sábado, 21 de enero de 2012

PICOS DE EUROPA EN EL CORAZÓN: HORCADOS ROJOS

En los Horcados Rojos se oyen colmenas de abejas: dicen que aún suenan ritmos de baile en las noches de suave brisa. Cercanas ya las pisadas de los montañeros, se escuchan los murmullos de sus labores entre las venas de la piedra; por eso es necesario pasar en silencio, no merece la pena despertar su trabajoso sosiego. Miramos y no vemos, pero ahí están sus zumbidos de miel entre la dulzura y el aire sigiloso. Las abejas de Horcados Rojos han construido una montaña de escalada sencilla, que hoy solamente acariciamos con la vista y con las yemas de los dedos.

También están los que afirman que el color rojo es porque el sol va sembrando, entre sus grietas, rayos de luz en este amarecer violeta. Bien pudiera ser. Pues a media ladera es oportuno hacer un alto entre las piedras, respirar la gloria del entorno y poner la visera; el sol ya llama a la puerta con magia las alas calladas de los siglos de existencia. ¿Y cómo cerrar los ojos a los aleteos de vida que van y vienen entre el sol y las formas infinitas de la naturaleza? ¿Y cómo negar un suspiro de ánimo a la inmensidad de la tierra cuando estamos envueltos en el color rojo de este entorno de vida y de magia?

No pocos afirman que el color de estas rocosas cumbres nace de la mezcla del hierro de las feroces espadas y la sangre derramada por las fuentes inmensas de las heridas de los Titanes que luchan en noches de fiera tormenta. Sin duda, esta teoría, puede pertenecer a la fantasía; pero aún hoy se pueden escuchar los roncos gritos de aceros y guerras, el fragor de espadas contra espadas por entre los farallones de las rocas en noches cerradas de crueles tormentas. Yo no he visto ni Titanes ni sangre, pero si he pisado por donde ellos han dejado la huella de mandobles guerreros y por donde ellos pasaron camino acaso entre la parte cántabra de Cabaña Verónica y la astur del Pico Urriello.

Tal vez alguna vez me crucé con este fiero Titán, sin pretenderlo.

En cualquier caso, cuando camines por estas cumbres recuerda que el esfuerzo nos hace humanos y nos iguala a la naturaleza; recuerda que la molicie está siempre alejada de las altas cimas. Busca el Ramidreju, que dicen que es un animal que nace cada cien años y su amistad es muy oportuna para ayudar a encontrar tesoros ocultos y también con su verdosa piel cura las enfermedades de sus protegidos. Si caminas despacio, respira profundamente y notarás, que más allá de las leyendas, cada senda de Picos de Europa tiene vida propia y fortalece tu vida; si vas con prisa… es que te has confundido y no estás en Picos de Europa.

Javier Agra.

domingo, 8 de enero de 2012

POR LA PEDRIZA

Tersas, deformes, rugosas, brillantes… de las más de quinientas mil piedras de la Pedriza, muy pocas tienen nombre; pero sin el conjunto no se podría nombrar con este nombre sonoro a la Pedriza. Conviene mirar a los ojos una a una a cada piedra y conversar sobre sus miedos y su historia y, aún a fuer de ser considerado loco, pasear con tiempo entre las llambrias y sentarse en los ribazos a contemplar árboles, arbustos, muérdago… todo en la Pedriza tiene un trasfondo de música serena, de ritmo creciente, de elegía y épica.

Apenas ponemos los pies sobre el puente del Manzanares en Canto Cochino, entramos en un tiempo de sosiego y árboles, de sonidos de magia y pájaros. Hacia la izquierda, perdiendo los sauces y los fresnos de la ribera, entre formaciones graníticas encontramos una senda – alguna encontrarás amable lector, pues salen varias – que sube al Cancho de los Muertos…


Vemos, con curiosidad y pasmo, las grietas transversales que ha dibujado en la roca, la erosión y el tiempo. Seguramente son los versos de algún poema que tendremos que descifrar.

