viernes, 30 de mayo de 2014

ENTRE GAVILANES Y MILANERAS (II)

Sentados a mil ochocientos ochenta metros, en el Collado del Miradero podemos ver diferentes opciones y caminos. Es un gran mirador el Miradero. Estamos buscando la mejor propuesta para regresar a través de la Senda de los Gavilanes. Hoy tenemos tiempo. Lo natural es que las personas tengamos tiempo en la vida, necesitamos sosiego, calma, constancia, amor. Estamos en esta altura aislada entre el silencio y la soledad, entre la brisa y la paz.

Buscamos con la mirada alguna señal que nos lleve a cruzar el Arroyo de los Gavilanes en su parte baja, sin necesidad de llegar a esa media altura donde siempre existen senderos alternativos. Ahí está una hilera de mojones que nosotros seguimos con pericia y sin la menor inseguridad. En esta relajación de la alta meseta nos encontramos a un paseo de la ciudad de Madrid (paseo de varias horas, pero paseo a la postre) pero a una distancia de siglos del tiempo apresurado de la ciudad y de la urgencia por lo inmediato en la que vivimos cada día.

Sentado a la entrada del vivac de los Hoyos de la Sierra, así parece que se llama este remansado lugar.

Cruzamos el Arroyo de los Gavilanes y enseguida encontramos el vivac que estamos buscando. Nos acercamos a inspeccionar su interior, nos podemos sentar y ocupar el tiempo en recuerdos ancestrales de la humanidad; hoy paseamos por un lugar donde el tiempo se mide lo mismo que hace cuatro mil años, sin otro reloj que el sol y el viento libre que viene y va, sabemos que es nuestro siglo porque hemos cambiado los mamuts por cabras montaraces. Aquí queda este lugar como opción por si alguna persona lectora quiere metamorfosear sus urgencias en la calma del anacoreta.

Estamos en un hermosísimo y poco conocido valle. Cruzamos las cantarinas aguas del Arroyo de la Covacha y entretenemos un instante en busca de tritones y salamandras que no encontramos; nuestra búsqueda nos suspende en la fraternal nostalgia del universo que parece inmaterial e inmóvil, pero sabemos que su cambio es constante aunque imperceptible. Seguimos hasta encontrar el Arroyo de los Hoyos. Delante de nosotros tenemos el pluviómetro que habíamos visto desde la altura de la cumbre y nos sirve de referencia para desviarnos hacia la profundidad del agua donde juega una briosa cascada antes de reposar en el traslúcido misterio de la cristalina poza de Los Baños de Venus.

Cascada de Arroyo de Los Hoyos y Baños de Venus. A Venus no la incluimos en la fotografía. Nos pidió continuar manteniendo en secreto su cuerpo de blandura de seda, obramos como discretos y servimos a su voluntad. Estos dichosos rincones muestran el tiempo con otra cadencia; el corazón se acompasa a la pausa del aromático sosiego y ocupa los minutos en cánticos e himnos de inenarrable gozo.  

Nos apartamos  solamente unos metros de la soledad del Baño de Venus, para ver de cerca otro lugar de recuerdos imborrables. La Torre de Francisco Caro perpetúa la memoria de este mítico e incansable escalador de la Pedriza.


Para esta jornada aún tenemos otro objetivo que estamos cercanos a cumplir. Dejamos atrás la emblemática Torre de Francisco Caro y ya estamos buscando la Majada de los Gavilanes. Es un lugar de fácil acceso, allí nos sentamos a comentar la grandeza imperceptible de estar siempre atentos a las necesidades más urgentes de las personas. Durante la Guerra Civil española, el cabrero, que pasaba largas temporadas por estos andurriales, se ocupó de guiar por la Sierra a quienes preferían pasar de una zona a otra, según fueran sus intereses y voluntades. Cuentan además, que una madrugada lo encontraron asesinado y nada se supo del autor o autores de tal felonía; nunca aparecieron tampoco las pocas monedas y objetos de valor que le reportaba su desinteresado servicio a cuantos pedían su socorro. La leyenda del cabrero de la Majada de los Gavilanes se va agrandando más allá del tiempo para hablar del tesoro del cabrero, que aún sigue escondido en algún ignoto lugar de la Sierra.

