martes, 25 de febrero de 2014

PASEO DESDE CANTO COCHINO

Otra vez Canto Cochino. La Sierra de Guadarrama es hermosa, recogida, pequeña…Esa es la razón de que muchos fines de semana salgamos a caminar desde el mismo punto. Mi cuerpo de sangre no puede contener al espíritu que ya está entre las escaladas del Pájaro y el vuelo de las aves, se va con el agua a buscar otros tiempos que se nos perdieron como el río y como el río buscan salidas entre los meandros rocosos de la vida; agua de reflejos y rostros de antaño cuando las mañanas de la infancia posaban mis pies en los terrenos áridos de Castilla. Con los hilos de la infancia tejo antiguos recuerdos que inmunizan mi vida con silencio y poemas en este mosaico de huesos y senderos que he construido con los ladrillos del viento.

El Manzanares es un coro de ópera entre la guerra y la calma.


Aguas arriba llegamos hasta el Puente del Francés para recordar otros ríos y soñar otros sueños de agua de mar adolescente donde había acantilados en las tierras de Vizcaya; también están perdidos aquellos parques porque ha pasado el tiempo y el superpuerto se comió adolescencias, acantilados y años. Los años son baile entre el sueño y la libertad conquistada en el oro del ocaso y el rosicler de la aurora. El mar se hizo joven en los paseos desde la firmeza de Butrón hasta la serenidad de Plencia y en sus aguas de tormenta y acantilados volví a componer la maleta para seguir naciendo a otras tierras montañesas. Salitre y olas, calzo mis huesos con cristales de sal y sueño; viajero entre maletas de cartón, las gaviotas cuentan mi tiempo entre el vendaval y el traqueteo de un tren de carbón.

Curvas adelante, pista forestal arriba…años en Belmonte de Cuenca, donde nacieron Fray Luis y sus poemas. Inmensidad de llanuras y de vida, vides creciendo hacia su madurez y otoños de melón entre misterios de corteza y fruto. Anhelos permanentes de agua y fruto, el corazón entre el cascabel y la nana. La Mancha ofrece caminos… me apoyo en las riberas sin agua… busco las montañas lejanas donde manan fuentes, busco laderas frondosas con escondidos tejos entre los robles de todos los tiempos y las encinas que aúnan todos los suelos. Pasea a mi lado el amor vegetal,  llueve transparencia serena de caminos sin final entre cristales de brisas y sonidos… El arroyo busca palabras ¡y yo busco la primavera entre la niebla invernal!

Pequeño paseante sobre el Mirador del Arroyo de los Hoyos.


Después de varias curvas…serenidad de agua entre la lluvia y el mar…hemos llegado hasta un hermoso mirador frente al Arroyo de los Hoyos…me siento…en agua recuerda la canción de mis jóvenes años en Salamanca… (¿Otra ver Fray Luis?) Viajes de la Plaza a las atalayas, ciudad cosida a mi corazón, provincia recorrida entre pedaladas. Sentado a orillas del Tormes, ¿dónde vas agua? Llevo postales y cartas de los chopos y de los pájaros hasta la inmensidad del mar porque quiero aprender a navegar. Llueve en silencio, tan lento que el espíritu se aquieta entre el murmullo y la inmensidad. Comparto con la tierra el fruto del nogal mientras sueño el agua… ¿y si yo fuera otro soñar? La cascada del agua canta la melodía de la paz.

Atrás quedó la merienda y el trepidante rabión que remansará su agua cuando la nevada sea lejano recuerdo. Con el corazón sonriendo en medio de las turbulencias, enfrento el futuro sin doblegar la frente en la serenidad del alma por el sendero de vuelta buscando el coche y la casa. Madrid es hasta el momento mi morada más dilatada en el tiempo y el recuerdo. De aquí podría narrar muchas estrellas y parques, muchas aguas y montañas… ¿No serán ellas quienes me narran? Bajo siguiendo el destino del agua, a esta altura de mi vida ya camino despacio hacia las bajas laderas, acodado con la luz del alba y con las brillantes estrellas, con los vegetales y los rumiantes, con los débiles insectos y las rapaces que vuelan. He aprendido a ser unidad con la Sierra y con el agua.



Me he quitado las botas, el calzado para regresar en el coche es más liviano. Respiro y busco el viento seguro del monte, ni palabras lisonjeras ni castillos ni cuentas de bancos; busco el agua para remansar el alma, ni coches ni mansiones de torbellinos de dinero; busco el vuelo de las aves, ni adulación ni palmadas ni fuegos de artificio; busco el limpio color del cielo, ni el poder ni la gloria ni la magia del hechicero. La Sierra me acompaña a cada instante entre las aceras y las estaciones y me acompaña el viento en las madrugadas y el canto sosegado de los pájaros cuando el bullicio quiere romper el sosiego y el rumor del agua entre las rosáceas piedras de su nacimiento canta en la sien y el corazón para que la calma nazca en las praderas de los recuerdos.


