martes, 27 de agosto de 2013

EL TURBÓN: RUINAS DE SAN ADRIÁN.

En la Coma de San Adrián. Ahí estamos los dos montañeros sorteando las plantas de edelweiss, al fondo del primer valle encontramos las ruinas de lo que fue la ermita de San Adrián. En nuestra mente se mezclan leyendas e historias antiguas. El gigantón Ome Granizo que, cuando se enfada, sopla furioso y golpea las paredes del Turbón, entonces provoca tormentas…aún hoy aseguran que se le escucha exclamar, entre gritos y lamentos: ¡Soy el Turbón, el mejor monte de Aragón! Nosotros somos respetuosos con la montaña por si se enfurece en esta risueña mañana de luz. También estamos atentos por si vemos algún duende o algún hada de las “encantarias” de origen dudoso pues parece que son damas que no consiguen liberarse de algún encantamiento.

Coma de San Adrián vista desde el Collado superior, al sur del valle justo antes de comenzar la subida definitiva hacia la cumbre del Turbón.


Acaso para liberar a la comarca de estas y otras malas artes, en la primera mitad del siglo doce el monje Pedro dejó su monasterio de San Victorián de Asán y llegó para vivir como ermitaño. Todas las épocas tienen su construcción volcánica, pero ¡anda que el guerrero siglo doce! Luchas de conquistas  y reconquistas, peleas contra las furias de la naturaleza, flagelantes con sus extravagancias, peligrosos peregrinajes… y el ecológico San Francisco de Asís – que personaje más agradable –. Pues aquí tenemos al ermitaño Pedro en medio de este bellísimo paisaje dedicando un pequeño templo románico a San Adrián, aquel mártir cristiano de finales del siglo segundo: dicen que era hijo del  césar Probo, le tocó dirigir las persecuciones contra los cristianos decretadas por Maximiano y Galerio; añaden las crónicas que ante la entereza de los mártires, él mismo se hizo cristiano por lo que fue hecho prisionero, le arrancaron a trozos la carne pero no la fe y finalmente lo decapitaron el año trescientos seis, era el ocho de septiembre.

Ruinas de la ermita de San Adrián. El personaje que aquí veis no es el monje.


Así pues, nuestro ermitaño dormiría entre ramas de boj y aliagas y subiría del monte más bajo algún tronco de enebro y de sabina. Jose y yo, nos sentamos a contemplar los restos románicos de esta pequeña construcción de la que aún permanecen unas hileras de sillares perfectamente visibles en su ábside orientado al este como en la mayoría de los templos cristianos porque es el lugar por donde sale el sol que simboliza a Cristo resucitado, una pequeña ventana orientada al sur y un par de incipientes columnas en este pequeños recinto de planta rectangular.

Solamente queda esto de los sillares del ábside. A la derecha se entrevé la ventana que abre hacia el sur.


Nosotros lo vimos porque subimos al Turbón, verdadero interés de la jornada; esta parada es una anécdota a mil novecientos metros de altura, en las ruinas del templo más alto de Aragón actualmente en desuso y que es necesario buscar para fijarse en él. ¡Cuántas historias han ocurrido desde que Gaufrido aquel obispo de Barbastro lo consagrara como templo en el año mil ciento cuarenta!

Hoy tal vez las oraciones del anacoreta puedan escucharse mezcladas con los lamentos de brujas y demonios expulsados por la fuerza de la oración. Nosotros echamos un trago de agua al lado de la fuente que surge poderosa junto a las ruinas de San Adrián y de la que se dice que concede un deseo si se tiene paciencia para sacer tres puñados de arena de su fondo. A mí no se me concederá tal deseo, pues llevado de la curiosidad aunque frenado por la prudencia mojé la mano y retiréla de inmediato ante la frialdad del agua que mana directamente de las gélidas nieves.

Fuente de San Adrián.


Dejamos a las marmotas y los tejones y descendimos por la margen izquierda del agua musical, los ojos atentos por si encontrábamos alguna de aquellas finísimas telas blancas que lavaban las encantarias y aseguran que sirven para liberarse de los encantamientos de las brujas, no encontramos ninguna; afortunadamente tampoco nos topamos con ningún brujo ni bruja. Sólo escuchamos nuestra conversación y la leve flauta de la suave brisa de la tarde mientras pisábamos hierba de estos días en el mismo lugar donde llevan los humanos siglos de pisadas. Luego, cuando caiga la tarde y salgan los seres mitológicos a pasear tal vez pongan música la lechuza y el búho real, volarán el águila y el cernícalo buscando ratones y conejos y vendrán también sarrios y rebecos a triscar la dulce hierba del frondoso pastizal que llena de vida la belleza de recuerdo eterno en la Coma de San Adrián.

