sábado, 24 de noviembre de 2012

LA PEDRIZA EN NOVIEMBRE


Qué importa que amanezca con una sábana de nubes en el cielo. ¡Qué importa! Dentro de un rato estaremos brillando entre las piedras y las brujas. Las brujas, sí. Porque nuestras brujas de Castilla, más que “malas” en el perverso sentido de la palabra, son resueltamente bullangueras aunque silenciosas. Cuando se ponen furiosas rompen piedras a patadas y aún roen con denuedo los viejos cueros que ya no sirven para los arreos de los animales: de ese modo se desfogan y no descargan su ira contra los habitantes de sus pueblos y de los alrededores.


Esta afirmación que acabo de expresar puede ser discutida por cualquier persona que tenga otra diferente opinión; añado además que esta verdad expresada más arriba no está en absoluto contrastada con la realidad – por eso tiene la fortaleza y la verdad de todos los cuentos –. Pero sí puedo afirmar que no he encontrado ninguna bruja, en el sentido que en los cuentos se nombran, con deseos de hacer mal a nadie. Parece pues que la Mujer con Hato que pasa su tiempo en la Pedriza, no lejos del Yelmo, es de esta genealogía de brujas castellanas de luenga vida y de sosegada ancianidad. Yo no la conocía; en uno de los últimos viajes por la zona Jose, que prepara excursiones formidables, nos dijo a quienes estábamos con él:

      - Vamos a llegarnos a ese mirador para conversar con el Centinela y la Mujer con Hato.
      - ¿Podremos encontrar el camino?
¡     - ¡Claro! – continuó nuestro guía – Basta con dejar el Yelmo a nuestra izquierda y pegarnos a la cadena de cumbres de la derecha.

La Mujer con Hato y el Centinela, en primer plano; más allá la Pedriza posterior se une con la Cuerda Larga.

Ya llevábamos una hora caminando desde Canto Cochino montaña arriba y habíamos superado el Barranco de los Huertos; evidentemente habíamos conversado más, pero no es éste el lugar para transcribir todas nuestras palabras. Llegamos al lugar convenido… ¡Oh, maravilla! Nos salió al paso el Centinela que nos ofreció un puñado de castañas recién asadas, pues la mañana estaba fría incluso dentro de la caldera del sol; que tal parecía el hermoso cuenco por donde discurría nuestro paseo.
      - Hace tiempo que os esperaba, nobles viajeros.
      - Perdonad, señor Centinela, nuestra tardanza.
      - Varías veces os he seguido algún tiempo mientras pasabais por acá y acullá. Nunca se saben las intenciones de quienes se acercan.
       - Siempre han sido honestas nuestras intenciones.  
             -  No lo dudo; mis sospechan aumentaban porque no pocas veces os he visto fatigados y “hechos unos zorros” por estas brillantes laderas.
       - La fatiga del camino nos hace parecer más desastrados. Pero resistimos los envites del tiempo.
       - Lo he notado. Valoro vuestro empuje ante las vicisitudes de la vida. Por eso quiero que seáis portadores de este pergamino y su enseñanza.
       - Vuesa merced nos honra.

Y el pergamino, apenas contenía estas pocas palabras:
“Tarde lo comprendo todo, pero es mejor buscar la fortaleza en la unidad de los desterrados de la tierra; los que amasan dinero en sus arcas, se sirven de la masa humana para comérsela una vez ha fermentado. Tendría que haber puesto más empeño en aprender a leer los signos de la solidaridad”.


Allí estaban la Mujer con Hato y el Centinela, a nuestro lado, conversando desde el silencio y los siglos. Con unción y respeto profundo, nos despedimos y seguimos nuestro camino. Ahora buscábamos el paso hacia el Callejón Ciego y nos encontramos con este hermoso paso que da a otro agreste paisaje; ya comenzábamos el descenso cuando oímos a nuestra espalda una voz de mujer:
      - Por este lugar os despeñaréis. Volved y buscad el callejón que está más cerca del Yelmo. Veréis La Maza, con claridad, allá adelante a vuestra derecha.
       - Gracias.


Cuando giramos la cabeza para agradecer la indicación, ya no vimos a ninguna persona. Nunca sabremos si fue el ulular del viento que en ese momento era recio y fuerte, si fue la Mujer con Hato que siguió nuestros pasos hasta asegurarse de nuestro buen camino, si tal vez alguna bruja de la Pedriza nos iluminó en la buena dirección…


Lo cierto es que acertamos a divisar y reconocer con claridad el inicio del Callejón Ciego y, allá abajo, el Corral Ciego…mas permitidme ¡oh, nobles lectores! que cese hoy en mi escritura pues, siendo Dios servido, otros días habrá para retomar la feliz aventura de la Pedriza.

Javier Agra.

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