sábado, 28 de septiembre de 2013

BENIDORM: MÁS QUE PLAYAS

Se está escondiendo el sol y la arena suaviza mis pies en las playas de Benidorm.
Continúo mirando hacia la altura, hacia las cercanas cumbres diminutas y encantadoras. ¡Cómo no recordar para siempre el breve paseo de pocas horas hasta el Tossal de la Cala de Finestrat! Aquí  podrás comprender, amigo lector, que la Ontogénesis es el compendio de la Filogénesis. Muy cerca del altozano, hoy completamente urbanizado, se encuentras unas excavaciones de discutido origen entre Íbero y Romano; es verdad que hoy se da por segura la construcción a los romanos que anduvieron por estas tierras peleando contra el centralismo de Roma, defendiéndose de los ataques de los íberos nativos y pactando con ellos. Un lío de guerras, como cualquier guerra de cualquier época y lugar.

El Tossal de la Cala,  desde el Castillo.
Sea como fuere, nuestro presente – eso es la Ontogénesis – está formado por mezcla de pueblos, lenguas, costumbres que llegaron hasta nosotros a lo largo de la historia – esa es nuestra Filogénesis – de manera que nadie puede decir que el pasado de mezclas, de comercio, de idas y venidas no nos iguala en el presente común. Somos descendientes de las tropas de Sertorio y de Pompeyo, de los adoradores de la diosa Tanit y ¡vaya usted a saber de cuantos humanos y peripecias hasta este siglo en el que aún andamos dudando si somos de acá o de allá! Continuaré paseando mis pies por la suave arena de las playas y haré que mi casa sea allí donde amanezca el sol.


Poblado ibérico o romano, o mezcla de culturas que andan adecentando estos últimos años.
La Sierra Helada camina al otro extremo de las playas, allí donde el bullicio mundano del verano se muda en silencio y acantilado. Trescientos metros de fosilizadas rocas, de carcomidas piedras por la formación de diferentes materiales en acantilados sobre el mar, hacen de este parque natural un espacio de paseo para cantimplora y botas de marcha sosegada. Sobre esta estructura virgen se puede sentar el viajero y contemplar la transparencia del agua, conversar con los peces o escuchar diferentes aves entre el azul del cielo y el oleaje sereno del mar es lo más elemental de una mañana ganada para la calma; acaso con los ojos cerrados, unos instante, puedas participar en el baile de los crustáceos con la vegetación que se asoma al agua desde el fondo del acantilado. Acantilados, taludes, silencios y leve música natural acompañan al viajero durante unas horas en este cuento que la naturaleza conserva de forma magistral.

Sierra Helada, vista desde las playas de Benidorm.
Cima principal de Sierra Helada y Peñón de Ifach. ¿Acaso no escuchamos la conversación del viento y las ramas  a nuestro paso? Mientras tanto las brumosas nubes cantan  con sigilosas voces a los oídos ocultos de los dorados peces que bailan y se esconden en las azulonas aguas. 

Y está colosal, el Puig Campana con sus mil cuatrocientos metros de los que es preciso hacer mil de desnivel hasta llegar a la cumbre. Es un inmenso gigante dormido en el tiempo y que se quedó para siempre a respirar el aire salino del Mediterráneo. Desde su cima, las vistas son hermosas y larguísimas. De la isla de Benidorm, dicen los geólogos que es continuación de la antes citada Sierra Helada. La poesía popular siempre creadora cuenta que es el trozo que le falta al Puig Campana en la cumbre, como una dentellada… Y bien pudo ser. Dicen que el mismísimo Roldán andaba enzarzado en una pelea con el rey moro del lugar y en esos arrebatos guerreros, sacudió tal mandoble a la montaña que arrancó de un tajo el trozo que salió despedido hasta caer al mar, en lo que hoy es la isla. Cuentan también que puede ser un acto amoroso: estaba Roldán en la referida refriega cuando se enteró de que su amada iba a morir cuando diera el último rayo de sol sobre la fachada de su vivienda. Roldán, de un tajo de su espada Durandarte, abrió esa ventana al sol y tuvo tiempo de regresar a toda prisa para recoger el último amoroso suspiro de su dama. ¡Qué no se hace por amor! ¡Hasta construir una isla con una pieza del Puig Campana!


