miércoles, 16 de abril de 2014

POR LA PEDRIZA CON LA DILIGENCIA

Si fuera dado a inventar adivinanzas, propondría ésta: ¿Qué reducida montaña produce más sensaciones y más grandes que su tamaño? Respuesta: La Pedriza. Pero como solamente soy aprendiz de montañero, cruzo el puente sobre el Manzanares (en esta época del año se ha ganado el sonoro nombre de río) en compañía de Jose y otros buenos compañeros y nos dirigimos hacia el Collado del Cabrón. Por si la inercia del inicio no fuera suficiente, los diferentes caminos a seguir están bien señalizados con cartelería para distribuir a los montañeros, paseantes o quienes deseen relajar un breve tiempo su espíritu. La Pedriza ofrece muchos niveles de relajado solaz.

Por el valle queda cantando el Arroyo del Risco, mientras nosotros paseamos nuestra vida entre garridos pinares, sabinas con aire de ancianidad, enebros que calzan sus ramas desde el suelo, cogolludas jaras, escondidos torviscos. Cuesta arriba repite el eco sonoro el pica pinos, el carbonero extiende su canto a nuestro paso. Tal vez llevamos caminando veinte minutos cuando una enorme roca llega hasta nosotros (queda inmóvil a una prudente distancia para no aplastarnos) por la derecha y nos indica el sendero por donde se sube a ver El Cáliz. Se lo agradecemos pero continuamos hasta el Collado del Cabrón.

El Collado del Cabrón tomó este nombre por algún episodio ocurrido siglos atrás entre machos y hembras de cabra. De modo, amigos lectores, que es un nombre tan inocente como cualquier otro nombre.

Hasta este punto resulta un descansado paseo. Desde aquí la vista goza, el espíritu vuela, el corazón se dilata enamorado, se silencia la palabra…Cruce de caminos. Hoy vamos hacia El Pajarito; se ha quedado con ese nombre pues su homónimo El Pájaro es más grande y se ve desde más cerca del inicio de la marcha. Ahora empieza la senda a ser más montañera, la dificultad aumenta por la inmensidad de rocas, la fatiga…Pero es nuestra ruta. Por aquí hemos pasado varias veces todos cuantos paseamos con mochila y botas la Pedriza de Madrid. Recordamos el paso más arriesgado, la pared que más conviene tener cerca, la encina que nace en medio de la roca…

Subimos por la Canal del Pajarito.


Las cumbres de la Vela, el Pajarito y la Campana rodean un paraíso conocido como Jardín de la Campana, oasis de pinos nacidos en mullida tierra. Otra parada para el éxtasis de los sentidos y continuamos la ruta calmada entre las informes rocas y las rocas con nombre en busca del siguiente escalón, allá arriba en la base del Carro del Diablo. En esta altura está hoy nuestra cota. Estamos llaneando cumbres, bajo el hermano sol, sobre la hermana tierra, en la naturaleza hermana; en estas montañas entendemos las palabras del águila, de la cabra, del ratón, de la lagartija, del aire y del agua.


Frente a nosotros se ha detenido La Diligencia, un cochero la conduce; sobre la baca están los bultos de los invisibles viajeros; los caballos se han ido a pacer porque es la hora de su descanso.

Nosotros también nos detendremos enseguida, en el camino de vuelta apenas abandonemos el Collado de la Romera. Los pinares se han cerrado sobre nuestras cabezas, los senderos son ahora plácidos con el mullido de sus cien mil hojas. Hoy podemos recorrer la Pedriza sin peligros diversos, sin más problemas que la fatiga; nuestras marchas llegan hasta donde la valentía hace frontera con la temeridad, ahí se detienen y regresan. Esta mañana queremos hacer un homenaje a los antiguos “descubridores” de la Pedriza y visitamos, con unción y respeto,  la Majada de Quila: aquí pernoctaban aquellos pioneros que no tenían más transporte que alguna mula hasta el pueblo, entonces pequeño pueblo, de Manzanares el Real, sin más senderos ni rutas marcadas que su intuición y su constancia en comenzar de nuevo.

Fotografía de la Majada de Quila, desde el homenaje y el respeto.

Llegamos a Cuatro Caminos. Una hora más de marcha y estaremos en el coche. A la derecha, sobre la cumbre, el Cancho de los Muertos; a nuestra izquierda, en el fondo del valle, el Arroyo de la Majadilla; a nuestra derecha, escondido entre rocas y olvidado por el tiempo, el Refugio Kindelan; a nuestra izquierda, cercana a nuestro paso, la Charca Kindelan, pegada al cielo Peña Sirio y la Cueva de la Mora. La Pedriza produce más sensaciones y más grandes que su tamaño.


Javier Agra.

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