A la puerta de la Majada de los Gavilanes rendimos un homenaje a la solidaridad humana.


Desde la Majada de los Gavilanes retomamos la Senda de los Gavilanes sin desplazarnos más de veinte metros y, escuchando las dulces melodías del Arroyo del Chivato, llegamos, sin más aventuras que contar ni otras noticias dignas de ser reseñadas en esta verídica y verificable historia, a las Zetas de la Pedriza junto al mencionado arroyo. Llegamos a la hora del yantar, cuando el sol busca su cénit sin mayor oposición. Nosotros desde luego no tenemos nada que oponer a su lento y largo recorrido en esta primavera fogosa.

Lo que si hacemos, con regocijo y un si es no es de apetito, es sentarnos a una sombra y dar cuenta del alimento que llevamos en estas modernas alforjas que usamos los montañeros. Estamos a poco más de noventa minutos del bar de Canto Cochino a donde llegaremos, después de diversos atajos bien visibles, para sonreír nuestra exitosa jornada con el aroma de un café.


Javier Agra.

sábado, 24 de mayo de 2014

ENTRE GAVILANES Y MILANERAS (I)

Hoy podemos hacer una jornada amplia de recuerdos y conquistas por los senderos de la Pedriza y salir de sus límites para volver por la senda de Los Gavilanes. Es cierto que los días no son ni más largos ni más cortos, pero algunas circunstancias como el tiempo de luz solar anima a que nos atrevamos con unas rutas de más enjundia o nos tengamos que conformar con otras de menor calado. A la postre las circunstancias son los andamios de las paredes de nuestras vidas, la libertad y la decisión personal hacen cimiento y colofón.  

Pocos minutos después de aparcar en Canto Cochino, estábamos buscando el Chozo Kindelán; nuestra pesquisa resultó sin éxito, otro día retomaremos el intento, hoy la jornada tiene otras muchas etapas que deseamos emprender.

He aquí la enorme piedra llamada Canto Cochino que da nombre a esta zona de aparcamiento e inicio de numerosas excursiones por la Pedriza. Está perfectamente visible a la trasera del bar.


Continuamos por el concurrido sendero que se dirige hacia Cuatro Caminos. Sabemos que antes de llegar a este punto de distribución en la Pedriza, sale un sendero a nuestra izquierda. Parece que éste puede ser…Somos prudentes pero nos gusta investigar…Entramos…Pronto el sendero entona una especie de disimulada risa y decide jugar con nosotros al laberinto…Los montañeros tenemos clara la dirección y vamos siguiendo los trazos que nos parecen más acertados…en algún lugar se pierden completamente los trazos…ahora la Pedriza se ríe con una sostenida carcajada…los montañeros nos miramos y decidimos construir un sendero nuevo para continuar la dirección marcada por nuestra ruta…tenemos éxito y la Pedriza, que es montaña amable aunque llena de riscos y ocultos misterios, nos felicita con una palmada de ánimo y un sendero final que nos lleva hasta el pinar en la antigua senda del ICONA.

Hemos salido más abajo de lo que habíamos previsto, pero nos sentimos igualmente gozosos por la anterior conquista. Continuamos por el pinar arriba buscando el PR-M1 que encontramos unos cuantos metros al norte del Collado de la Romera. Ahora nuestra búsqueda es doble y exitosa. Allá arriba identificamos el entronque de un pequeño y escondido sendero que llega desde el Puente Poyos. Y más arriba el inclinado árbol y la piedra puntiaguda que me transportó al hospital en otra anterior subida. Esta piedra está fotografiada para el recuerdo, no la incluyo en el reportaje porque es un lugar que hubiera pasado desapercibido de no ser por esta personal circunstancia. ¡Ay, cuántos detalles nimios pasamos por alto! ¡Ay, cuántas veces lo mínimo se torna infinito! He vuelto a conversar con la piedra, hoy yo estaba más relajado y con más tiempo que aquel día del golpe; y he vuelto a conversar con la pequeña encina y con las hormigas y con el aire que estaba construyendo un diminuto remolino…

Unión entre el PR-M1 y la senda que viene desde Puente Poyos.