Cima del Turbón.



Javier Agra.

sábado, 24 de agosto de 2013

EL TURBÓN: LA CUMBRE ERA UN CASTILLO Y UN BARCO

Es la madrugada. El día está limpio. Se ha despojado de la finísima lluvia de anoche. Lucirá radiante el sol para acercarnos a esta atractiva montaña hermosa y mágica, rodeada de leyendas. Clarea el sol cuando tomamos esta primera fotografía del conjunto del bosque y el Turbón como un barco enorme que baja del cielo para asentarse entre feraces valles: tal vez por esta grandeza de visión han decidido los contadores de viejas leyendas que, en este lugar se posó el arca de Noé al final del diluvio bíblico; bien pudo ser allá en la última cóncava pradera de la Coma de San Adrián; tal vez, en algún momento, haya ocurrido alguna catástrofe local de grandes dimensiones, elevada a categoría de diluvio – solamente en ese sentido podemos hablar de Diluvio Universal –.

Vista del Turbón, desde San Feliú de Veri.


Continuamos viaje hasta La Muria y aún carretera adelante, antes de llegar al pueblo sale hacia abajo y a nuestra izquierda una carretera más estrecha que nos lleva hasta cruzar el barranco Cogulas, superado su arroyo el camino se hace de tierra. Aquí se dejan los coches; nosotros podemos seguir, pista adelante, hasta los prados de Selva Plana con un rellano de hierba como aparcamiento al pie del inicio de  nuestra subida hacia la montaña.

Los carteles de Selva Plana nos indican el inicio del camino hacia la derecha, para entrar inmediatamente en el pinar y comenzar a subir con esfuerzo gozoso y reposado entusiasmo.


A la sombra de la exuberante vegetación y al amor de la conversación de la excelente compañía que nos hacemos Jose y yo mutuamente, llegamos hasta las primeras paredes rocosas de la cara este de la cadena del Turbón; por aquí merodean las vacas que nos indican – mientras rumian pensamientos y hierba – que nos pongamos la gorra pues estamos fuera del pinar, poco más arriba llegaremos al Collado de San Adrián: gracias vacas. Con la indicación de las vacas no nos podemos perder, en breves momentos quedamos con la boca abierta ante la llamativa grandiosidad del valle que pasea desde la Montañeta de San Feliú – así se llama también el Collado – hasta el fondo donde se unen las dos cadenas montañosas que forman el conjunto del Turbón.


Vista de la Coma de San Adrián desde el Collado. Una de las cima del fondo a la derecha es la cumbre del Turbón. 

Mientras recorremos este profundo valle sinclinal de origen glaciar escalonado en poderosos bancos calcáreos nos acordamos de las hadas y las brujas que anduvieron por estos lugares a lo largo de toda la antigua historia – mejor antigua leyenda – recordadas en nombres conocidos como Coll de Fadas, Forat d’as Bruixas que dan al lugar este aire de mágica belleza. ¡Qué lugar para el estudio de la geología y la formación de los valles! La forma de U de origen glaciar y la V en formación permanente por el pequeño río en el valle. Pero a los montañeros nos sobrecoge la grandiosa hermosura bien formada de… ¡mira campos de edelweiss! Jose me avisa a tiempo, así no pisaré ni una planta de esta sobrecogedora flora, difícil de encontrar en otras montañas.

Grupos nutridos de edelweiss, siembran de armónica pureza el valle por el que nos adentramos.


Pasamos por las ruinas de San Adríán…lo dejo para otro texto. Continuamos ascendiendo bancos calcáreos entre morrenas y dolinas. El sacerdote de Laspaulés encontró, hace pocos años,  un documento de una quema de brujas  a finales del siglo dieciséis; desde entonces teatralizan aquellos dolorosos recuerdos para contar al mundo que nunca se puede abandonar al olvido el dolor causado por tantas personas crueles que han existido en la historia. Así llegamos a la última pradera. Desde su anterior montículo ascendemos también suavemente hacia la cumbre del Turbón.

Mientras caminamos por la línea cimera hacia la cumbre estamos viendo Campo con el refugio de la Plana – otro lugar de sencilla subida al Turbón –, las cumbres del Cotiella – hermosa y poderosa montaña sobre la que escribí hace algún año – y el Vaciero.


