martes, 30 de abril de 2013

CUMBRES DEL PICO DEL NEVERO


Por el camino de mis días van naciendo mapas y rutas de montaña, como las flores junto al sendero de las primaveras o como las setas pálidas en las madrugadas del otoño.

Junto a los vértices de las cumbres de Pico del Nevero se depositan insomnes voces quejumbrosas que van arañando mi vida letra a letra; las mismas palabras que antaño no eran más que vuelos litorales, hoy son martillos sobre mis sienes y van haciendo nido en mi interior; las confidencias que eran susurros en aquellos años de infancia han aumentado el volumen hasta el grito de la edad madura y me aúpan en textos de recuerdos camino de las estrellas prolongadas, más allá de los mapas.



Estamos en las cumbres del Nevero, así en plural; porque abriendo los ojos la anchura de las montañas se expande y abriendo el corazón se dilata en lienzos infinitos por donde se mueven los cuerpos de las especies naturales en bailes de cercanía y contrapunto. En la montaña una llanura puede elogiar a la cumbre y el glaciar loar a los campos de amapolas; en la naturaleza no existe la ausencia, cada elemento es vida, cercanía solemne y apoyo al conjunto. En la montaña se abrazan el silencio y el grito en queja permanente ante los dolores que oprimen a las cien mil generaciones de humanos que transitan por los imperecederos senderos de las cumbres.



Las cumbres del Nevero no distinguen entre los días nublados y los días de sol, así nos enseñan que la vida aúna amistad y trabajo, libertad y entusiasmo. Agua y poesía se deslizan entre la maleza y las rocas, entre el aire y los fantasmas de todos los tiempos, más arriba de los pinos que sueñan que las casas sean hogares, los edificios bibliotecas, las construcciones hospitales para todos y escuelas compartidas entre la educación y la cultura. De repente la música de las cumbres trae a los montañeros una orquesta de triunfos y de inicios inconclusos; los montañeros saben que no están solos, la mochila siempre cargada de ilusiones y recuerdos, de diccionarios y vuelos de pájaros; los montañeros cabalgan silenciosos sobre las auroras que ponen luz en las sombras de todos los tiempos, en sus manos llevan flores nuevas para limpiar las heridas del miedo y el desconsuelo.



Sobre las cumbres del Nevero, los montañeros unen el cielo y el mar y posan la luna entre los rojos claveles del tiempo, entre raíces del amor que florece en las madrugadas de los días venideros.

Javier Agra.

sábado, 27 de abril de 2013

EL CHORRO DE NAVAFRÍA


No lejos del Pico del Nevero está el Chorro de Navafría. Así pues, una vez que recorrimos las amplísimas planicies del citado pico y cumplimos el protocolo de las fotos, incluida la que adjunto sobre esta ruinosa pared de alguna vieja trinchera, nos acercamos hacia el Chorro para comer la merienda entre sus bailarinas aguas.


El Chorro de Navafría es como la poesía, expresa más de lo que dice; sentimientos que se expanden entre el bullicio eterno de los pájaros que ocuparon alguna vez los pinos de las cascadas; murmullos del aire que en otro tiempo fue fiero estertor de griterío entre los pinos; recuerdo de gotas de agua entre lo que hace siglos fueron inmensas cascadas y mares de sal y violencia; como la poesía es deseo más allá de la realidad sensible; es lo que pudo ser y lo que cada visitante quiere que llegue a ser.

El Chorro de Navafría suena a frescor, igual que el monte del que baja trayendo la nieve en carcajadas de agua brincando entre las hierbas y los pinos, antes de asomarse a los enebros y descolgarse por un inmenso tobogán de roca; su nombre brilla al sol del medio día, cuando el sol calienta en las cercanas praderas; pero aquí no, estamos en el reino del frescor aún cuando la canícula pone su tienda de sofoco y chicharras; nosotros, montañeros hace poco tiempo, permanecemos sentados en el sosiego calmo del agua que comenta con las piedras del valle sus recuerdos de montaña y construye abanicos con el lentisco del valle.



El Chorro de Navafría es pueblo viajero del pasado que se derrite ladera abajo con el paso de la primavera y al desaparecer bajo el fértil manto terroso crea la vida entre sinfonías de verdor. Aquí se agrupan la tierra y las sombras, la vida y las canciones, la libertad y el llanto que es lucha agónica en cada tallo de verdor diminuto y en cada raíz de gigante estruendo vegetal. La naturaleza abraza aquí a sus hijos entre sonrisas de agua y lumbre solar; nosotros, agrupados a los animales, vegetales, minerales, humanos del pasado y acaso del futuro cantamos silenciosos y agradecidos el canto solemne de la madre tierra que es hogar común.