Algún paso de primer grado. Alguna roca que nos pone zancadillas. Nosotros, meditativos montañeros, conseguimos superar los tres momentos que nos parecieron de breve trepada. Estamos cercanos a Tres Cestos por donde alcanzamos el punto de paso al exterior de la Cuerda de Las Milaneras. Hace algunos años nos acompañaron Munia y Pipa por estas recónditas y entrañables sierras, hicieron estos pasos que asustados nos dejan.

Ante Los Tres Cestos, donde otra vez se sentaron Munia y Pipa. Este lugar es paso para el exterior de la Cuerda de Las Milaneras, desde aquí varía la vista allá abajo donde crecen verdes pinares y serpentea una pista muy frecuentada por bicicletas.


Desde Tres Cestos baja unos metros el sendero. El exterior de la Cuerda de las Milaneras es uno de los lugares más seductores que he recorrido en la Pedriza. No quiero, pese a todo, enfatizar un lugar sobre otros porque el corazón me dice que cualquiera se quedará admirado en más de cien lugares diferentes de la Pedriza de Madrid, tal es su recogida y mística belleza.

Estamos subiendo la Cuerda de las Milaneras. Justo delante de nosotros tenemos dos pasos donde necesitamos trepar y construir camino.


Nos sentamos a contemplar. En la montaña he descubierto que “contemplar” es una acción plena en sí misma. Porque veo mi cuerpo y mi espíritu unidos a la inmensidad y veo la poesía, y veo la miseria que se come el vuelo de los espíritus y la vida de los cuerpos; veo los altos pensamientos y los pensamientos rastreros. La montaña también contempla, padece, espera y se ilusiona con un tiempo que vendrá a cantar la paz.

Así llegamos – seguimos caminando después de contemplar, la contemplación lleva al camino – al Collado del Miradero o Prado Poyo, amplio y risueño. Es éste un lugar de varias posibilidades de retorno. Nosotros ya teníamos previsto, para hoy, regresar por la Senda de los Gavilanes.


Javier Agra.  

sábado, 10 de mayo de 2014

POR LAS PESQUERÍAS REALES Y LA CAMORCA (II)

Frente al Puente de los Vadillos, sale una senda monte arriba que nos llevará a la Camorca. Conviene ir atentos para no extraviar la ruta pues son múltiples los cruces y desvíos que nos encontraremos en nuestra ruta en un primer momento. Unos cuantos metros más arriba abandonaremos esta senda que sigue bien señalizada pero nos desvía del objetivo. Aquí encontramos dos senderos que inician su andadura hacia nuestra izquierda, los montañeros dudamos porque nuestra mente piensa posibilidades y mide consecuencias. De las dos elegimos (según criterio de los mapas) la ruta que sube ligeramente hacia la derecha.

Superada esta encrucijada, parece que no es fácil perder el camino. Ha variado el sonido, ahora el agua musita a lo lejos otro arroyo y, a él nos va llamando, hasta que cruzamos en el Arroyo de Las Pamplinas, aquí comienza un fuerte ascenso, para llegar hasta la Pradera del Cochino, que nos hace resoplar. El pinar de Valsaín es uniforme en su silente belleza; los montañeros descubren, en su lenta subida, un pino que rompe esta armoniosa dulzura; los montañeros preguntan a los pinos qué hace, en medio de ellos, un pino diferente; los montañeros entienden la respuesta: aunque sea distinto pertenece a la misma hermana y madre naturaleza; los montañeros agradecen la lección y continúan su marcha, monte arriba, después de esta parada para la conversación.