Y la cima del Turbón. Turbón, inmenso barco sobre la tierra de Aragón. Turbón, castillo de las tierras de Aragón. Desde las cimas del Turbón escucho mi piel caminando con el agua del Llera y el Rialbo, cantando silencios entre el tiempo y la magia, he recuperado flores y lagunas sobre las ruinas del alma y sus tormentas. Castillo de energía y barco de rumbo mañanero, desde el Turbón miro a la distancia y al tiempo con doloridas pupilas de pasado y firmes párpados de presente. Escucho los latidos de la piel y el corazón para sacudir la tibieza y los temores, la cumbre es un castillo y un barco navegante de aventuras y futuro. Volvemos, aguardan los volcanes de la vida.

Cima del Turbón.



Javier Agra. 

viernes, 23 de agosto de 2013

EL TURBÓN: PRÓLOGO

Llueve murmullo caliente esta tarde sobre las calles de Castejón de Sos. Los tejados y las lonas son sinfonías de verano mientras el sol, oculto ya en el valle, pasea los últimos bailes en el salón de las cumbres. Sobre el arroyo asoma…no distingo si es un árbol o es un dios pirineo con tambor musical; más acá las calles son heridas cicatrizando entre los pliegues de alguna montaña; me acurruco en mi mismo regazo, miedoso por si esa sombra movediza es un espíritu que vine  a tomarme de la mano para iniciar un camino desconocido…aunque tal vez sea una hermosa muchacha que cruza veloz buscando refugio por huir de las gotas de agua. Por lo demás Castejón de Sos es un pueblo tranquilo, entre el  murmullo y la calma. Un buen enclave para gozar del Pirineo desde el sosiego hasta las grandes marchas.

Anochecer sobre el Pico del Gallinero, en Castejón de Sos.


Esta tarde hicimos un paseo por la orilla del arroyo Urmella. Eran verdes los prados como ceñidos de hojas siempre nuevas. Nos acercamos al Pirineo y aquí, todas las estaciones, parecen primavera. Los arroyos tocan clarinetes de agua ladera abajo y conversan con los animales de las praderas y con las ovejas mansas de la ganadería de Mancurro. Cruzamos el río Ésera y nos adentramos en el Run, para visitar la ermita de la Virgen de Gracia preciosa obra del siglo doce dentro del románico aragonés. Allí está, escondida con sus pequeñas dimensiones, en un claro del bosque protegida por un farallón rocoso de muy tupido vegetación. Es una breve excursión de calentamiento para mañana cuando intentemos el Turbón, recomendada para familias con niños y muy bien señalizada.

Ermita de la Virgen de Gracia en el Run.


Hemos paseado por el río Ésera que hace pocos meses se desbordó con alevosa furia porque la naturaleza tiene su propio rigor y el agua va por donde va; de pronto lo que estaba floreciendo para el turismo de verano se ahogó entre lodo y susto. Ahora los trabajos de reconstrucción de carreteras, de diques junto al río, de limpieza de huertas se están llevando a cabo por la premura y el silencio de quienes saben que es necesario estar siempre atentos a los truenos y los fieros chapuzones. Es verdad que los humanos controlamos cada vez más la técnica y la ciencia, pero somos naturaleza y ésta parece recordarnos de diferentes maneras que nuestra soberbia es un absurdo.

   Obras en el Ésera. Sobre ese puente cruzamos para llegar a la ermita de la Virgen de Gracia en el Run.


Se han despertado los pueblos entre el lodo y la esperanza. Esta mañana de tormentas las canciones se han hecho gritos que atruenan por los barrancos abajo, arrastrando troncos e ilusiones; el agua viene festiva silbando victorias y no entiende que los humanos tengan ojos de ausencia y de susto; las nubes quisieron jugar con las hojas, risas y bailes primero, saltaron después las alarmas, los arroyos se hicieron torrenteras y arrancaron árboles, cercas y casas. Y el agua, asustada de su poderoso enviste, se retiró a las cuevas de la tierra y dejó raíces dispersas, ramas abrazadas a otros árboles, puentes sin bases y susto en las miradas. La montaña en las cumbres no se entera de las peleas de troncos y agua en su ladera, allá abajo donde los humanos viven cada día sus esperanzas suspensas, donde el dolor de los siglos tienen ojos asombrados e ilusiones volcánicas. El agua tiene música y oración de salmos de gozo y tañidos ocres de campana pausada.


Javier Agra.

sábado, 17 de agosto de 2013

PICOS DEL MAMPODRE: GOZOSAS VISTAS.

Estamos en la cumbre del Pico de la Cruz, el más alto de los picos del Mampodre entre los que incluyo a la Polinosa. En la preparación de la subida encontramos diversas dudas sobre qué picos incluir en el nombre de Los Picos de Mampodre. Pero los dos montañeros, sonrientes en la cumbre, tienen la perspectiva más amplia posible, por eso incluyen a todos los picos en discusión.