Javier Agra.

sábado, 8 de febrero de 2014

MONTE DEL PARDO EN BUSCA DE SOSIEGO

Sábado. Me voy a pasear al monte del Pardo. Hace seis meses y seis días que ha perdido esa riqueza de idas y venidas, de permanente búsqueda entre las encinas y entre las piedras; esa dulzura de miradas cómplices. ¿Puedo ir a husmear entre aquellas matas? ¡Continúa, me quedo un momento a espiar este rastro de conejo! Hace seis meses y seis días…

En el monte del Pardo siguen creciendo el sosiego y las encinas y las palomas y las urracas y la vida. Ahora que viajo solo por el monte, converso con el silencio y el recuerdo; por eso pregunto a las urracas qué saben de las antiguas abubillas y entonces hablamos de aquellos años de mi infancia cuando Acisa se paseaba entre gorriones y golondrinas, entre urracas y abubillas, entre aguiluchos y buitres (de aquellos años de mi infancia escribiré alguna vez una historia que llamaré Las bicicletas de mi infancia porque no eren lujo de paseo sino medios de desplazamiento hasta la mina pero eso será otro día si a nadie se le ocurre adelantarse a mi idea y cierro el paréntesis invitando a que cada lector ponga los signos de puntuación que le parezca pues de ese modo la lectura dará diferentes sentidos a lo escrito por mí).

La abubilla está en peligro de extinción, me dicen las urracas. Cuando iniciamos esta conversación ya estaba yo un poco murrio por los desequilibrios económicos, la corrupción, la violencia en sus diferentes facetas, el sombrío panorama de la crisis amenaza más que las nubes de esta mañana de febrero. ¡El pesimismo no te puede hacer abandonar la lucha, riega los campos del futuro con esperanza y el mañana será más comunitario! Seguramente son las palomas quienes conversan conmigo mientras vuelan en bandadas.

Las fotografías que acompañan a este texto son antiguas y siempre estarán presentes.

Las lluvias contumaces de estos días han calado muy hondo en las praderas, el Pardo tiene muy buen drenaje y no me salgo de los caminos para mantener la ecología lo mejor que puedo. Está brotando el suelo entre las gotas acumuladas y el verde que revienta entre la hierba y las encinas. Poco a poco estoy ya donde las piedras misteriosas, el lugar donde las encinas me sobrecogen. ¡Mira que hace años y circunstancias que llevo pasando por aquí! ¡Siempre me parece la primera vez! En este momento siento que es la encina el árbol del sosiego, tanto que hasta el fuerte viento musita entre sus hojas.

Acaso el llanto domina mi espíritu…Las encinas siempre combaten esa sensación de destrucción desoladora y evaporan las penas en nieblas que se van a lugares perdidos para siempre. Entre las encinas crece la paz y el espíritu canta futuro de flores y de frutos compartidos. Aquí empleo un buen tiempo del camino –ya lo empleaba antes cuando venía en buena compañía, hace hoy seis meses y seis días… –; aquí he visto cómo se defienden las encinas, sus hojas bajas tienen más afiladas las espinas pequeñas de sus aristas, sus hojas altas son más suaves al tacto porque no necesitan rechazar a depredadores que las coman. Entre las encinas crece la esperanza y la luz y me parece que la humanidad puede vivir de otra manera más feliz y solidaria.



Comunidad y sosiego. He pasado al otro lado de la vía, está recién enjalbegado el puente. Las cárcavas que suben hasta el paso de Despeñabicicletas forma un paisaje vegetal de radiante emoción, un tren de cercanías rompe el silencio durante unos instantes; las encinas del sendero me devuelven la calma. Subo al mirador de Valpalomero, más por costumbre que por las vistas hoy reducidas entre las nubes que inician un lento llanto. Desde aquí hasta la finca del Duque del Arco mi soledad se transforma en convivencia de paseantes y ciclistas, palabras que se mezclan con silbidos del viento y con el sosiego de ocho perros entrecruzando sus juegos.

Recuerdo las palabras de Juan del Encina. “Mi libertad es sosiego…” Me han vuelto a visitar las encinas con su oleaje de mar castellano, sin guerras, sin desprecios, entre estas ramas verdes se desinfectan las heridas y vive en paz el sosiego.

Javier Agra.


domingo, 2 de febrero de 2014

CHINCHILLA DE MONTEARAGÓN

Tal vez Chinchilla de Montearagón sea una canopia de culturas a través del tiempo. Seguramente desde la actualidad de cada persona y de cada momento resulta, el entorno en el que nos movemos, una mezcla hermosa de tiempos e historias del pasado. Conserva, este pueblo, un regusto medieval que le da vida a cada rincón sobre el que reposa la mirada del viajero.

