viernes, 11 de abril de 2014

CHORRERA DE MOJONAVALLE

La Sierra de Guadarrama tiene diversas cascadas en sus antojadizos arroyos que en esta época de primavera se engalanan de sonido y fulgor, brillo y música temporal antes de retornar al silencio del verano. Estos días estamos, pues, aprovechando la ocasión de realizar estas rutas entre la vegetación y el agua.

Carretera de Colmenar adelante, sobrepasado Soto del Real y Miraflores de la Sierra, llegamos al Puerto de Canencia para visitar la Chorrera de Mojonavalle. Tal vez aunque fuéramos sin mochila, volveríamos al punto de partida sin demasiada necesidad de agua. No obstante, sabemos que la prudencia acompaña al montañero; además de prudencia llevamos agua y algún alimento.



Unos metros antes del kilómetro ocho, nos encontramos con una pista muy bien trazada que sale a nuestra izquierda, hace recodo con una cuidada fuente y continúa plácida entre el bosque. Cuentan los expertos que hemos entrado en un bosque oromediterráneo relicto. Yo entiendo que se debe tratar de un lugar con clima de montaña donde las coníferas, que son la vegetación más abundante, tienen que soportar climas fríos con frecuentes heladas y rigurosos calores según toque en cada estación. Aquí se ha reducido a endemia local o reliquia (por eso lo de relicto) el bosque que hace muchos, pero muchos años y siglos, se daba en áreas más abundantes.

Poco sabemos de botánica general, de modo que nos centraremos en identificar un abedul como diferente de un pino o de un abeto de Duglas o de los preciosos acebos. En estas meditaciones hemos superado la barrera que impide el paso a vehículos y de inmediato nos desviamos para acercarnos a un chozo que reproduce antiguas viviendas humanas. El asombro aumenta al descubrir junto a unas cercanas peñas los primeros tejos que veremos durante esta jornada entre montañera y botánica.


La pista es muy transitable y me atrevo a recomendarla a personas que no se sientan con mucho ánimo de hacer montaña. Llegar a la Cascada es una empresa sencilla. Dejamos a la derecha un desvío con escalera de piedra (por el que regresaremos cerrando la marcha en un círculo) y continuamos, sin más preocupación que conversar con las diferentes clases de árboles, hasta encontrarnos con el edificio que fue Aula de Educación Ambiental el Hornillo; aún conserva en muy buen estado un grupo de mesas y sillas cómodamente situadas bajo techado. Conversamos con un anciano abedul indolente en medio de la pradera que está a la espalda de la edificación y nos indica, amable y soñador, que continuemos a nuestra izquierda por el sendero que no tiene pérdida.

El piso está menos trabajado pero sigue la tónica del paseo placentero. A estas alturas del lluvioso abril cruzamos un regato mientras escuchamos las encrespadas aguas del cercano Arroyo del Sestil del Maíllo. De inmediato, un sonido, que es más bramido indica, que estamos muy cerca de la Chorrera de Mojonavalle a la que llegamos antes con la vista que con el pie, antes con el corazón, que con la cámara de fotos, antes con la palpitante emoción que con la serenidad del paseo.


La Chorrera de Mojonavalle se recorta sobre el cielo y parece que cabalga entre invisibles nubes antes de caer, como una orquesta de trompetas, hasta nuestros pies en un instante entre colores de luz. La Cascada de Mojonavalle es, con el agua de esta primavera, un ballet armonioso de la naturaleza.

Una cerrada curva a la derecha conduce hasta un cruce de cuatro caminos, seguimos el que baja a nuestra izquierda en diagonal descendente para cruzar sobre un puente el Arroyo del Sestil del Maíllo. Un sendero nos puede conducir hacia arriba de la montaña, nosotros descendemos suavemente junto al arroyo. Caminamos entre una alfombra de hojas de roble, abundan los abedules, descubrimos un brioso tejo…estamos en el paraje conocido como “Abedular de Canencia”. Que este singular paisaje sea poco transitado en una sorpresa y es un regalo para el silencioso recogimiento.

Jose domestica a un brioso tejo.

Los viajeros están viendo de cerca el Puente de la Posada y sobre él la carretera del Puerto, cuando tienen que hacer otra parada para admirar embobados el “acebo singular” registrado por la Comunidad de Madrid con el número setenta y seis. Queda también fotografiado y queda enmarcado en nuestro semblante atónito. Por la carretera, en dirección al Puerto de Canencia, caminamos menos de cuatrocientos metros y encontramos una trocha que sale a la derecha entre abedules y un vistoso acebo, en pocos metros estamos en el sendero de regreso. El sendero nos conduce hacia nuestra derecha entre curveos de ascensión suave. A nuestros pies mucho agua, de arroyos y surgencias impensables… está rezumante y bella la Sierra.


 ¡Ay, viejo pastor cuidador de los acebos!

Encontramos el cruce del que antes hice mención. Ahora recorremos hacia nuestra izquierda el cuarto brazo que nos quedaba. Más abedules, otro grupo de tejos…se aclara el bosque y se ensancha la vista hasta la nieve de la montaña…el bosque se cierra nuevamente y vuelven los tejos, a nuestra derecha una piedra caballera capricho de siglos sin nombre y otro grupo de acebos conversan con los pinos y con los viajeros. Un par de lazadas a derecha e izquierda y el sendero nos acerca a los escalones de piedra para cerrar el círculo en la pista forestal del inicio, camino ya del Puerto de Canencia.

A los viajeros les parece poco trabajo esta marcha de tres horas para nombrarse montañeros y deciden hacer una segunda parte con la Chorrera de Rovellanos. Para lo que llegan en coche hasta el pueblo de Canencia y continúan… Pero eso será otra narración amables lectores. Para hoy es suficiente el embeleso mágico de Mojonavalle.

Javier Agra.

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