Puig Campana, desde el paseo de la playa.


Una paloma contempla la conversación amistosa sobre el agua y la luz; al fondo la isla de Benidorm
Es posible pasear entre suaves flores violetas de perfume y vida,  entre las sensuales y coloridas Erica Terminalis que es una especie de precioso brezo, descubrir diferentes cuevas de diminutos tamaños, rocas musicales, historia del pasado, futuro de gaviotas, peces y colores de eternas aguas mientras se está escondiendo el sol y la arena suaviza mis pies en las playas de Benidorm.

Javier Agra.

jueves, 19 de septiembre de 2013

ANETO: TAMBIÉN TIENE LEYENDAS

Habíamos salido del refugio de la Renclusa. La tarde oscurece en brillos amarillos y verdes de hierba y pino sobre la falda del monte. Sonido de agua en derredor y Jose y yo mirando hacia los Portillones camino del Aneto. Mañana será la fatigosa marcha. ¿Qué hemos de preparar? ¿Qué tenemos que cuidar? La mochila está revisada y los crampones dispuestos. Saldremos al despuntar la aurora.

Dicen que cuando la diosa Pirene concluyó sus fuegos iniciales comenzó a nacer la alegría, las carcajadas de los atlantes formaron las primeras montañas, de las sonrisas nacieron las flores y las aves. La diosa encargó al gigante Atlant – simpático anciano de barba blanca – que construyera un hermoso castillo para que habitaran los primeros mortales en la zona. (Tengo para mí, que el Turbón es una maqueta que realizó como prueba de bellísimo castillo). Este gigantón era capaz de encantar a las cumbres y éstas caminaban de un lugar a otro: todos sabemos que el monte Perdido probó diferentes emplazamientos antes de decidirse por el lugar que actualmente ocupa.

Hermosas y relajantes vistas desde la cima del Aneto.


Si hoy las montañas ya no se desplazan, al menos durante las horas en que las observamos los montañeros, es por un acontecimiento terrible. Por aquellas montañas vivía un gigante que tenía muy mal carácter y era envidioso. Un atardecer Netu, que así se llamaba nuestro personaje, mató de un flechazo a Atlan; los dioses de las montañas se enfurecieron y lo atravesaron con un potente rayo. Fue tan grande el dolor de aquellas montañosas tierras que se retorcieron entre alaridos y Netu terminó sepultado entre los temblores doloridos de las montañas. Aún hoy, los montañeros podrán ver el corazón del gigante Netu escapando de su cuerpo y el brazo en actitud de recogerlo; así se formó, lectores míos, el llamado paso de Mahoma y la cumbre del Aneto.

¿Será la nieve de estos glaciares un recuerdo de las blancas barbas del buen gigante Atlant? No es fácil llegar hasta ellas para comprobarlo.


Dicen también que las perpetuas nieves del glaciar que hemos de pasar para llegar a la cumbre son las mismísimas barbas del buen Atlan, allí quedaron en forma de nieve para memoria eterna de la bondad creadora. El sepultado Netu, al que de inmediato se conoció como Aneto, era de temperamento hostil e insociable. Ya en vida, era temido por los lugareños que no se atrevían a adentrarse en su territorio. Cuentan que un día se acercó a él un peregrino solicitando alimento, porque se había desorientado por aquellos peñascos. Ñetu se lo negó y el peregrino exclamó: “tienes un corazón duro, más terrible que estas rocas de los contornos. Las rocas claman contra la dureza de tu corazón y piden que se perpetúe tu falta de humanidad en una montaña inmensa de piedra” Netu quedó petrificado.