Desde la cima miramos a la distancia, la perspectiva de las águilas debe ser imponente a juzgar por la grandeza de valles y de cumbres que atesora la vista desde este compartido vértice geodésico. El Espigüete, hoy en la distancia, visto desde Besande es como un barco solitario, Peña Redonda petrificada silueta de un gigante que vivió en el Valle Estrecho en tiempos antiquísimos, silencioso y recogido desde el inicio de la marcha en la ermita de Nuestra Señora del Brezo está el Pico Fraile y la cercana Peña Mayor unidos por las crestas, Pico Yordas también llamado “Burín” sobre el embalse de Riaño, El Convento que forma parte del conjunto de Mampodre. Y otras cumbres y otros sueños de tantas gentes montañeras que han pisado diferentes cumbres de la tierra porque buscan soledad, fuerza y unión a la naturaleza.


Coriscao de fácil ascensión para admirar hermosísimas vistas de Picos de Europa, el Puerto de San Glorio unión entre León y Cantabria donde acaso nos acompañen el oso y el rebeco, Pandial en la Sierra de Hormás, la grandiosa cumbre de Peña Prieta sobre la que ya escribí en otros momentos, Curavacas en Fuentes Carrionas y que bien merece una ascensión, Espigüete, Yordas sobre el embalse de Riaño, Acebedo pausado pueblo para el sosiego del corazón. Por estos lugares nacen diferentes ríos que llevarán agua al Esla primero y más tarde al Duero. Podremos pasear por antiquísimos y prósperos pinares autóctonos. La vista se agranda y se adivinan otros pueblos, otros valles, otros ríos; y se adivinan promesas de felicidad a través de los siglos concentrados en este instante de la fotografía más allá del tiempo. 


Comenzamos el descenso. Ahora bajaremos hacia el noroeste por los pardos que nos llevarán a Maraña. La bajada es suave y verde, enseguida la piedra va dejando sitio a las alfombras de verdor; nosotros, que al subir sufrimos búsquedas y nevadas, rocas y traspiés, pensamos que la montaña se muestra sonriente con nosotros y nos permite esta suavidad de despedida. A la derecha los valles del pueblo, a la izquierda la Polinosa va creciendo de tamaño a medida que nosotros llegamos al collado que llamaremos “de mil ochocientos metros” porque es esa su altura, nos sentamos a comer, a comentar, a reposar, a disfrutar de la montaña, de las vistas y las aves que huelen el pan y la tortilla y rondan con su petición entre las hierbas.


Desde el collado mil ochocientos, las cimas principal y secundaria forman la u perfectamente, como una pareja enamorada de cuyas cabezas pende una finísima seda de tul verde con adornos de doradas perlas; la música de su enlace nupcial la componen las multiformes aves que a esta altura de la incipiente tarde están llegando hasta la fiesta de la naturaleza: dime que sí compañera de las cumbres y pongamos el cielo de tormentas azules en la tarde enamorada, la corona será la nieve blanca de invierno y las flores de plata en primavera, seremos más fuertes que el frio y el calor porque estaremos arropados mutuamente el uno por el otro, nuestra fuerza superará los miedos y recordará amorosos sentimientos. Dejamos nuestro asiento de privilegio y bocadillos y continuamos valle abajo hasta dar con el arroyo que nos llevará de nuevo hasta Maraña entre prados venturosos donde triscan absortas multitud de vacas.


Hoy no quedan soldados romanos que contemplen nuestras manos no cortadas; hoy podemos pasear libres por esta tierra de hermosura mal vendida; el refugio de Maraña está cerrado por falta de afluencia de montañeros en estas fechas; nosotros seguimos hasta el refugio de Riaño, junto a las aguas del pantano. Este es el tono que tienen hoy las montañas que bordean el embalse cada madrugada. Dormiremos, mañana continuaremos la contemplación de otras rutas de montaña.

Javier Agra. 

jueves, 15 de agosto de 2013

PICOS DEL MAMPODRE: ¡A LA CIMA DEL PICO CRUZ!

¡Parecen grandes lechugas!
Esas plantas poderosas de grandes hojas se llaman “Crepys pygmaea” – aclara Jose –; son frecuentes en estas montañas calizas como soporte en medio del roquedo.
Estamos a punto de superar la pedrera que nos deposita en el interior del corazón de los picos de Mampodre. Miramos de reojo la canal directa que sube hasta el Pico de la Cruz, para nosotros muy complicado, por aquí subirán sin duda, y sin dudar ellos, los rebecos de firmes patas y de agilidad confiada. A nosotros nos toca descansar un momento para admirar los Picos de Europa haciendo de hermosísimo retablo del abierto y feraz valle que está a nuestros pies bajo la cúpula del cielo azul en este templo de dimensiones infinitas que ante nuestros diminutos ojos parece ocupar toda la tierra.

