viernes, 9 de mayo de 2014

POR LAS PESQUERÍAS REALES Y LA CAMORCA (I)

Desde Madrid, bajamos por las Siete Revueltas ya entre los pinares de Valsaín y aparcamos en el área recreativa de Los Asientos. Apenas son la ocho y media cuando comenzamos nuestra ruta; entre nuestra respiración y las conversaciones de los pájaros no se interpone ningún sonido desagradable. Nuestro silencio y la conversación de las aves se entrecruzan con el brillante verde de la matutina naturaleza. El río Eresma tiene un sonido profundo y ágil camino de la cercana población de la Granja.

Esta jornada vamos a compaginar el sosegado y llano paseo por las Pesquerías Reales con la subida a la Camorca y otras cumbres. Esta primera parte de la jornada está preparada para que los paseantes,  que llegarán aquí en un par de horas, puedan disfrutar de entorno. Caminamos aguas arriba del Eresma con el río a nuestra derecha por este mismo lugar donde hace doscientos cincuenta años pescaba aquel rey de España Carlos III, al que se le llamó el Político y también el Mejor Alcalde Madrid.

La Pesquerías Reales inician su andadura en el Embalse del Pontón cuando el Eresma ha superado la Granja; nosotros arrancamos, como dicho tengo, en Los Asientos, retrocederemos más tarde para contemplar otro lugar. De momento gozamos, abierta la boca y el espíritu recorriendo las copas de los pinos, entre le piar intenso de las aves de la mañana tranquila; saben los pájaros que aún tienen algunas horas antes de que se pueble este dormido río de sonidos humanos; sabe la naturaleza que cuando se llene este lugar, de coches y personas, ni su profundísimo sosiego será suficiente para limpiar el aire de gritos humanos.

Sobre el puente de Navalacarreta


Sobre el puente de Navalacarreta cruzamos a la otra margen del Eresma entre el fértil suelo moldeado por el agua y los vientos; el aire se llena de trinos de arrendajo, canciones de ruiseñor, musical colorido del herrerillo, el siempre escondido y presente carbonero en continua conversación antes de dedicarse a la limpieza del pinar. El puente es un compendio de la naturaleza y del trabajo humano, entre granito y gneis, para embellecer el corazón que ya es paisaje y persona.

Antes de llegar a La Boca del Asno, nos detenemos en la Barca para contemplar el escudo del rey. Aquí, cerrados los ojos, escuchamos lamentos, quejas y anhelos de la historia: Porque si el escudo está hecho sello en esta enorme roca, la palabra y la esperanza vuelan entre los pinos y el agua; la palabra se ha hecho águila para continuar imperecedera su vuelo, hasta el final del tiempo, siempre luchadora y siempre anhelando paz y libertad.

La Barca es una enorme roca de granito con la forma que le da nombre: tiene tallado el escudo real.


Dicen que se llama Boca del Asno porque desde este punto semeja la quijada de ese sosegado animal. ¡Ay mi infancia! Yo que nunca ha viajado a caballo, me he desplazo cientos de veces sobre el lomo de un burro. Mis recuerdos de infancia comienzan a lomos del burro cano y pardo que estaba en casa de mis padres: pisaba con precaución sobre la nieve para que no resbalara el niño que llevaba a la Ercina a visitar al médico y poner la inyección semanal, viaje que repitió largos meses, sobre las piedras o sobre la nieve. ¡Ay mi infancia! Antes de que llegaran la carretera y la luz a Acisa de las Arrimadas.

Aquel niño creció en edad, poco en tamaño; aquel niño sigue recordando con cariño el asno amigo de la infancia, el gato posterior, las vacas, las gallinas… PIPA de caricias más cercanas.


Las aves, el río, las criaturas invisibles de la montaña están celebrando un concierto de lírica y color. Los montañeros podríamos seguir aquí trescientos años, como si fuéramos nuevo Abad Virila. Elevarnos hasta las celestes visiones, descender a los oscuros sótanos de la tierra para coser el mundo en armonía. Entre el sol y el pinar conversamos con las aves, a esta hora aún se atreven a decir palabras de ánimo a los primeros paseantes; a esta hora de sosiego la naturaleza conversa y escucha. Podríamos anidar en este solaz, pero hemos venido para continuar, porque más allá de la contemplación tenemos necesidad de actuar.


Poco a poco estamos llegando al puente de Los Vadillos. Un poco más arriba, el río tomará el nombre de Eresma cuando se junten el Arroyo del Telégrafo y el Arroyo del Puerto del Paular. De todos modos si le llamamos Eresma desde sus fuentes diferentes en diversos inicios, nadie se va a extrañar. Llegados, pues, al puente de los Vadillos abandonamos la melodía rumorosa del agua y emprendemos la subida hacia las cumbres de la Camorca. Sale una senda haciendo ángulo recto monte arriba, esa es nuestra ruta; enseguida tendremos que desviarnos por el sendero de la izquierda…

Javier Agra.


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