Naturalmente, el malvado Netu al que llamaremos, para entendernos, Aneto, suplicó por su renovación y su bondad, desde su nueva situación pedregal. Evidentemente, nadie le va a negar la posibilidad de reivindicarse socialmente, por eso hoy somos muchos los que vamos a recorrer sus senderos y contarle que siempre es posible iniciar otro modo de convivencia, otra forma de organizar la sociedad en la que todos tengamos espacio, alimento y dignidad. Hoy somos muchos los que lo visitamos, pero las primeras expediciones tienen su historia y un inmenso esfuerzo. Todos los comienzos tienen su trabajo y su fuerza de voluntad contra la molicie que nos hace cómodos e inmovilistas.

La cima del Aneto. Fotografía que también acompaña uno de mis recientes textos.


La palidez del silencio aparece sobre los últimos brillos del sol de las montañas del Pirineo. Mañana subiremos buscando senderos, después de decenas de años y rutas aún es difícil el ascenso hasta el Portillón Superior, aún es necesario decidir cada pisada porque aunque quienes fueron antes que nosotros nos han marcado camino, permanece nuestra libertad de elección; todos queremos llegar, es necesario el valor del camino. Mañana madrugará la esperanza de los montañeros y haremos cumbre y volveremos al atardecer al Refugio de la Renclusa flanqueados por el armiño y la lagartija y veremos plantas de carpelos velludos y colores iluminados por la sonrisa de la vida.  Ahora, que han pasado varios días, puedo aseverar esta frase en tiempo futuro.

Para terminar, esta fotografía de un primer plano de la belleza del Rododendro. Tal vez las flores ponen cordura en esta andante aventura de los montañeros que se visten de locos y hablan con las luces de las estrellas y los silbidos del aire. Tal vez en el silencio de la montaña encontramos ecos de las palabras de los diccionarios. Los montañeros aprenden otros significados de amor, gloria, sudor, respeto, temblor…


Javier Agra.

sábado, 14 de septiembre de 2013

ANETO: ANOCHECE

Regresamos. Al cruzar el Portillón Superior, está declinando el día sobre las cumbres del Pirineo. Al regreso le llamaban los griegos nostalgia, para los montañeros es el gozo de mantener activa en la mente la imagen recién vivida en las cumbres. Inmensas olas de roca entre las sienes azules del cielo limpio. Alguna florecilla de las llamadas Botón azul está lamiendo el sol escondidas entre las infinitas rocas que aparecen ante nosotros para indicarnos el camino que hemos de recorrer, ahora con una cierta celeridad porque el tiempo apremia. Hermosas flores de tallos desnudos estas Jasione laevis con dulce apariencia de sirena, pero los montañeros no podemos detener nuestros pasos, hemos de continuar ladera abajo, ahora que la luz remonta el vuelo sobre las lejanos pinares, sobre el águila real de blanquecino plumaje.

Hemos estado en la cumbre del Aneto, nuestras pupilas aun brillan reflejos de nieve sobre las vivencias del alma. Lentas pisadas sobre las marcas de otros crampones y nosotros, nieve adelante, llevamos el susurro suave del mar, la armonía majestuosa de las olas, las plegarias de las riberas hasta las cumbres dormidas de siglos y vibrantes de corazones y caminos. Desde los misteriosos mares hasta las oscuras cumbres donde azota el viento, llegamos los montañeros con siglos de voluntad en las mochilas. A nuestros pies, el Lago de Coronas es un eslabón entre las viejas cumbres y el verde de las praderas donde quedan esperando las campanillas azules de las flores llamadas Digitalis Purpurea, aunque a nosotros nos sigue siendo más fácil recordarlas como Dedalera o Guante de Nuestra Señora.

Bajo nuestros ojos, el Lago de Coronas.