Sentados sobre la roca, recién superada la pedrera, hacemos orgánico el saber que somos una parte entre los iguales en medio de la naturaleza que unifica humanos, animales, vegetales, minerales, agua, aire, tierra, fuego. Naturaleza múltiple que resumimos cuando contemplamos la palabra “vida”.


Ya estamos caminando entre la Peña del Mediodía y el Valcerrao. Habíamos leído que nos teníamos que pegar al Valcerrao para subir más cómodos, pero a estas alturas del verano la abundante nieve hace difícil la marcha…no importa…vamos haciendo camino al andar, saltamos entre los riscos pequeñas cumbres hacia arriba, siempre buscando la base de hierba que nos llevará al Collado de Valverde. ¿Acaso no hemos aprendido con los años que lo que sirvió una vez como seguridad puede necesitar alguna variante en otro momento? Aquí estamos Jose y yo ideando soluciones para superar peñascos y dificultades. Cada montaña se defiende y juega con los aventureros montañeros durante un tiempo, pone a prueba la paciencia antes de permitir el caluroso éxito.

La búsqueda de senderos, de soluciones, de futuro…necesita reposo y sosiego. Nosotros nos sentamos en esta hermosura de nieve y rocas, mientras sentimos palpitar el corazón del conjunto de los Mampodres en nuestro mismo palpitar, en el silencio de la brisa de la montaña.


Estamos superando las rocas, continúa la dureza de la subida; los prados verdes no son siempre alfombra de hierba, cuesta arriba necesitamos los pies, el palo, las uñas, la alerta de todo el cuerpo para ganar paso a paso los muchos centímetros que nos separan del Collado. ¡Lo conseguimos esta vez y nos alegramos por ello! Nos sentamos en el mismo verde que hace unos metros representaba sufrido esfuerzo, pero que se ha transformado en hamaca acogedora. Desde el Collado de Valverde, mientras mordemos lentamente la fruta de vigorizante frescor, contemplamos las bellezas cercanas y las distantes hermosuras; a esta altura de la montaña, la belleza cautiva todos los sentidos.

En esta fotografía, silencio y contemplación.


La fatiga en el rostro de los montañeros no oculta el brillo de la cara soñada tantas veces de las cumbres de Mampodre. Ahora que estamos llegando a sus escondidos secretos escuchamos sus palabras dormidas en el aire, desde sus diminutos cantos rodados a sus calizas grietas, desde las deformadas sienes de sus grandes rocas al brillo luminoso de sus tornasoles al mediodía. La cumbre, seca en su roquedo, nos habla de acequias torrenciales de las lluvias y de ventiscas invernales cuando trabaja en la soledad de las oscuras noches para formar siluetas, rostros, laberínticas sonrisas en el acceso final a la montaña; hoy acoge a los montañeros con abrazos de paz y silencio, con ojos de luz e inmensidad.



Pico de la Cruz, Olimpo del Mampodre por donde corretean los dioses y los hombres, los azores y los gorriones, escribe nuestro nombre bajo la sombra de otros héroes, pues venimos hasta ti desde las mesetas y los valles de las diferentes situaciones de la vida; llegamos olímpico Mampodre para llevar de nuevo el fuego a los humanos y la esperanza y los sueños y las palabras de aliento.


Desde la cumbre la contemplación se agranda hasta incluir a los montañeros en la misma naturaleza de la que formamos parte. Estamos viendo los valles de Maraña y los cercanos valles de León que entra en Asturias con los Picos Ten y Pileñes – buen par de peñes, Ten pa les cabres, Pileñes pa les oveyes –; los picos del fondo son vistas de Picos de Europa. ¿Acaso no merece la pena estar en las cumbres del Mampodre? Seguiré contando más sensaciones y otros momentos del viaje en sucesivos textos.


Javier Agra.

martes, 13 de agosto de 2013

PICOS DEL MAMPODRE: INICIO

Iluminación dorada sobre el pantano de Riaño. Salimos del Refugio hacia Maraña, con el recorrido aprendido y testimoniado sobre el mapa de la zona. Mientras el coche busca su espacio, nos preguntamos por qué las montañas de León que no están en Picos de Europa son silenciadas y como ausentes; en estas conversaciones nos deslumbró imponente el conjunto del Mampodre, como una mano de extendidos dedos en ascensión constante, más allá de los prados y la vegetación tan viva de Maraña con el sol recién estrenado esta mañana.