... Do narra la antigua leyenda que unos fieros y poéticos bandoleros hicieron prisionera a una hermosa dama de familia acaudalada. Ahí llegó la discusión entre los raptores, pues mientras la mayoría pretendía dineros por su rescate, el capitán intentaba con lágrimas, lisonjas y amenazas conseguir que la doncella fuese su amante. Entre estas forzadas discusiones y otros avatares de la vida – continúa narrando la leyenda – unos a otros se fueron matando, por rencillas y accidentes, de modo que –como en las películas del oeste y en las míticas epopeyas – solamente ganaron los buenos. Aquellas no desmentidas historias de la “banda de Los Peseteros” ocurrieron en este paraje por el que ahora transitamos.


En nuestra subida descubrimos las formaciones rocosas que se llaman El Pajarito, La Vela y La Campana.

Continuamos, sin más sobresaltos, hasta el Collado del Cabrón en un paseo relajado entre cipreses, pinos, enebros, encinas, jaras y retamas de diversa índole. En los altos riscos nos espera un chivo, seguramente para que identifiquemos el lugar nombrado con algún significado agreste. De aquí salen cinco senderos. Observamos El Pajarito, La Vela y la Campana: nos hemos propuesto hacer una ruta en dos círculos, de modo que apuntamos, por nuestra izquierda hacia la brecha junto al Pajarito y la Vela.


Aquí estoy, dando la nota, en el inicio de la canal junto al Pajarito.

Hermosa desde cualquier punto de vista, canal junto al Pajarito arriba descubrimos robles y encinas que nacen en la dureza de la piedra – ¿cómo llamar inerte a las rocas después de estos paseos? –, una grandiosa cueva fabricada por el tiempo y la montaña, con dos notables oquedades mullidas con las secas hojas que el viento ha ido arrinconando en su fiereza. Y arriba, el Jardín de la Campana: entre los pinos y el asombro nos parece merecer un sorbo de agua y a él nos entregamos mientras descubrimos la encina que nace a nuestra izquierda y marca el inicio de otra subida entre piedras rosas, brillantes de sueños y pausas.

Pisada a pisada, subimos hasta la Collada Romera. Ignoramos El Carro del diablo que queda a nuestra derecha y continuamos el plácido trasiego por la llanura de la Sierra. Ante nosotros serpea La Cuerda de las Milaneras que hoy dejamos con su reposo: nosotros teníamos previsto cerrar ahora el círculo y así volvemos por una relajada senda hasta donde un ramal desciende en busca del Refugio Giner. Aquí nos detenemos para observar a dos montañeros que están culminándo la ascensión al Pájaro, aquí vemos el valle, aquí el Yelmo, aquí la Cueva de la Mora, aquí nosotros como un suspiro de la sierra. 


Al fondo, la Cuerda de Las Milaneras. Yo, narciso sin memoria, me sitúo de espalada a tanta hermosura para salir en la foto. Jose, que sabe más de la montaña y de la tierra, inmortaliza el momento mientras sueña poemas violetas.

Desde aquí al Collado Cabrón es un paseo; el descenso hasta el puente de madera sobre el Manzanares no tiene pérdida; bajamos por otro de los caminos que aquí confluyen, nos sentamos en una verde pradera a comer y ver disfrutar a los pinos jugando con las piedras. Entre bocado y bocado, Jose reflexiona sobre la importancia callada de los pioneros que se atrevieron a cruzar los caminos de la Sierra y nos dejaron las primeras huellas. Nosotros abrazamos la montaña pero no caminamos a ciegas, vamos por aquellas primeras sendas de quienes se fueron sin dejar nombre pero con el recuerdo anónimo impreso entre las piedras.

Javier Agra.
    

lunes, 2 de enero de 2012

PEÑALARA EN DICIEMBRE

Es verdad que volver a Peñalara una y otra vez puede parecer repetitivo; tal vez pienses amigo lector que la monotonía defrauda las expectativas y haría mejor en recorrer otros mundos para emplear después unos segundos en estas escrituras. Pero yo quiero conversar contigo sobre las repeticiones de la naturaleza y la vida.