El Chorro de Navafría brilla con estucos de albayalde; conoce los nombres de cien mil generaciones de personas que pasaron por estas piedras antes que nosotros, cuando nuestros antiguos padres aún no sembraban plásticos ni contaminación; cuando el sosiego permitía contar una a una las hojas de los robles y los pinos; cuando la armonía del corazón tenía tiempo para escuchar conversaciones amorosas de las aves en el final del invierno y canciones de familias de aves enseñando a las crías la solidaridad y la supervivencia. Hoy, cuando nosotros regresamos, nos despide con un susurro de agua que agradecemos alejándonos silenciosos y hasta cuidando las pisadas para escuchar la conversación de la tierra.

Aún sobrecogidos, nos sentamos junto a unas piedras del río Cega a comer la merienda. En estos días de primavera, el Cega no es de pega. Jose y yo nos miramos aturdidos por la lección de la montaña y deslizamos una sonrisa al crecido río para que la lleve entre su carcajada de agua que hoy parece formar un río turbulento. Terminamos el pan y el queso; nos guardamos las maravillas de la sierra y regresamos a casa.

Javier Agra.

miércoles, 17 de abril de 2013

PICO DEL NEVERO


Sosiego.
La Sierra de Guadarrama se expande en sus cumbres. Llegar a las primeras lomas del Pico del Nevero supone entrar en una región de amplitud donde el alma puede galopar entre sueños, esperanzas y aleluyas más allá de las fronteras sin sentido de la tierra. Sí, más allá, porque se descubre el sol y el aire que llegan montados sobre la nevada y van viajeros entre la lumbre y el sosiego, sin otras lindes y sin miedo. Las cumbres del Nevero mezclan Castilla, entre Madrid y Segovia, con otras tierras y otras montañas.

La Sierra de Guadarrama se ensancha en la cima del Pico del Nevero. En primer plano ruinas de trincheras desoladas y de llanto, al fondo Peñalara vive como antorcha de esperanza.
Dos mil doscientos nueve metros se desparraman entre risueñas laderas, dan paso a prados de llanura en dos provincias, vigilan los embalses del río Lozoya. Hemos superado los pinares ocultos entre la nieve caída estos últimos días, ya estamos a mil novecientos metros de altura y ¡entonces! ¿Milagro de la naturaleza? Hermosura, alivio, respiro…la vista se abre hacia lejanos paisajes de nieve y montaña. Los nombres que tantas veces me dijera Jose van ocupando asiento en mi campo de visión.
Silencio.
La montaña toma la palabra.

En esta zona me mostró Jose las cornisas que forma la nieve sobre los precipicios y que, en cualquier momento, pueden ocasionar una avalancha.
Nombra con nombres de tiempo inmemorial los puntos que relucen bajo la nevada. Delante de nosotros el circo en forma de zeta del que toma nombre toda la montaña.
Estamos subiendo a la cumbre de uno de los miradores más sorprendentes de la Sierra: Abajo, el Valle del Lozoya señero y verde esta mañana de primavera, siluetas de pueblos, remansos de embalses; el macizo de Peñalara es un tambor inmenso con sonidos que retumban a través de los siglos; más lejos se perfilan, con su nieve blanca, las cumbres de Gredos.

Los dos pinos con los que mantuvimos una dilatada conversación de la que solamente transcribo el sentido resumen.
Bajo nosotros han quedado los pinos asombrados: empleamos algún tiempo conversando con dos de ellos que resisten a las calamidades del clima más arriba de dos mil cien metros. Nosotros pensamos que son héroes de la montaña y ellos nos aclaran que están allí como vigías hacia el otro lado de las laderas, además tienen como misión encaminar a los montañeros hacia la cumbre. Los dos pinos solitarios en la montaña, bajan algunas noches de calma para conversar con sus hermanos pinos de los valles y con los robles que tienen su territorio en las praderas más bajas. 

Sierras de Ayllón y de la Puebla.