La caseta del Refugio. Al fondo, Siete Picos


Repecho arriba se ha calmado el desnivel. Los montañeros contemplan la hermosísima explanada que nos acercará a la cima. Desde este lugar, la vista nos coloca entre el asombro y la dicha. A esta altura ya estamos en la soledad de la montaña; desde el silencio podemos dedicarnos a escudriñar detrás de los pinos por si alguno esconde los juegos del dios Pan. Acaso sobre estos riscos finales está camuflada la ninfa Pitis, para siempre transformada en pino, hoy en silencio pues tampoco el celoso Bóreas ronda por las cumbres. El pino sigue con su hoja incólume al tiempo y, desde las divinidades griegas, mantiene este misterio de la vida que camina siempre en imperceptible mutación, siempre en presente acto vivo pese a los vientos y tempestades de las cumbres.

Refugio de la Camorca  


Estamos paseando por esta poética Arcadia, que viene a ser con diversos matices como Jauja o Utopía. Aquí bailan al mismo ritmo aves rapaces y jabalíes, ciervos y mariposas. Aquí la vista es limpia y cercana, las cumbres de Guadarrama llegan hasta la Camorca para conversar en las noches de luna mientras los humanos se esconden en alejadas moradas. Peñalara llega sacudiendo su nieve de primavera, desde lejos se escucha la plática con las cumbres de la Cuerda Larga; Siete Picos viene saltando su cresta de dragón de siete lanzas; Montón de Trigo sin despeinarse un punto llama insistiendo para despertar dulcemente a la Mujer Muerta (por eso sabemos que no está muerta, solamente duerme).

La Pinareja, una de las dos cimas de la Mujer Muerta (la otra es El Oso)


Los Pinares se extienden por el Arroyo de la Acebeda; esconden misterios, magia y arquitectura; un azud que ahora llamamos acequia hace barrera y embalsa las aguas que hace dos mil años llegaban sabiamente encauzadas hasta el acueducto de Segovia. Los montañeros nos despedimos de la cima y regresamos por la vertiente segoviana sobre la calzada romana. Dejamos atrás El Cerro Pelado, con sus tristes heroicas reseñas de guerra, y nos decidimos a buscar una bajada que nos conducirá hasta las cercanías de la Boca del Asno. Creo ver a lo lejos a Pan tocando una siringa, mis compañeros de jornada me descubren que se parece mucho más a un joven ciervo: yo lo acepto…pero me hubiera agradado más descubrir al dios persiguiendo a la náyade Siringe, de bellísimo aspecto, antes de metamorfosearse en el cañaveral de la siringa. ¡Qué emocionadas lecturas de la Metamorfosis de Ovidio!

En la cumbre de la Camorca. Llegan también algunos ciclistas. Al fondo las montañas de La Cuerda Larga.

El pneuma está cargado de vida en estas montañosas cumbres. Pero como también tenemos cuerpo, nos sentamos en una sombreada ladera a reponer fuerzas mientras conversamos. Ladera abajo encontramos una senda amplia y bien dirigida que nos conduce hasta el arenoso río Eresma frente a su puente en Boca del Asno. Llegamos a los Asientos y aún nos quedan fuerzas para retozar la vista y el espíritu con otra de las construcciones de estas pesquerías Reales. De modo que caminamos unos pocos minutos más para contemplar de cerca el Puente acueducto de Los Canales con el que llevaban agua desde este río hasta el Palacio de Valsaín, del que hoy solo queda la memoria y alguna recóndita piedra dormida entre el musgo del tiempo.

Aquí estamos, sobre el Puente acueducto de los Canales.



Javier Agra. 

viernes, 9 de mayo de 2014

POR LAS PESQUERÍAS REALES Y LA CAMORCA (I)

Desde Madrid, bajamos por las Siete Revueltas ya entre los pinares de Valsaín y aparcamos en el área recreativa de Los Asientos. Apenas son la ocho y media cuando comenzamos nuestra ruta; entre nuestra respiración y las conversaciones de los pájaros no se interpone ningún sonido desagradable. Nuestro silencio y la conversación de las aves se entrecruzan con el brillante verde de la matutina naturaleza. El río Eresma tiene un sonido profundo y ágil camino de la cercana población de la Granja.

