sábado, 3 de noviembre de 2012

PIPA: LAS COSAS PEQUEÑAS


Me llamo Pipa: soy una golden retriever silenciosa – seguramente muy pocos podrán reproducir ni aún recordar mi ladrido contundente y barítono – He paseado por las últimas estrellas y los primeros rayos de la aurora  en este mes de noviembre entre la nieve brillante de las cumbres y el sol que aún calienta nuestra mirada, mientras la niebla de la mañana saltaba de las hojas a la atmósfera invisible. A mi lado pasea este hombre que vive en mi casa y a quien acostumbro dejar que me acompañe cada mañana. 

Yo sonreía a las urracas que buscaban su desayuno entre las hierbas y los frondosos arbustos de la ciudad. Las diminutas piedras también sabían que habían podido nacer para crecer inmensamente y formar edificios elegantes, por eso se sentían tan diminutas, por eso lloraban rocío de madrugada. Mientras paseo, gozo conversando con las cosas pequeñas; muchas veces el hombre que va conmigo me mira de reojo – tal vez para que yo  no me sienta observada –; pongo mi hocico muy cerca de alguna hierbecilla que está sola, o de un trozo de plátano olvidado  como resto de merienda y les hablo quedo al oído para consolar su soledad y su miedo.

Esta foto la sacó Indiana Forti. Una tarde de otoño me pidió que posara para ella.

Las cosas pequeñas de la tierra lloran durante la noche – cuando los humanos duermen sueños de hadas y bambalinas – porque quisieran ser grandes y majestuosas; por la mañana, igual que yo, todos los perros del mundo, les hablamos palabras de consuelo. Esta mañana, el hombre que saco de paseo, me preguntó qué les digo para que se animen. Le respondí que son consignas secretas entre los diferentes seres de la tierra pero que, en esencia, tenemos que recordar que todo lo que es grande y poderoso llega, con el tiempo, a ser miseria y olvido; añadimos que es importante buscar la fuerza de la unidad y la felicidad en cada momento que uno está viviendo. Yo, que me llamo Pipa desde hace más de doce años, ya he experimentado la disminución de la fuerza, pues algunas veces me flaquean las patas traseras y hablo entonces de cuando era joven y subía a la sierra.

Por esas cosas pequeñas sonrío y susurro a las urracas, a las piedras, a las hierbas y a cuantos seres diminutos y solitarios encuentro en el paseo de  cada madrugada. A mi lado, el hombre que vive en mi casa, pasea y escucha las grandes lecciones de las cosas pequeñas.

Javier Agra

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