Cumbre de Peñalara. Abrazados al vértice geodésico lanzamos al mundo deseos de Paz.

¿No es un día igual a otro día? Y sin embargo parece que el sol comienza a desplegar su carro con filamentos nuevos porque el calor aún está sin estrenar y está reservado el aire para ser nuevamente respirado; los árboles que ves en el paseo de la mañana tienen otro sonido distinto al que te susurraron durante la vuelta a casa tras la fatiga de ayer; las aceras mismas observan con mirada diferente la suela de las zapatillas que deambulan por los cementos ayer tan pisados y ahora con otro aguante.


                         Estamos descendiendo. Poco a poco se nos ha llenado el corazón de cielo.

Los pájaros que ayer contemplaste en su paseo hacia el nido ¿son los mismos que esta mañana surcan el cielo camino de su alimento? Escucha su gorjeo y dime si entiendes la misma conversación que mantenían en sus anteriores parloteos. Hasta el tono brillante de sus plumas cuenta otra historia a tu retina y tu corazón traduce otros sentimientos.


 Desde la loma que hace de unión a las Dos Hermanas se divisan las sombras de quienes han pisado estas cumbres, más allá Segovia y fuera de imagen el mundo entero.

Ya  sé que Peñalara y toda la magnífica Sierra de Guadarrama llevan un montón de millones de años, día a día esperando visitas y sonriendo corazones. Imagínate desde el paleozoico medio cuando aún éramos mar y sedimentos, pasando por el mesozoico hace más de cien millones de años cuando la sierra apenas despuntaba por encima de las aguas, hasta que el Terciario y las glaciaciones del período cuaternario hace más de un millón de años dejaron esta zona más o menos como nosotros la contemplamos cada día; imagínate repito la de historias y sucesos que nos podrá contar Peñalara, de modo que por más veces que la saludemos y besemos su anciana frente, nuestra cumbre sigue narrando recuerdos.


 Iniciado el repecho de la subida final a Peñalara, la vista se hace infinito y los deseos de libertad cantan endechas y villancicos.

Allí, pues, cerramos el año con la sonrisa que nos quedaba por repartir y deseosos de alcanzar en sus cumbres nuevo vigor para que este año sea cada amanecer un rosicler de pasión, un entusiasta grito de paz, una fuerte mochila que nos llene de humildad y sabiduría para poder contemplar otras cumbres y otros llanos sin miedo a desfallecer antes del final del año y aún de la vida.


 Esta foto en la que aparece Jose es un grito de aliento a cuantos piensan en infinitos modos de traer la justicia y la paz a esta extensa tierra sin fronteras.

Dos mil cuatrocientos veintiocho metros de gneis y granito sobre el nivel del mar nos acercan al cielo y nos mantienen en el suelo; desde esta máxima altura de Guadarrama podemos gozar cada cumbre redondeada y nombrar con sus nombres y recuerdos a varias decenas de picos hasta llegar al menor de todos, el Puerto del Boquerón no lejos ya de la vecina y hermosa Ávila. Y mientras caminamos montaña arriba nuestro espíritu se llena de lumbre y de paz al tiempo que aprendemos nuevos nombres: hasta hoy no había descubierto que existieran en este mundo plantas abundantes en esta sierra como el jabino y el cervuno (nardus stricta); no me había percatado del canto del acentor común, ni de la colorida collalba gris.


 Aquí ponemos el rostro de Elena, la fotógrafa de esta expedición.

Iré una y otra vez a Peñalara, punto de encuentro de las dos Castillas; y mi alma suspirará silencio y sosiego como en la primera oportunidad cuando llegué con sudor y entereza a pisar la cumbre de las Dos Hermanas, del Risco de los Claveles, de los Pájaros… volveré a Peñalara… volveré…

Javier Agra.