi cumpleaños y cinco meses más; lo celebré, sí, porque a partir de cierta edad conviene celebrar cada jornada que amanece; conviene contar los suspiros de las hojas que cayeron anoche entre la hierba y se duermen entre algodones de escarcha en estas horas en que el termómetro duda si ponerse bajo cero.

Invierno. Llama a la puerta el invierno.
En mi dilatada vida nunca me he aburrido, nunca he padecido esta tan común enfermedad acaso producida por la abulia tecnológica. En mi dilatada vida he gozado los largos períodos de soledad, gozo con la soledad en la soledad; he experimentado grandes momentos de compañía, entonces he gozado de la compañía. Siempre he comprendido que la vida es goce entre la amplitud luminosa de la montaña y la profundidad en la sombra de las simas. En mi prolija vida he gozado con el disfrute de quienes me conocen y con la esperanza gozosa de un mundo más feliz para todos los seres animados e inanimados.

¿Animados e inanimados? Yo Pipa, perra de doce años y cinco meses, estoy convencida de que todas las criaturas somos animadas, pues tenemos ánima que nos impulsa y ánimo de mejorar y construir un mundo mejor para quienes caminen por estas tierras cuando dejemos esta fatigosa respiración.

Invierno. Preludio de primavera.

Javier Agra.

sábado, 1 de diciembre de 2012

CALLEJÓN CIEGO EN LA PEDRIZA


He aquí que nuestros pies están asentados entre brincos de rocas. Así nuestra seguridad se afianza en la búsqueda permanente. En estos momentos buscamos rocas donde posar cada pie, otras veces buscaremos otros apoyos, otras esperanzas…siempre en permanente búsqueda. La meta nunca es definitiva…detrás está otro recodo.

Vista del Callejón Ciego y la Maza

Así descubrimos, en la tercera hora de nuestro sendero por la Pedriza, la recogida belleza del Callejón Ciego desde el Collado de la Vistilla – curioso diminutivo para tan gran espectáculo –. Agarres de roca y roble nos llevan hacia nuevas sensaciones. Ser roble es, seguramente, una experiencia de firmeza y lucha constante, de finura de hoja y de armonía de respiración. Ya estamos en el Corral Ciego. Seguramente son pocos los que se aventuran a gozar de la inmensidad de la paz de su entorno. Hemos llegado al recogimiento donde el palpitar de la Pedriza se acompasa al palpitar de cada corazón.

En el Corral Ciego, baja San Antonio a nuestro encuentro. ¡Miradlo al fondo!

Superamos La Maza, infinito grito de granito contra la estulticia humana; inmenso grito de silencio contra el dolor humano. Y llegamos al Corral Ciego, al que los lugareños llamaron durante muchos siglos La Placilla. Una pausa de sosegado silencio, un espacio respetado incluso por el ventarrón de hace unos metros. Esperad un momento, amigos míos, que converse con San Antonio – acaso veinte metros más arriba, al final de una pared de escalada con cuerda, ha quedado la llamada Bola de San Antonio – que ha bajado a nuestro encuentro:
-          Dime si es cierto, egregio egipcio, que viviste más de cien años como cuenta la leyenda de tu vida.
-          No te inquietes por los años de existencia. Entre estas rocas he aprendido que cada instante es infinito.
-          Dime buen Antonio, ¿por qué te hiciste eremita?
-          Recuerdas por la historia los duros caminos de los primeros cristianos…
-          Los recuerdo, San Antonio.
-          …Pues he bajado a contaros que todos los tiempos son duros para quienes nada poseen y aún su libertad y su contento les son arrancados.
-          ¡Ay, buen Antonio, me cuesta entender tu razonamiento!
-          Practica la ascética del silencio. Y escucharás en tu corazón los llantos de las criaturas de la tierra.
-          ¿Y después, San Antonio?
-          Después busca tu camino para unirte a la lucha de los que buscan el abrazo de la justicia y la paz.


A su lado, escucha la conversación, el Hombre Sentado. Pero continuamos, Corral abajo, entre robles imposibles y múltiples peñascos. Para mí, observador absorto de esta montaña, ha nacido un paraje de libertad y ensueño. Llegados más abajo encontramos un reposo para el trago de agua entre estas rocas llenas de vida y evolución; aquí sentados escuchamos el musitar tenue del aire en conversación diáfana con las resistentes hojas de las diferentes especies que se han escondido en estos recoletos silencios. Las rocas brillantes, voluptuosas de luz otoñal nos cuentan siglos de escondidas alegrías de la naturaleza y nos cuentan ecos de otros mundos extraños donde el odio no deja paso a la poesía. Nosotros, poetas de mochila y diccionario, escuchamos reverentes para no romper los cánticos de la tierra en estos cercanos y escondidos paisajes de leyenda y realidad mágica.