Nieve virgen junto a los senderos tantas veces pisados esta jornada. Porque somos muchos montañeros, pero la montaña es más amplia; tiene nieve para entregarnos y conserva mucha más para la vista, a esta hora en que el día perezoso comienza a escabullirse sobre los nombres de las cumbres que nos rodean. ¡Soy tuya dice la nieve perpetua, soy tuya canta la montaña mientras el montañero le entrega la sonrisa, la fatiga, el alma de su marcha! Declina el día con sus pupilas cansadas, los montañeros dejan las cumbres entre las conversaciones de las cornejas y las águilas culebreras. A los montañeros aún les suenan los reflejos del lejano Cotiella, del Turbón majestuoso, los picos de Eriste escondidos, el Perdiguero que es encuentro entre España y Francia, El Posets – tendré que volver a la escuela para aprender que es la segunda cumbre del Pirineo por delante del Perdido –, bajo la cumbre del Aneto la nieve abre caminos hasta los lagos de Coronas como trampolín hacia el Pico Aragüells y la aguja Juncadella.



El camino de regreso es lento. La fatiga de la jornada hace aún más rugosas las repetitivas piedras, pero los montañeros saben que es necesario conversar con ellas pisada a pisada antes de que la noche caiga. Los montañeros saben que han sido dichosos pasando siempre por las mismas piedras y agradecidos saben que la fatiga suena a arrullo y armonía, las piedras del regreso son amigos que vienen de visita y palpitan sueños y armonía. Entre las rocas nos espera una anémona o trébol dorado  (Hepatica Nobilis), acaso ella también hubiera preferido vivir en medio de los pinos y protegida por otras poderosas hierbas como la mayoría de sus hermanas, pero ha venido a animar a los montañeros, aquí les deja su poderosa hoja verde firme entre la piedra, acompaña a los montañeros como silencioso grito de ánimo en la tarde que acecha.

Cima del Aneto.

Entre el sol que se agota y los pensamientos que nacen al calor de las rocas, piensan los montañeros que también la vida en una ráfaga de sol que vuela silenciosa como la collalba gris que les ha seguido un momento antes de continuar volando hacia los pinos que ya están cerca, seguramente se acercará al agua para despedirse de la lavandera de vistoso plumaje. Los montañeros, que han pisado agua montaña abajo sienten alivio al saber que, si cae la noche entre las peñas, podrán seguir la ruta por el canto monótono de la rana bermeja. Está cayendo la noche, tal vez entre las plantas de altura esté escondida alguna orquídea de Dama, tal vez… pero los montañeros ya solamente vez las piedras blancas que apuntan el sendero cuando el sol se apaga sobre los prados del Refugio de La Renclusa. La noche baja por la ladera retorcida de la montaña. En la hora nocturna del regreso, los montañeros saben conversar con las flores, deleitarse en el vuelo solemne del mirlo y la corneja, escuchar el silencio veloz del sarrio en las cumbres o el grito agudo de la marmota llamando a su camada.

Más que nostalgia, los montañeros tendrán recuerdo, tendrán anhelo permanente del Aneto. Anhelo permanente de ser personas en crecimiento hacia su cumbre. Anhelo permanente de la música del viento recorriendo el camino entre la roca y los luceros, anhelo creciente de tu nombre en la aurora de todos los tiempos.


Javier Agra.

domingo, 8 de septiembre de 2013

ANETO

Desde el aparcamiento de los Llanos del Hospital, nos lleva un autobús hasta la Besurta. Quienes hicieron este recorrido a pie, años atrás en ascensiones previas, aseguran que es un paseo hermosísimo por él mismo. La mayor parte de los recorridos dentro del Pirineo son de una belleza que se cose al alma de modo imperecedero: este sendero, por el que transitan hoy muchos paseantes entre el aire y la luz, es uno de ellos. Es brillo de agua y verde silbando esperanzas en las praderas.

De las praderas de la Besurta dice la toponimia que su nombre indica estar “debajo del aserradero” y añaden algunos autores fotografías el inicio del siglo veinte que invitan a pensar que sobre el pinar de la zona se realizaba alguna actividad de tal calibre. Lo que ello sea de cierto, no lo sé. Pero sí puedo atestiguar su asombrante belleza actual. Desde los llanos de la Besurta hasta el Refugio de La Renclusa, la subida es un relajante paseo durante la caída del sol de esta tarde cuando el verano avanza y las preocupaciones han dejado su lugar al gozo de las cumbres. Esta noche será agradable en el reformado Refugio de la Renclusa, con habitaciones de pocas literas; nos parece estar en un hotelillo de montaña. A dormir que mañana toca inaugurar un cielo de estrellas.

Las últimas estrellas seguramente despertaron a las burras que merodean los alrededores y han madrugado aún más que nosotros. Apenas se distingue el sendero hacia las cumbres, nos ajustamos las botas y entonamos la canción del ánimo en nuestra mente deseosa de cima. La ascensión al Aneto es muy dura, con esta sencilla descripción he visto resumidas todas las publicaciones que sobre este recorrido he contrastado. De modo que nos preparamos para la dureza e iniciamos la inmediata subida hacia el Portillón Superior. A nuestra izquierda tenemos el Pico Renclusa, a este punto de la marcha todo se va haciendo grande y nosotros pequeños, muy pequeños en esta inmensidad de roca y maravilla casi mágica.  

Rododendros.


La magia de la montaña y la dificultad nos hacen caminar con prudencia sobre las huellas de otros montañeros y de otros tiempos, con precaución para no despertar al gigante Ñetu el de las malas pulgas; no encontramos a ningún ser de leyenda pero si podemos descansar unos minutos para admirar la luminosa flor del rododendro, corto de tallo y poderosos colores se deja admirar pero se defiende de los herbívoros con la dureza de su veneno. Rododendro, lagartijas de verde y rojo sobre la piedra dormida, la poesía sube a la montaña en cascabeles de lumbre, la piedra llama a la vida entre silencios de sonrisas florecidas…Aquí un sorbo apenas y continuamos la ascensión zigzagueante.

Vista del recorrido hasta el Aneto, desde el Portillón Superior.


Inmenso zigzag ascendente entre siglos y rocas, apunta el sol desde la zona del Aneto y deja sus llamaradas primeras sobre las cumbres del Pico de Alba alumbrando las nieves de la subida, el aire es arpa en el rostro de los montañeros cuando asoman, de paso, por el Portillón Inferior. Siguen subiendo los hitos y seguimos el camino que bordea los altos de nuestra izquierda; allá, allá está la brecha que anuncia la primera meta de la jornada. El Portillón Superior es austero y sublime, conseguir esta visión es una grandeza de alma: se detienen los cantos de las aves y las madrigueras de las marmotas callan en la asombrada vista.

Asombrados nuestros ojos conversan con el corazón y cuentan sueños de la escuela cuando estudiábamos los picos más altos del Pirineo; hoy nos acordamos que no éramos del todo fieles pues nos dejábamos el Posets como segunda cumbre, después del Aneto y antes del Perdido. Ante mi tengo esta primitiva mole de granito de los Montes Malditos, con varias crestas que superan los tres mil metros y culminan, al fondo, con la fuerte subida hasta la cumbre final de esta jornada. Crampones en los pies, ánimo en el espíritu y a cruzar el glaciar; desde aquí hasta el Congosto del Ventamillo hubo centenares de metros de glaciar, hoy camino sobre el mayor de los pocos más de diez restos que quedan de aquella antigua mole – a la mayoría no se les puede considerar más que como acumulaciones de nieve, acaso con carácter transitorio –.

Al fondo el Aneto, pasamos por el nevero que hace senda  bajo el Pico Coronas y el Collado del Medio.


La pendiente para cruzar el glaciar, es suave. Nos tuvimos que quitar los crampones entre el glaciar de la Maladeta y el del Aneto – si seguimos a este ritmo parece que en cien años no verán nieve los montañeros que crucen por este lugar –. Conversando con el sol y con el acentor alpino hemos llegado hasta el collado de Coronas; Jose y yo recordamos la fábula de la tortuga y la liebre y continuamos la ascensión, con la lentitud que nos caracteriza, para que la noche no nos encuentre por estas pendientes.