De izquierda a derecha, el conjunto de los Picos de Mampodre: Valjarto, Convento, Valcerrao, Mediodía y Cruz. El Pico Cruz es el más alto y nuestro deseo de hoy. Fuera de nuestra vista queda la Peña de la Polinosa.

Dejamos el coche en la Plaza y regresamos apenas unos metros para iniciar la ruta frente a la espadaña de la iglesia; el sendero es muy marcado pues está en permanente uso para los prados y los huertos, el reguero de Maraña trae su agua para el Esla – la otra vertiente del Mampodre se dirige al Porma, ya se reagruparán más tarde a la altura de Roderos –. Nos han contado que el nombre deviene de las feroces costumbres de los romanos para conquistar sin piedad a los pueblos que deseaban mantener con orgullo su independencia: por estos lugares, fronterizos entre los Astures y los Cántabros no aceptaban las derrotas que les infringía Roma y así reiniciaban la lucha una y otra vez…conocemos el método de las tropas imperiales de cortar las manos con que empuñaban las armas los vencidos, de modo que por estas montañas hubo muchos “manus putre” (manos en descomposición después de ser cortadas) y hasta hoy se conserva este nombre  en la armonía mágica que forman leyenda y paisaje de este lugar escondido y bello, tan cercano y tan remoto por desconocimiento de esta maravilla de montaña leonesa.

En nuestra subida, volvemos la vista para contemplar Maraña con una inmensidad de montañas y prados; al fondo sobresale, con unas pinceladas de nieve, la Peña Ten en tierras de Asturias.


Bajo la gorra protectora de este sol veraniego (San Fermín tiene revolucionado al sol), el paisaje es de una belleza asombrosa. Boquiabiertos Jose y yo dejamos a nuestra derecha el monte arbolado mientras conversamos con las hayas de recto tronco y piel tersa aunque estén ya con la vejez en sus entrañas que no tienen ningún problema de convivencia con acebos de brillante verde desde sus ramas a ras de tierra, con los blanquecinos y medicinales abedules, con el serbal del cazador misterioso y comestible en su fruto…en una estampa de luz y sonido sosegado sobre la ladera. Un recodo hacia la derecha nos comunica entre iluminado silencio que miremos a lo alto hacia los focos brillantes del Mampodre. Silencio…detenemos las pisadas…la respiración se acompasa al vuelo sigiloso de unos aguiluchos que pasaban observados por el curioso petirrojo posado entre las ramas…los violines del arroyo reducen su música del andante gracioso al lentísimo…Más arriba, unos mastines pastores de vacas musitan sus ladridos para que tengamos cuidado por dónde pisamos…continuamos el ascenso…los mastines avisan con insistencia hasta que llegamos a la altura de la Laguna de Mampodre…

La Laguna de Mampodre está bastante reducida. Tienen razón los mastines, las vacas necesitan su agua para aliviar la sed.


El día es limpio y caluroso. El camino claro y relajado.
Ahora empezará el pedregal y los remontes entre la piedra y la nevada que parece que tiene pensado quedarse más días por estos lugares. Se han callado los mastines, suponen que estos aventureros no regresarán a llevarse las vacas. Tienen razón, estos aventureros montañeros están ya metidos en la pedrera para adentrase en el corazón de los picos que han sido parte de sus sueños varios meses (y acaso años).

Travesía por la pedrera. La vegetación se ha quedado con las vacas, las aves y las marmotas. A nosotros nos conceden este lugar de búsqueda y fatiga. Donde la voluntad se aquilata a la caliza y la roca de la vida. Leed este texto escrito hoy y abrid el apetito para sucesivas entradas mientras sea posible.


Javier Agra. 

martes, 6 de agosto de 2013

ESTAR EN BABIA: “EL RINCÓN DE BABIA”

Desde la carretera general subimos junto al Sil, dormido en el embalse Villaseca, hasta Vega de Viejos situado en un anfiteatro para ver un espectáculo permanente de agua en el remansado río. El Sil ha bajado de las corrientes más rápidas de la montaña y aquí se detiene a ensayar su prolongado recorrido posterior. Este pueblo aún conserva, en un estado decrépito por la vida y la historia, el blasón y la casa solariega de los Marqueses de Jorbalán que tiene a gala contar entre sus descendientes a santa María Micaela del Santísimo Sacramento, fundadora de la orden de las Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad cuando estaba próximo a su mitad el siglo diecinueve.

Desde la iglesia de la Cueta, el silencio y la luz funden a los viajeros en una sola pieza con la naturaleza entera.

