sábado, 21 de abril de 2012

CERRO DE LOS HOYOS


CERRO DE LOS HOYOS

La hoya de San Blas reverbera en múltiples colores con los primeros grillos de la mañana cuando amanece el agua entre el arroyo Mediano y el arroyo de la Herrada, que juegan a encontrarse entre los matorrales, las vilortas, las raíces y los juncos de los humedales de sus orillas. La hierba nocturna bosteza rocío para la primera ronda de las aves cantarinas que, en tropel, juegan al corro con los incipientes rayos del sol mientras se pone la corbata y el frac para salir de entre las sombras cálidas de esta primavera a recorrer el tumulto de los sonidos del bosque, la algarabía de los invisibles insectos que pueblan la Sierra de Madrid.



La hoya de San Blas entona un canto de gloria para saludar a los primeros ciclistas que pedalean pista arriba, a los primeros montañeros que caminan sendero arriba, a los primeros corzos que ramonean aguas arriba. Jose y yo hacemos una parada porque necesitamos tiempo para asumir tanta hermosura como entona en este punto la canción de la tierra. Opinamos, desde nuestra óptica estética, que este paraje es bello en sí mismo para merecer una visita; opinamos que somos afortunados por elegir esta mañana el lugar que ahora entusiasma nuestro espíritu. Por aquí serán felices los corzos con tanta naturaleza, los montañeros con tanta suavidad y dulzura, los ciclistas con esta pendiente armoniosa entre los pinares y el agua.

Habíamos decidido llegar al Cerro de los Hoyos desde Soto del Real; pasamos el pueblo hasta una pista de tierra y dejamos atrás el embalse de Palancares o de Mediano – pequeño embalse que abastece de agua al pueblo –; recién pasado el arroyo Mediano, aparcamos el coche y comenzamos a caminar. Los primeros pasos ya los habéis leído, añadiré solamente que el agua de este abril canta en nuestro ánimo con la música de los violines de piedra y el fagot de las raíces que asoman curiosas entre los ribazos.

He aquí la divisoria de los senderos, en el Collado de la Ventana.

Estamos ascendiendo el Lomo, entre pinos y esperanzas, a nuestra derecha dejamos las rocas más grandes y las vistas más hermosas; en algún lugar cercano al camino reposa la lagunilla del Lomo solamente visible en invierno y en primavera – hoy tiene sus seno completo por la nieve y las hojas que allí juegan –; llegamos, pisando la nevada, a la senda de la Herrada con el sol subido a nuestras mochilas, con los rayos agarrados a nuestras espaldas, disminuyen los pinos se acrecienta la mirada, estamos más arriba donde comienza a volar el alma, estamos entre la nieve, la canción y la inmensidad del cielo: es el Collado de la Ventana, amplio y sosegado, collado que seduce y canta, collado de libertad y de poéticas visiones.

En el Collado de la U para disfrutsar de la Aguja del Sultán, la visión de la Cuerda Larga...

Desde el Collado de la Ventana las salidas son variadas: el Collado de la U y el callejón de las Abejas, lugar al que merece la pena asomarse para disfrutar de la Aguja del Sultán, de la vista cercana de la Cuerda Larga; es también lugar de cruce de la senda integral de circunvalación a la Pedriza.


Inmensa y solemne vista del Cerro de los Hoyos, unos metros antes de coronar el Collado de la Ventana.


Nosotros nos dirigimos al Cerro de los Hoyos:
-          ¡Mira, es una catedral de piedra!
-          ¡Vamos, meditaremos entre los laberintos de sus rocas!
Aquí estamos. La nieve oculta los pasos, hace falsos puentes entre los peñascos, bordeamos los abismos, sorteamos las aristas, escuchamos la música del órgano de esta inmensa mole catedralicia, escuchamos el gregoriano que ha hecho nido entre estos infinitos tubos seguramente de granito, pero en todo caso de piedra magmática plutónica. En estas laberínticas idas y venidas llegamos a la estrecha grieta que aquí contemplamos y desde donde decidimos regresar – entre el asombro y la soledad –.


A quien quiera que merodee este escrito, le animo con el corazón henchido de gozo a visitar estos lugares que aquí reseño temblando aún por la emoción.

Javier Agra.

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