La última pendiente hasta la antecima ha sido dura, nos ha dejado exhaustos. Aquí llegué pensando en los árboles con sombra y en los frutales dóciles de mi infancia cuando podía tomar néctar directamente del peral; pensando en los poemas simples porque paseo por el azul del cielo y brotan las rimas de las fuentes del subsuelo; pensando en los barcos griegos que surcaban la mar en busca de la paz y las sirenas; pensando… y el sudor había bañado mi mochila, mi camisa y mi cuerpo cuando llegamos a la antecima. Aquí queda la mochila y el bastón, nosotros cruzaremos el Paso de Mahoma y llegaremos a la cima.

Paso de Mahoma, visto desde la antecima. Tal vez quince metros de suspiros y lamentaciones antes de conseguir hacer la cima. Son expuestos, pero después del esfuerzo tenemos que concluir la marcha al completo y llegar hasta la cima.


Y aquí estamos, ya en la cumbre. ¿Terminado el recorrido? No, amables lectores; la ruta a la montaña se da por concluida cuando los montañeros llegan nuevamente al punto de partida.


Javier Agra. Esta montaña tendrá más entradas en mi blog, si la naturaleza, las divinidades y los hados me conceden pluma y respiración.

lunes, 2 de septiembre de 2013

SE NOS MURIÓ PIPA

Fue el dos de agosto, de madrugada.



Se nos murió Pipa esta madrugada, entre el brillo de las estrellas y la luz del alba. Así termina un prolongado y gozoso capítulo de la vida de mi casa; trece años de atenciones mutuas, de carantoñas y montaña. De repente aprendimos lo que es tener desgarrada el alma.

Dormía su sueño como cualquier final de jornada, estos últimos meses ya la cuidamos más de cerca, su caminar era lento, más que con gestos ya conversaba con la mirada; esta noche nos quedamos junto a su sueño, haciendo guardia por turnos de compañía enamorada. Miró en derredor un instante, clavó en nosotros la mirada en una despedida sin tiempo y se fue a buscar otras flores, otras sierras y otras aguas.

Se nos murió Pipa, la perra de las entrañas, ahora está conectada a nosotros a través de la tierra, del aire, del silencio, de la música y la palabra. Porque formamos una misma luz y una sola montaña con los que damos la mano, con los que pasaron y con quienes vendrán mañana respirando juntos un espíritu sin tiempo.

Ha pasado un mes desde aquel dos de agosto de frío recuerdo. Continuamos caminando paseos desorientados en las madrugadas de Madrid, pero los paseos sin Pipa pierden el sentido del olfato, de las hierbas que con ella contemplábamos se han ido los aires olorosos que hacían vibrar su cola; siguen cantado las aves que con ella admirábamos, ella musitaba susurros a los nidos de los pájaros y cruzábamos saludos entre vuelos y malabares por los ribazos, ahora son los pájaros en sus nidos quienes preguntan ¿y Pipa?; hasta las piedras que escondían secretos que ella buscaba se están quedando mudas entre las encinas a media luz del monte del Pardo; y ya no es fácil distinguir si es ausencia o son las luces del alba que hacen brillos de agua en las mejillas durante los matinales paseos por este Madrid solitario.

Pipa es un nombre de familia, está en la sangre de nuestras entrañas, su nombre continúa en cada paso por las habitaciones, su nombre suena cada vez que abrimos la nevera y aparece comida en nuestras manos; su nombre es la sangre que pasa libre por el corazón y riega la vida de cada uno en esta casa; sus pupilas siguen asomando como prolongación de nuestra mirada; las confidencias que con ella compartimos permanecen siempre como fuerza en el espíritu común. ¡Vive, vive en el aire y en la luz!

Para nosotros fue lumbre iluminadora; seguiremos siendo día, inmenso día de manos unidas y corazones abrazados donde el amor de la familia continúe creciendo más allá de las estrellas.


Javier Agra.