sábado, 14 de septiembre de 2013

ANETO: ANOCHECE

Regresamos. Al cruzar el Portillón Superior, está declinando el día sobre las cumbres del Pirineo. Al regreso le llamaban los griegos nostalgia, para los montañeros es el gozo de mantener activa en la mente la imagen recién vivida en las cumbres. Inmensas olas de roca entre las sienes azules del cielo limpio. Alguna florecilla de las llamadas Botón azul está lamiendo el sol escondidas entre las infinitas rocas que aparecen ante nosotros para indicarnos el camino que hemos de recorrer, ahora con una cierta celeridad porque el tiempo apremia. Hermosas flores de tallos desnudos estas Jasione laevis con dulce apariencia de sirena, pero los montañeros no podemos detener nuestros pasos, hemos de continuar ladera abajo, ahora que la luz remonta el vuelo sobre las lejanos pinares, sobre el águila real de blanquecino plumaje.

Hemos estado en la cumbre del Aneto, nuestras pupilas aun brillan reflejos de nieve sobre las vivencias del alma. Lentas pisadas sobre las marcas de otros crampones y nosotros, nieve adelante, llevamos el susurro suave del mar, la armonía majestuosa de las olas, las plegarias de las riberas hasta las cumbres dormidas de siglos y vibrantes de corazones y caminos. Desde los misteriosos mares hasta las oscuras cumbres donde azota el viento, llegamos los montañeros con siglos de voluntad en las mochilas. A nuestros pies, el Lago de Coronas es un eslabón entre las viejas cumbres y el verde de las praderas donde quedan esperando las campanillas azules de las flores llamadas Digitalis Purpurea, aunque a nosotros nos sigue siendo más fácil recordarlas como Dedalera o Guante de Nuestra Señora.

Bajo nuestros ojos, el Lago de Coronas.

Nieve virgen junto a los senderos tantas veces pisados esta jornada. Porque somos muchos montañeros, pero la montaña es más amplia; tiene nieve para entregarnos y conserva mucha más para la vista, a esta hora en que el día perezoso comienza a escabullirse sobre los nombres de las cumbres que nos rodean. ¡Soy tuya dice la nieve perpetua, soy tuya canta la montaña mientras el montañero le entrega la sonrisa, la fatiga, el alma de su marcha! Declina el día con sus pupilas cansadas, los montañeros dejan las cumbres entre las conversaciones de las cornejas y las águilas culebreras. A los montañeros aún les suenan los reflejos del lejano Cotiella, del Turbón majestuoso, los picos de Eriste escondidos, el Perdiguero que es encuentro entre España y Francia, El Posets – tendré que volver a la escuela para aprender que es la segunda cumbre del Pirineo por delante del Perdido –, bajo la cumbre del Aneto la nieve abre caminos hasta los lagos de Coronas como trampolín hacia el Pico Aragüells y la aguja Juncadella.



El camino de regreso es lento. La fatiga de la jornada hace aún más rugosas las repetitivas piedras, pero los montañeros saben que es necesario conversar con ellas pisada a pisada antes de que la noche caiga. Los montañeros saben que han sido dichosos pasando siempre por las mismas piedras y agradecidos saben que la fatiga suena a arrullo y armonía, las piedras del regreso son amigos que vienen de visita y palpitan sueños y armonía. Entre las rocas nos espera una anémona o trébol dorado  (Hepatica Nobilis), acaso ella también hubiera preferido vivir en medio de los pinos y protegida por otras poderosas hierbas como la mayoría de sus hermanas, pero ha venido a animar a los montañeros, aquí les deja su poderosa hoja verde firme entre la piedra, acompaña a los montañeros como silencioso grito de ánimo en la tarde que acecha.

Cima del Aneto.

Entre el sol que se agota y los pensamientos que nacen al calor de las rocas, piensan los montañeros que también la vida en una ráfaga de sol que vuela silenciosa como la collalba gris que les ha seguido un momento antes de continuar volando hacia los pinos que ya están cerca, seguramente se acercará al agua para despedirse de la lavandera de vistoso plumaje. Los montañeros, que han pisado agua montaña abajo sienten alivio al saber que, si cae la noche entre las peñas, podrán seguir la ruta por el canto monótono de la rana bermeja. Está cayendo la noche, tal vez entre las plantas de altura esté escondida alguna orquídea de Dama, tal vez… pero los montañeros ya solamente vez las piedras blancas que apuntan el sendero cuando el sol se apaga sobre los prados del Refugio de La Renclusa. La noche baja por la ladera retorcida de la montaña. En la hora nocturna del regreso, los montañeros saben conversar con las flores, deleitarse en el vuelo solemne del mirlo y la corneja, escuchar el silencio veloz del sarrio en las cumbres o el grito agudo de la marmota llamando a su camada.

Más que nostalgia, los montañeros tendrán recuerdo, tendrán anhelo permanente del Aneto. Anhelo permanente de ser personas en crecimiento hacia su cumbre. Anhelo permanente de la música del viento recorriendo el camino entre la roca y los luceros, anhelo creciente de tu nombre en la aurora de todos los tiempos.


Javier Agra.

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