Vamos a hacer montaña. De modo que nos alojaremos en La Cueta el pueblo situado a la mayor altura de la provincia de León, estratégicamente situado para subir a las Fuentes del Sil, a Peña Orniz y a otras cumbres de nombre y trono propio. Pero lo que realmente produce este pueblo como cultivo en grandes dosis es tranquilidad entre sus montañas calizas, verdes prados, exquisita arquitectura tradicional con amplias casas de piedra, tejados de pizarra preparados para que la nieve resbale en los largos inviernos. El pueblo es una silueta que crece subiendo monte arriba; en lo alto, desde el otero de la iglesia, brillante en su tejado de pizarra, hablan los viajeros con el silencio y con la luz, sus pensamientos van más allá de los cuetos de La Curueza y La Cogacha hasta la inmensidad de la tierra y la infinitud del tiempo.

La Cueta tiene tres núcleos, Cacabillo, Quejo y el alto pueblo de la Cueta. Nos quedamos en Quejo, en la Posada Real “El Rincón de Babia” una amplia edificación preparada con cariño, esfuerzo y sonrisas por Marta y Gerardo, que han hecho de este lugar un monumento al buen gusto, un templo para el descanso, una ópera al trato cuidado y cariñoso.

Posada Real “El Rincón de Babia”

Aquí estamos reposando las andanzas, comentando proyectos, leyendo el sosiego. Cada rincón tiene su silencio y su luz, su reposo y contento. Entre la austeridad y los perigallos se mantiene un equilibrio que empuja al viajero a hacer montaña, impulsa a disfrutar de la naturaleza, anima a gozar del espacio exterior porque sabe que, al regresar, encontrará un rincón que es hogar en un instante.

Un rincón para la lectura y la calma.

El Sil, de musicales aguas, bulle de vida en su interior, vibra de canciones de hierbas y de ranas, de majestuosos bailes de diminutos peces, de líricas y pausadas palabras; es una cascada de música, de gozo sin fondo, de baile sin llanto; Sil de agua tibia que absorbe el dolor y el llanto para reflejar esperanza y futuro de libertad; el agua se despierta y canta entre los bajos sauces y los altivos álamos, reluce policromada entre el brillo del sol sobre el fondo de pulidas rocas, agua limpia enamorada de la vida.


Desde la cima de Peña Orniz recordamos a toda Babia, como un paréntesis entre la ermita de Pruneda y el Santuario de la Virgen de Carrasconte. El Sil lleva tus sueños al lejano océano y allí tu escondida figura será inmensa entre el cielo y la playa, las olas agrandan tu mirada desde la tierra interior hasta la amplitud de un aire sin fronteras.


Javier Agra. 

lunes, 5 de agosto de 2013

ESTAR EN BABIA: CONTINUAMOS EL RECORRIDO

Entramos en Las Murias, pueblo pequeño en un pequeño valle de origen glaciar por donde alguna vez hace miles de años se escapó una lengua del Sil y formó el conjunto morreico más completo que podemos ver en la zona. Murias son las paredes de piedra de separación entre las tierras de los pequeños minifundios. A lo largo de la falda de la Peña La Cresta se dilata el pueblo agrandándose más de lo que da de sí hasta encontrarse, sin saber cuándo termina, con Lago de Babia que acaba casi al mismo tiempo que empieza. Pero en su terreno, apenas un kilómetro más arriba, estamos en la Laguna de Babia donde se cierra el valle en un circo de vistosas cumbres donde gozarían los geólogos descubriendo diferentes estratos de glaciar. Nosotros, que solamente somos viajeros, gozamos con la vista y con la sonora música de las ranas bailando entre los juncos de los bordes mientras miden el contorno de la Laguna con agua permanentemente, pues recibe diferentes corrientes subterráneas además de la abundancia de nieve y lluvia.

La Laguna Grande Babia cierra un hermoso circo, sobre el que asoma, al fondo, El Cornón con nieve.


El origen glaciar de la Laguna Grande de Babia en indiscutible, pero la ancestral imaginación popular le concede otro origen con una puesta en escena mucho más fantástica: Una pastora de Babia, atendía a las ovejas de una familia de noble linaje y también amamantaba un bebé de la noble familia. Después de dar el pecho al pequeño, lo depositó al abrigo de una sobra de espino. Pero una culebra olió en el niño la reciente leche mamada por él y entró a su estómago para beber la leche de la pastora. La madre descubrió la desgracia cuando solamente quedaba la cola de la serpiente desapareciendo por la boca del bebé. La madre, la pastora y las mujeres del redil lanzaron tales maldiciones, alaridos, ayes…como nunca habían escuchado aquellos picachos que rodeaban el valle. También las montañas comenzaron un dolorosísimo y prolongado llano hasta que anegaron las praderas, las cabañas y así surgió la Laguna Grande de Babia, donde aún hoy puede escuchar el viajero palabras sueltas rebotando de roca en roca entre las cumbres que rodean la zona, sobre todo si es más fuerte el viento y se escucha algún amago de tormenta.

