sábado, 31 de marzo de 2012

PEDRIZA POSTERIOR

Al alba la Sierra de Madrid se despereza en múltiples cumbres que pasean la geografía de Guadarrama; al alba se expande en abanico de interminables nombres acuñados en tiempos ya olvidados traídos al presente pisada a pisada por los montañeros, senderistas, micólogos o meros observadores de la distancia. Y aquí estamos, bruñidos por el alba y acunados por la luz de la mañana.

Desde Canto Cochino comenzamos mil personas, diversas expediciones hasta cruzar el Manzanares; somos los nuevos mineros en busca del oro de la calma y del sosiego en la armonía de la Pedriza; nosotros, en los llanos de la Peluca, abandonamos el sendero que cruza al Refugio Giner y subimos buscando la senda la Majadilla sobrevolando a las decepciones de los últimos días y arrojando los problemas para que se laven con el agua del arroyo de la Ventana que marca su cauce a nuestra izquierda con los tambores de la piedra y el flautín de las aves cantarinas.


 Grupo del Cerro de los Hoyos 

La frescura de la vegetación se termina entre los pinos de repoblación – impuestos en estos montes hace tantos años – y los diversos vegetales que hablan con nosotros de hermano a hermano, porque en la montaña vamos aprendiendo – paso a paso, respiración a respiración – la armonía de toda la naturaleza; pasamos a las plantas bajas y al dominio de la roca: el Balcón, el Cocodrilo… el tiempo y el sosiego permiten bautizar con nuevos nombres a las rocas que antes sólo fueron piedra y después pasan a ser figuras de algo, recuerdos de un amor, síntesis de una experiencia, palabra de todo un tratado. 



Los buitres sobrevuelas nuestra parada para el trago de agua y para ajustar los cordones de las botas… a nuestra derecha, más lejos de nuestro camino aparece entreverada la Torre de los Buitres. Al emprender la marcha, un puñado de cabras salen a nuestro paso para anunciar que ya está muy próximo el Collado de Ventana. Las cabras han decidido graduarse como guías turísticos y nos acompañarán un tiempo impreciso, marcado por el momento hasta conseguir de nuestros bocadillos unas pocas viandas. Nosotros que intuimos su intención – no es necesario ser mentes privilegiadas – ¡Vale! ¡Hacemos la parada y os damos un trozo de pan! Su ingenio supera nuestra voluntad y consiguen, además, cacahuetes y manzana, cereales y naranja, solamente resta mantel y remolacha.


Como las cabras se percatan de que hemos terminado de hacer fotos y cerramos nuestras mochilas, se van por el Collado de la U buscando otros macutos.


Ante nuestros ojos asombrados, sin perder la magia de la infancia, descubrimos las llanuras de Madrid, el embalse de Santillana, el mundo infinito siempre carcomido y siempre esperanzado, más arriba a nuestra derecha el macizo del Cancho de la Herrada por su cara norte fácil de ascender hasta la cumbre para cualquier persona – en la cara sur que es la pared de Santillán o de Santillana está un grupo de escaladores haciendo una cordada de quinto grado –. Seguimos bajando, el corazón se llena de gozo, el alma respira poesía, el estómago pide agua, las piernas claman reposo, los bíceps se cargan de energía y quieren reposar – será que al tener dos cabezas piensan diversas cosas al mismos tiempo –; túneles entre las roca, saltos y maravillas en general nos conducen hasta el Cancho Rasgao o de los Suicidas, seguimos al bellísimo obelisco del Torro, estamos caminando entre un misterioso laberinto; continuamos con sacrosanto silencio para embriagarnos de la clamorosa calma del lugar. Más allá, con la boca asombrada y los ojos atónitos, hasta la punta de los dedos se quieren salir de sí mismos para señalar el risco de Mataelvicial con su impresionante voladizo al que quisiéramos acariciar. 


Otro túnel bajo las piedras. El recuerdo de Pipa y Munia – hubo tiempos en que recorrimos estas piedras con las que hoy recordamos, en casa la primera en la eterna casa la segunda – nos saca a entrambos de nuestros pensamientos al tiempo que descubrimos cercano el Collado de la Dehesilla. Jose y yo nos miramos con la expresión de quien sabe que aquí debe terminar la narración: describir la comida y la bajada  sería reiterar los escritos que ya pueblan mi blog.

Javier Agra.    

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