Ahí está un despreocupado y absorto viajero contemplando la Mancha, hermosamente plana y coloreada de trigales y vides, cuando llega a sus ojos la cresta esbelta de Montearagón elevándose suavemente hasta ponerse la corona del castillo. ¿Cómo resistirse a entrar a recorrerlo con la adarga, la celada y la pluma? ¡Si ha esperado desde siglos, claro que puedes quedarte unas cuantas horas, no tengas prisa viajero, entra!

Desde lo alto de Chinchilla se ve La Roda, Almansa, Albacete, se ve la Mancha y la tierra toda.


Metidos en sus calles, parece que recorremos la felicidad de un tobogán inverso callejeando cuesta arriba en la cáscara inmensa de un caracol gigante hasta llegar inevitablemente al castillo que corona la cúspide de muchos altozanos de nuestros oteros. El sol se acompasa a nuestra lentitud del mediodía y nos relata las historias que, de otro modo, pasarían desapercibidas para nuestra relajada mente. Escucha, amigo mío, me cuenta: Montearagón no viene de la hermosísima región de Aragón, que transporta las aguas reunidas en el Ebro y sube hasta el montañoso Pirineo. Su nombre viene de la voz griega Arrago, que nosotros llamamos esparto muy abundante en esta comarca en otros tiempos. También hay quienes cuentan que el mismo Hércules puso los cimientos a este lugar setecientos años antes de Cristo, sobre los que más tarde construyeron los romanos la Vía Augusta.

¡Cuánto sabe el sol que nos muestra la bellísima Plaza del pueblo donde decidimos detener nuestros pasos y sobre todo sabe ser sol! Sentados en uno de sus bares, nos enteramos de la existencia de antiguos telares donde se tejían alfombras, pendones, tapices heráldicos y otras exquisiteces.



Paseamos entre recuerdos de lo que fueron baños árabes. Nos quedamos absortos con el que fue convento de Santo Domingo hasta la desamortización de Mendizábal. Sin movernos del lugar saltamos hasta el siglo dieciséis en la fachada del Ayuntamiento y recordamos historias de antiguas moradores de tan prestigiosa construcción. Historia épica y guerrera que ha dejado el pueblo de Chinchilla jalonado de blasones señoriales en portalones de desgastado presente donde en las noches de fuerte viento se reproducen rumores de antiguas peleas en invisibles recuerdos de tormenta.

El templo de Santa María del Salvador construido en el siglo quince, se alza sobre muros de la reconquista en tiempos del sabio Alfonso X aliado con el aragonés Jaime I (Chinchilla de Montearagón fue siempre un cruce de caminos, no siempre de pacíficos viajeros). Es de cabecera renacentista e interior barroco. En su interior conservan lo mejor que pueden un pequeño museo donde el pasado vive para cada persona que allí llega a descansar, allí la historia recuerda la Cruz de Roca sobre la que los Reyes Católicos juraron los privilegios de esta “Noble y Muy Leal Ciudad” en agosto del mil cuatrocientos ochenta y ocho; una de las mejores obras góticas de la comarca en la reja de la capilla mayor; conserva una hermosa imagen de alabastro de la Virgen de las Nieves a la que se atribuyen milagros y leyendas: es muy popular la que recuerda cómo unos niños se salvador de perecer ahogados porque una mesa les hizo de barca y les llevó en calma en medio de una terrible tormenta.



Nuestro acerbo popular tiene como dicho: “Otro loco hay en Chinchilla”. Cuentan que había en el pueblo un mozo que estaba o parecía estar loco; cuando llegaba algún forastero se ganaba su confianza y en un momento de descuido le aporreaba, la gente del pueblo rogaba al forastero tuviera caridad con el loco de Chinchilla. Pero un día se topó con un viajero que ya había sufrido esta experiencia en otra anterior visita, el viajero le siguió la broma y esta vez fue él quien aporreo al loco. Cuentan que llegó a la plaza magullado y gritando: ¡Otro loco hay en Chinchilla! Con este dicho se recomienda prudencia y precaución.

Nosotros subimos hacia el castillo, acaso acompañados por el espíritu de del rey Godo Suintila o Chintila quien dicen que conquistó aquí una Cincilia celta (que significa  ciudad de muros cortos). Atrás quedan empedrados musulmanes, atrás murallas, baños, conventos, atrás la nobleza del pasado; a nuestro lado camina el pueblo del presente que camina siempre hacia lo alto.



El castillo conserva, de su pasado esplendor, fosos y muros, con las almenas bien dispuestas y la fortificada puerta cerrada esperando un futuro donde dentro y fuera se viva la libertad, la vista hermosa de la lejanía infinita de la Mancha y la paz sin fronteras de la tierra toda.


Javier Agra.