En Piedrafita de Babia vemos la parroquia situada en la explanada del Campo, en el mismo lugar donde cuentan que estuvo un castillo templario de cuando este pueblo hacía honor a su nombre de mojón defensivo y cruce de caminos; nos dicen que es más popular la ermita que fue del Rosario y hoy dedicada a la Virgen del Carmen. Como nosotros, esta tarde, somos andarines subimos la cuesta hasta una plaza del barrio viejo y conversamos con algunas mujeres que están poniendo la ermita guapa de flores y de luces. ¡Dónde va a parar, a esta ermita la queremos más! También nos cuentan la existencia cercana del pinar, el más extenso y concurrido de la zona. ¡Ciento un años hace que se plantó! Parece que nació siendo un semillero por iniciativa del maestro y los niños de la escuela, impulsado por los vecinos que lo trasplantaron al lugar que hoy forma un hermoso paisaje. 

A Quintanilla, llegamos para pisar el extremo más occidental de Babia. Su iglesia de planta de cruz griega, con añadidos posteriores, conserva construcción románica sobre todo en el ábside; su enhiesta espadaña suena al silencio del campo con sentimientos de antaño, ansias de recogimiento y sosiego, experiencia de contemplación y de paz.

Carretera adelante, dentro el término de Piedrafita, para salir a Laciana y haciendo límite entre ambas comarcas, llegamos al Santuario de Nuestra Señora de Carrasconte, muy popular en las comarcas cercanas y entre los más alejados leoneses o asturianos; frente a la portada norte del Santuario está la “Piedra Furada” con la que Alfonso X El Sabio mandó marcar los límites comarcales mediante el documento llamado “Carta Puebla”, el año mil doscientos setenta. Babia presume de tener los terrenos en su comarca, pero Laciana insiste en que la imagen de la Virgen mira a Laciana; así todos contentos. El origen, también en este Santuario, es la aparición de una imagen a un pastor. Con el tiempo tuvo diferentes usos: en el siglo dieciocho fue un hospital de peregrinos hacia Santiago. Celebran su fiesta el quince de agosto entre festejos y deportes que inician anochecido el día catorce con una marcha de antorchas y flores: los babianos salen de Huergas y los lacianiegos de Caboalles de Abajo, se encuentran en el arranque de la carretera que va hacia el Santuario y allí esperan a la aurora cuando van llegando de todas partes cientos de peregrinos para participar en la eucaristía, festejar con bota y fiambrera en las amplias explanadas.

Santuario de Nuestra Señora de Carrasconte.


Fiesta. Porque un pueblo en fiesta, es un pueblo con esperanza. Seguramente por eso, la mayoría de los pueblos, se han quedado con un santo veraniego, así aspiran a perpetuar la luz y los días largos frente a la tragedia oscura de la vida; los pueblos, que en pocas fechas verán vacías sus casas y silenciosas sus calles, desean que se queden a vivir las gentes que están de paso porque es la fiesta del pueblo de sus antepasados. Pero las gentes, pese a la plegaria a los santos, están de paso, el progreso les ha echado de los pueblos y los deposita, como morrenas de producción, en la gran ciudad. ¿El progreso es la evolución de la naturaleza a la polución? ¡Qué dilema!

Encontramos el pueblo de Meroy cobijado en la palma de la mano del puerto de Somiedo, su economía estuvo muy unida precisamente al arrendamiento de sus ricos pastos a las merinas trashumantes. Dicen que su nombre se debe a un antiguo nombre propio de origen germánico que se asentó en este lugar de belleza inmensa, tanta que hasta los rebecos, corzos y diversa fauna se aproxima para salir en las fotografías. La rica vegetación y el bullicioso fluir de las aguas, no necesitan acercarse para ser fotografiadas, están allí para embeleso de los visitantes que buscan paz, sosiego, montaña.

Posada Real “El Rincón de Babia”


Regresamos hasta la carreta que nos lleve a nuestro alojamiento Posada Real “El Rincón de Babia” del que ya he dicho que es acogedor y entrañable y del que diré mejores cosas y no tan hermosas como se merece…pero será en el siguiente momento del blog.


Javier Agra.