Esta jornada vamos a compaginar el sosegado y llano paseo por las Pesquerías Reales con la subida a la Camorca y otras cumbres. Esta primera parte de la jornada está preparada para que los paseantes,  que llegarán aquí en un par de horas, puedan disfrutar de entorno. Caminamos aguas arriba del Eresma con el río a nuestra derecha por este mismo lugar donde hace doscientos cincuenta años pescaba aquel rey de España Carlos III, al que se le llamó el Político y también el Mejor Alcalde Madrid.

La Pesquerías Reales inician su andadura en el Embalse del Pontón cuando el Eresma ha superado la Granja; nosotros arrancamos, como dicho tengo, en Los Asientos, retrocederemos más tarde para contemplar otro lugar. De momento gozamos, abierta la boca y el espíritu recorriendo las copas de los pinos, entre le piar intenso de las aves de la mañana tranquila; saben los pájaros que aún tienen algunas horas antes de que se pueble este dormido río de sonidos humanos; sabe la naturaleza que cuando se llene este lugar, de coches y personas, ni su profundísimo sosiego será suficiente para limpiar el aire de gritos humanos.

Sobre el puente de Navalacarreta


Sobre el puente de Navalacarreta cruzamos a la otra margen del Eresma entre el fértil suelo moldeado por el agua y los vientos; el aire se llena de trinos de arrendajo, canciones de ruiseñor, musical colorido del herrerillo, el siempre escondido y presente carbonero en continua conversación antes de dedicarse a la limpieza del pinar. El puente es un compendio de la naturaleza y del trabajo humano, entre granito y gneis, para embellecer el corazón que ya es paisaje y persona.

Antes de llegar a La Boca del Asno, nos detenemos en la Barca para contemplar el escudo del rey. Aquí, cerrados los ojos, escuchamos lamentos, quejas y anhelos de la historia: Porque si el escudo está hecho sello en esta enorme roca, la palabra y la esperanza vuelan entre los pinos y el agua; la palabra se ha hecho águila para continuar imperecedera su vuelo, hasta el final del tiempo, siempre luchadora y siempre anhelando paz y libertad.

La Barca es una enorme roca de granito con la forma que le da nombre: tiene tallado el escudo real.


Dicen que se llama Boca del Asno porque desde este punto semeja la quijada de ese sosegado animal. ¡Ay mi infancia! Yo que nunca ha viajado a caballo, me he desplazo cientos de veces sobre el lomo de un burro. Mis recuerdos de infancia comienzan a lomos del burro cano y pardo que estaba en casa de mis padres: pisaba con precaución sobre la nieve para que no resbalara el niño que llevaba a la Ercina a visitar al médico y poner la inyección semanal, viaje que repitió largos meses, sobre las piedras o sobre la nieve. ¡Ay mi infancia! Antes de que llegaran la carretera y la luz a Acisa de las Arrimadas.

Aquel niño creció en edad, poco en tamaño; aquel niño sigue recordando con cariño el asno amigo de la infancia, el gato posterior, las vacas, las gallinas… PIPA de caricias más cercanas.


Las aves, el río, las criaturas invisibles de la montaña están celebrando un concierto de lírica y color. Los montañeros podríamos seguir aquí trescientos años, como si fuéramos nuevo Abad Virila. Elevarnos hasta las celestes visiones, descender a los oscuros sótanos de la tierra para coser el mundo en armonía. Entre el sol y el pinar conversamos con las aves, a esta hora aún se atreven a decir palabras de ánimo a los primeros paseantes; a esta hora de sosiego la naturaleza conversa y escucha. Podríamos anidar en este solaz, pero hemos venido para continuar, porque más allá de la contemplación tenemos necesidad de actuar.


Poco a poco estamos llegando al puente de Los Vadillos. Un poco más arriba, el río tomará el nombre de Eresma cuando se junten el Arroyo del Telégrafo y el Arroyo del Puerto del Paular. De todos modos si le llamamos Eresma desde sus fuentes diferentes en diversos inicios, nadie se va a extrañar. Llegados, pues, al puente de los Vadillos abandonamos la melodía rumorosa del agua y emprendemos la subida hacia las cumbres de la Camorca. Sale una senda haciendo ángulo recto monte arriba, esa es nuestra ruta; enseguida tendremos que desviarnos por el sendero de la izquierda…

Javier Agra.