Saldremos de aquí por la Portilla del Predicador. 

Montaña abajo descendemos la Umbría de Calderón; tenemos tiempo para saludar al Hueso, que espera siempre una visita; a Peña Sirio y la Cueva de la Mora entre riscos y alturas; descendemos buscando senderos – porque la vida es buscar sendas que nos van llevando a la meta – hasta el Tolmo.


Hemos llegado al Tolmo. Desde aquí a Canto Cochino somos muchos, todos los caminos se van juntando porque el final se acerca.


Javier Agra.

sábado, 24 de noviembre de 2012

LA PEDRIZA EN NOVIEMBRE


Qué importa que amanezca con una sábana de nubes en el cielo. ¡Qué importa! Dentro de un rato estaremos brillando entre las piedras y las brujas. Las brujas, sí. Porque nuestras brujas de Castilla, más que “malas” en el perverso sentido de la palabra, son resueltamente bullangueras aunque silenciosas. Cuando se ponen furiosas rompen piedras a patadas y aún roen con denuedo los viejos cueros que ya no sirven para los arreos de los animales: de ese modo se desfogan y no descargan su ira contra los habitantes de sus pueblos y de los alrededores.


Esta afirmación que acabo de expresar puede ser discutida por cualquier persona que tenga otra diferente opinión; añado además que esta verdad expresada más arriba no está en absoluto contrastada con la realidad – por eso tiene la fortaleza y la verdad de todos los cuentos –. Pero sí puedo afirmar que no he encontrado ninguna bruja, en el sentido que en los cuentos se nombran, con deseos de hacer mal a nadie. Parece pues que la Mujer con Hato que pasa su tiempo en la Pedriza, no lejos del Yelmo, es de esta genealogía de brujas castellanas de luenga vida y de sosegada ancianidad. Yo no la conocía; en uno de los últimos viajes por la zona Jose, que prepara excursiones formidables, nos dijo a quienes estábamos con él:

      - Vamos a llegarnos a ese mirador para conversar con el Centinela y la Mujer con Hato.
      - ¿Podremos encontrar el camino?
¡     - ¡Claro! – continuó nuestro guía – Basta con dejar el Yelmo a nuestra izquierda y pegarnos a la cadena de cumbres de la derecha.

La Mujer con Hato y el Centinela, en primer plano; más allá la Pedriza posterior se une con la Cuerda Larga.

Ya llevábamos una hora caminando desde Canto Cochino montaña arriba y habíamos superado el Barranco de los Huertos; evidentemente habíamos conversado más, pero no es éste el lugar para transcribir todas nuestras palabras. Llegamos al lugar convenido… ¡Oh, maravilla! Nos salió al paso el Centinela que nos ofreció un puñado de castañas recién asadas, pues la mañana estaba fría incluso dentro de la caldera del sol; que tal parecía el hermoso cuenco por donde discurría nuestro paseo.
      - Hace tiempo que os esperaba, nobles viajeros.
      - Perdonad, señor Centinela, nuestra tardanza.
      - Varías veces os he seguido algún tiempo mientras pasabais por acá y acullá. Nunca se saben las intenciones de quienes se acercan.
       - Siempre han sido honestas nuestras intenciones.  
             -  No lo dudo; mis sospechan aumentaban porque no pocas veces os he visto fatigados y “hechos unos zorros” por estas brillantes laderas.
       - La fatiga del camino nos hace parecer más desastrados. Pero resistimos los envites del tiempo.
       - Lo he notado. Valoro vuestro empuje ante las vicisitudes de la vida. Por eso quiero que seáis portadores de este pergamino y su enseñanza.
       - Vuesa merced nos honra.

Y el pergamino, apenas contenía estas pocas palabras:
“Tarde lo comprendo todo, pero es mejor buscar la fortaleza en la unidad de los desterrados de la tierra; los que amasan dinero en sus arcas, se sirven de la masa humana para comérsela una vez ha fermentado. Tendría que haber puesto más empeño en aprender a leer los signos de la solidaridad”.


Allí estaban la Mujer con Hato y el Centinela, a nuestro lado, conversando desde el silencio y los siglos. Con unción y respeto profundo, nos despedimos y seguimos nuestro camino. Ahora buscábamos el paso hacia el Callejón Ciego y nos encontramos con este hermoso paso que da a otro agreste paisaje; ya comenzábamos el descenso cuando oímos a nuestra espalda una voz de mujer:
      - Por este lugar os despeñaréis. Volved y buscad el callejón que está más cerca del Yelmo. Veréis La Maza, con claridad, allá adelante a vuestra derecha.
       - Gracias.


Cuando giramos la cabeza para agradecer la indicación, ya no vimos a ninguna persona. Nunca sabremos si fue el ulular del viento que en ese momento era recio y fuerte, si fue la Mujer con Hato que siguió nuestros pasos hasta asegurarse de nuestro buen camino, si tal vez alguna bruja de la Pedriza nos iluminó en la buena dirección…


Lo cierto es que acertamos a divisar y reconocer con claridad el inicio del Callejón Ciego y, allá abajo, el Corral Ciego…mas permitidme ¡oh, nobles lectores! que cese hoy en mi escritura pues, siendo Dios servido, otros días habrá para retomar la feliz aventura de la Pedriza.

Javier Agra.

sábado, 10 de noviembre de 2012

EL ARROYO ANGOSTURA SE VA AL MAR


El Lozoya se ha bebido sus aguas.
Pero, hasta hace muy pocos kilómetros, el arroyo Angostura – tan estrecho que apenas le entra el nombre de río – tenía dibujada la silueta de la Cuerda Larga de la Sierra de Madrid en su seno transparente de fina arena y brillante piedra; más allá del Pico Valdemartín – donde coronan en nube y brillo las Cabezas de Hierro – ponía sus primeros pañales a arroyuelos con otros nombres que ahora lamen ladera abajo la empinada cuesta hasta encontrarse entre los pinos y entre los tejos asombrados de Valhondillo donde la espesura canta misterio de silencio y violines de pájaros.




 
El Lozoya se ha bebido sus aguas.
¡Quién sabe sus conversaciones sobre las cascadas del Purgatorio y los longevos tejos de encorvadas y poderosas ramas! El río Lozoya presume de sus mágicas aguas en sus conversaciones con el Manzanares al mismo tiempo que se enteran que han perdido sus nombres. Ahora, corriente abajo, escuchan que les nombran y les leen con el sonoro y pegadizo nombre de Jarama. Ahora el arroyo Angostura camina más despacio porque ya no tiene que dar de beber al angosto valle hondo por el que pasó hace días entre pinos, tejos y helechos adormecidos por el tiempo y la mañana.


El Jarama se ha bebido sus aguas.
Y está aprendiendo que otras gotas llegaron desde la Peña Cebollera, donde hace tiempo inició el río su recorrido; y oye hablar de multitud de provincias y de diversas geografías; el arroyo Angostura pasea su vista por la inmensidad de las llanuras que se abren a Castilla y a la Mancha; comparte ahora sus recuerdos, de montañas encerradas, con otras aguas que viajan desde otros lugares y otros ritmos. Ahora entiende las conversaciones libres de las aves cuando hablaban de tierras lejanas y lugares donde abundaba el grano y la sementera y recuerda, pese a que aún es agua joven, los brillos de la luz entrando entre las frondas allá en su tierra natal de la montaña; ahora entiende que es agua más allá de nombres y fronteras; ahora entiende que es vida en las raíces y en las cavernas, en las praderas verdes y en el aire que recorre libre la tierra.



El Tajo se ha bebido sus aguas.
El Tajo es un río viejo que ya llega con las barbas de varias Comunidades y de muchas sierras y de muchos nombres de pueblo y de muchos saltos y de tantas cosas que hacen de su cabeza de agua una sabia enciclopedia. Más de ochocientos kilómetros recorriendo España y al entrar en Portugal escucha que le llaman el Tejo – dicen los humanos que tarda cuarenta y siete kilómetros en decidirse a pasar a Portugal desde que le da su primer abrazo de agua –; el arroyo Angostura ha llegado a Lisboa y se da cuenta de que está tomando el sol en el estuario del Mar de la Paja antes de entrar, con ojos asombrados, en el inmenso Atlántico. Ahora que se llama océano, recuerda que antes fue río Tejo, antes… y piensa en su primer nombre y en sus viejos y silenciosos tejos; ahora que juega con los bulliciosos arenques y las pausadas ballenas, recuerda el silencioso brillo de los antiguos tejos y la música armónica del ruiseñor y del petirrojo.



El Atlántico se ha bebido sus aguas.
El arroyo Angostura ha pensado que va a regresar a su Sierra aprovechando un ramal de luz una noche de luna llena; o acaso viaje en el interior de una nube una tarde de tormenta.

Javier Agra.