Al otro lado del Puerto de Navafría bostezan historias viejas el Reajo Alto y la Muela, que dan paso a las cumbres de Ayllón, a la soberbia solemnidad de Peña la Cabra y la Sierra de la Puebla; nombres y Sierras, cumbres y metas de otras jornadas llegan a visitarnos en este momento que estamos sentados conversando con las ruinas de lo que fueron trincheras donde acaso esté escrito parte de un pasado de sangre, terror y dolores inútiles. Solamente los hombres somos capaces de arrancarnos las entrañas porque “me han mirado mal”, “porque tus palabras no son mis palabras”

Silencio.
La cumbre calla.

Cumbre del Pico del Nevero. Al fondo se adivina la nieve en Gredos.

Hemos llegado a la cima. Hemos dibujado un mapa de geografías inmensas en la silueta del alma. Desde aquí saldrán millones de caminos hasta los corazones de todas las sonrisas y de todos los rostros, de todas las manos y de todas las entrañas. Subir a la montaña es tejer mantos de libertad solidaria, de verdor y naturaleza compartida. Llegar  a la cumbre lleva tiempo, lleva sentir tranquilas las pisadas y la mirada serena, llegar a la montaña es el destino del corazón, de la mente, del alma.

Javier Agra.

lunes, 1 de abril de 2013

ABRIL 2013


Estos grandiosos días de encinares castellanos, brillando en la penumbra, entre los vuelos tibios de las matinales aves, traen nostalgia de siglo a las ventanas de las aldeas dormidas; antaño eran bullicio de mineros en la madrugada, hoy los espectros del pasado merodean en la niebla mientras el sol bosteza en los ribazos de los cielos, en los oteros de estos suelos.

Eran caminos de mulos y bueyes obreros, de vacas recién paridas, de rebaños de ovejas y cabras llenas de humildad y fortaleza camino de la enramada; los mismos que recorrían los mineros de madrugada, montaña arriba hacia el ojo oscuro de la tierra donde, engullidos y silenciosos, participaban del tintineo monótono de martillos y raíces profundísimas; los mismos ánimos de los labradores antes del alba cuando mezclaban la iluminación matinal con las primeras luces de su mirada sobre la siega y la cosecha.

Las flores de los Prunos acogen nidos musicales de pájaros y transforman la luz del sol en sonrisas de colores. (La fotografía está tomada por Elena)

Las encinas de la llanura se han metamorfoseado en rebollas cuatrocientos metros más arriba y luego en pinos de la sierra. Las ramas cambian de nombre paro aventan la misma brisa y alivian con igual sombra a todas las aves de la tierra y a los animalillos tímidos que juegan o buscan frutos para la supervivencia. Sobre las encinas los nidos ponen maduros los huevos, bajo las encinas las ovejas paren brillantes corderos, mientras el silencio de la sierra se hace melodía en el agua de los arroyos y en los trinos.

El mar. La Sierra cierra los ojos y entona una melodía de sirenas, baila entre las olas de las ondinas azules, salta entre las cumbres con el pacífico hipocampo, peces centauro; la Sierra comparte misterios con los espíritus voladores de las nagas de tierras lejanas, dulces, inteligentes y sabias. Pero este es un mar de montañas y de rocosas figuras donde se mezclan la magia del mar, los vientos de las esferas, la energía de los planetas en un sueño de olas y de cavernas.

Más arribas de los robles y los pinos aparece la montaña con nieve. Esta mañana estamos caminando por las cercanías de la Maliciosa cuya cumbre se ve al fondo

Han quedado más abajo los polvorientos senderos y los verdores de los sembrados; en las cumbres sacamos la fuente de agua de las cantimploras de las mochilas – nosotros no conseguimos hacer manar fuentes de las rocas aunque demos un golpe con el cayado en que apoyamos el paseo mágico por la montaña como hiciera Moisés una vez en el desierto camino de la tierra prometida –; aquí arriba no hay palmeras, ni oasis, ni la brisa de la arena; en la montaña nos acompaña el sol, el cierzo que reseca los matorrales, el cálido viento del mediodía o el lebeche con suspensión de arena. Aquí arribe están los buitres solitarios o las emparejadas águilas, las chovas que pasan en bandadas y nos miran entre curiosas y asustadas; las aves no saben explicar cómo estos seres de tamaño tan grande y sin alas pueden subir  a las cumbres.

Las cumbres de Ayllón relucen vistas desde el Porrejón.

Pero los montañeros subimos allá donde los pensamientos son libres y donde vuela el alma. Subimos desde la música de arpa de los chopos de las riberas, donde el agua medita primaveras, hasta las cimas en que los arroyos inician su vida en troneras y cascadas.

Javier Agra.