domingo, 20 de abril de 2014

CHORRO GRANDE DE LA GRANJA Y PICO DEL REVENTÓN (I)

A quienes leéis mi blog, quiero contar una cosa grande. Concepto, este de grandeza, que seguramente no está generalizado pues para cada lector, la grandeza, consistirá en lo que es grande para su corazón y su espíritu. Dejaré mi primer entusiasmo aparcado y escribiré asombrado lo que he visto y oído en mi paseo al Chorro Grande de la Granja. Al que añadimos, para completar la jornada, la ascensión al Pico del Reventón. Es verdad, no lo quiero negar ni disimular ni ocultar, que la propuesta, como la mayoría de las propuestas montañeras en las que participo, también partió de Jose.

No penséis que es largo el prólogo, pues mientras cuento estos párrafos, llegamos en coche hasta la Urbanización Caserío de Urgel en la Granja de San Ildefonso y allí aparcamos en el Camino del Chorro. Estaba en calma la tierra y el mar…lo de la tierra lo sé porque lo vi, lo del mar porque me fio de quien lo cuenta. ¡Cuántas cosas aceptamos por la confianza del mensajero! ¡Confianza! Muy avanzado el citado Camino del Chorro, tiene una salida a la izquierda, sin otras señales que la vista a unos campos de roble rebollo y acaso un arroyo que sale a llamarnos a nuestro encuentro.

Esta fotografía está tomada desde uno de  los miradores mientras subíamos entre pinos y peñas, después del asombro y contemplación pausada de la cascada.


Cruzamos una puerta metálica y nos adentramos en el robledal de Navalosar, a nuestra derecha suena a primavera el arroyo de Peña Berrueco, nombre frecuente en nuestra toponimia porque abunda el granito al que también llamamos piedra berroqueña. A sus aguas se asoma el poderoso berro que además de alimentar limpia, dicen, la sangre; el aromático sándalo; frescas pamplinas en otros lugares llamadas corujas, para fortalecer las vías respiratorias; tiernas hojas de diente de león ricas en vitaminas; la meluja de fino tallo y exquisito sabor en la ensalada.

El robledal se asienta estos días sobre suelo verde y suave, sus hojas son apenas mil brillantes puntas donde los brotes duermen. Un canal de riego tiene hoy semejanza de río; pero no, es solamente un ramal que llega desde el arroyo de la Fuente del Infante que cruzaremos en breve, antes de atravesar otra pequeña portilla mientras ascendemos entre la vegetación de monte bajo camino del pinar. Pero de todo esto no queda registro en el corazón porque deja su espacio al asombro del Chorro Grande que suena y se ve al mismo tiempo allá arriba entre los brillos de inmensas láganas o llambrias lamidas por el agua de siglos.

La orquesta de agua llena de aromas tibios el pinar esta mañana de abril; mientras caminamos senda arriba el agua suena con melodías de tuba a nuestra izquierda; las aves son los violines; el cielo hace de cielo y nosotros de absortos contemplativos en la base misma del Chorro Grande. La primavera se escribe con asombro de agua, con algarabía de asombrado corazón; la primavera ha puesto aquí su cetro de cascada en un inmenso pentagrama de armoniosa naturaleza en continuo cambio de timbre de sonido, en constante armonioso iris de colores. El Chorro Grande trae al viajero lo inmutable en un instante, la fortaleza de la montaña en esta debilidad fugaz, la permanencia infinita se escapa ladera abajo y el agua en perpetuo movimiento es siempre presencia y distancia. Más abajo remansa en una pequeña lagunilla de quietud entre los salgueros, tal vez para que el viajero entienda que pasamos y quedamos al mismo tiempo, que nuestro corazón vuela espacios mientras abraza presencias.



Los montañeros se despiden de las ondinas y las náyades.
Los montañeros saben que estas criaturas del agua necesitan soledad para volver a tomar cuerpo y continuar su deleitoso juego.
Los montañeros vuelven al sendero que sube entre las peñas y el pinar, ahora más cansinamente porque quiere sombra y silbido de hoja verde.
Los montañeros en el silencioso descanso escuchamos todos los sonidos de la humanidad y de la naturaleza toda, unidos en incansable y meditativo fluir.
Los montañeros, curiosos no obstante, se asoman a diferentes alturas en los distintos miradores que van encontrando; miran la belleza del agua y escuchan el rumor del juego invisible de las criaturas fabulosas del agua y las tonadas del hada Stromkarl.

Fotografía hacia el valle por el que subimos. Con la Granja, el embalse del Pontón Alto, Segovia…


Ciento veinte metros más arriba estamos en la cabecera de la cascada. A nuestros pies la Granja, más lejos las llanuras castellanas de Segovia en pleno verdor de primavera. Más arriba, sobre nosotros, el río canta aleluyas de agua en corrientes del arroyo y en diminutas cascadas.

Una vez que el viajero ha gozado de la cascada, puede volver sobre sus pasos y concluir la jornada en poco más de dos horas. Otra salida es el punto en que nos encontramos, tras subir un sendero entre perdido y permanente que nos lleva hasta el final de los pinos; pues bien, a nuestra derecha un cortafuegos o similar nos pone en una pista que regresa a la Granja haciendo así una ruta circular.

Continuaré en otro momento. Calma. Leed siempre y con moderación.


Javier Agra.

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