martes, 1 de abril de 2014

CHORRO DEL DURATÓN Y CEBOLLERA VIEJA

Los nombres se confunden o se funden por remedos de la historia. Se pueden llamar de diferentes modos y mantener la belleza única del asombro. Varias veces había subido a la Cebollera Vieja o Pico Tres Provincias y de cada subida conservo vivencias diversas, porque la montaña es nueva a cada instante, a cada mirada, a cada respiración.

La montaña es nueva a cada instante. Aquí la vemos entre la niebla. 

En el Puerto de Somosierra encontramos la sencilla Ermita de la Virgen de la Soledad, con una inscripción en recuerdo del general San Juan; en el interior una vidriera con la Virgen de Czestochowa patrona de Polonia; allí recordamos la fiereza inútil de cualquier guerra; allí recordamos las tropas españolas conteniendo a los franceses de Napoleón hasta que los valerosos polacos asaltaron y destruyeron a las cuatro baterías de cañones de las tropas españolas, las derrotaron y los franceses entraron vencedores en Madrid; allí recordamos nuestra incomprensión dolorida ante la guerra.

Nosotros, montañeros que compartimos con cualquier nacionalidad y persona el amor por respirar alturas, llegamos en coche hasta la gasolinera de la vieja Nacional I y continuamos casi mil metros. Hacia la derecha sale un camino muy bien marcado. Botas, mochila… y a caminar.

Dejamos atrás una puerta metálica, nos encontramos el Arroyo de las Pedrizas que, sin permiso de los viajeros, ha invadido (como los franceses de antaño) el camino que era paseo, lo sorteamos sin necesidad de gran astucia sobre unas piedras colocadas sabiamente para tal menester. Cien metros más adelante encontramos el Arroyo de la Peña del Chorro, aún no lo pasaremos porque nuestro primer objetivo del día es precisamente el Chorro del Duratón que también se llama Chorrera de los Litueros.

Sendero arriba nos acercamos a la Cascada, la emoción puede impedir ver los matojos de rascaviejas…los montañeros entienden de inmediato que es necesario prestar atención al gozoso objetivo del día pero también a la sencillez de cada paso. En breve se disfruta de la magnífica vista de la Chorrera, del sonido vivo de su arremolinada agua, de la algarabía dócil de la naturaleza que allí se asienta, se extiende, se comunica, se dilata, se entrega entre el resplandor y el brillo opaco de la mañana.



Regresamos entre el gozo y la prudencia, cruzamos el Arroyo de la Peña del Chorro…unos metros más abajo, antes de la vieja carretera se juntarán los dos arroyos para formar el río Duratón. Ya estamos caminando hacia la cumbre por una pista que asciende en amplísimos zigzag. Caminamos algo más de un kilómetro, allá arriba frente a nosotros está el pinar y hacia él se dirige una senda que gana altura rápidamente y que nosotros haremos nuestra monte arriba, escoltados por los cambrones ahora llenos de vida y explosión vegetal de primavera.

Curva, curva, curva. Ya estamos metidos en un inmenso cortafuegos. Pensamos que tenemos que llevar saludos de los pinos de nuestra derecha a los de nuestra izquierda y hacemos una perfecta diagonal, porque sabemos que allí está una pista que tenemos que cruzar para continuar cortafuegos arriba. Aquí hubo una señal de prohibido el paso a vehículos…sobre el suelo duermen indolentes los restos de lo que hace algún tiempo debió ser una cadena bien colocada por manos humanas. ¡Ay, cuánto despojo encontramos en nuestros viajes! ¡Cuánto abandono! Imagino que estamos perdiendo un importante potencial en agricultura y ganadería en la inmensidad de nuestros despoblados entornos.

Más arriba nos topamos con la alambrada que delimita las provincias de Madrid y Segovia. Por el lomo del cordal cabalgamos la montaña. Desde aquí las vistas son de una solemnidad asombrosa, pero hoy la niebla nos mantiene en un recoleto y cartujo misticismo interior; hoy la montaña nos convida al reflexivo silencio, a contemplar la paz y la belleza de lo inmediatamente cercano.



La nieve ha dejado atrás los últimos esfuerzos retorcidos de los pinos. El mismo sendero que, en otras condiciones, no presenta ninguna duda, es hoy un pequeño reto. Continuamos porque la cumbre está trescientos metros más arriba y nosotros vamos a su encuentro. ¿La montaña juega a defenderse o a probar el tesón de los montañeros? Manda unas primeras gotas de nieve…resistimos; lanza ventolera “cortaorejas”… nos abrigamos y resistimos; oculta con nieve vieja y nueva nieve cualquier atisbo de sendero…concentramos la atención y resistimos; la fatiga… ¡está muy cerca la cumbre! Resistimos.

La fotografía de cumbre es para Jose. No llegó nadie que nos retratara a los dos juntos. Y para mí es una satisfacción poder decir en cualquier momento que yo debo mis montañas a Jose.

Visitamos también el gran bloque de piedra con una placa homenaje a los Agentes Forestales. Tocamos el vértice geodésico. Estamos a dos mil ciento veintinueve metros. Estamos felices. Estamos congelados. Estamos eufóricos. Estamos poéticos. Estamos… Estamos buscando nuestras pisadas (nuevos pulgarcitos entre la nevada) para regresar sin desviarnos mientras conversamos con la niebla, con el compañero y con nuestra alma.

Regresamos al pinar, más abajo de la intensa niebla y la cerrada nevada. Terminada la breve aventurilla, nos sentamos a comer las viandas. El resto coser y cantar…cantar sobre todo de las aves que acompañan nuestros paseos y no necesitan esconderse porque saben que los montañeros formamos, como su canto y su vuelo, una estrecha unión con la naturaleza.


Javier Agra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario