Ventean los pinos aromas de primavera.
Se ha levantado temprano el sol esta mañana, madrugó buscando
sus botas cuando los montañeros entonan las primeras pisadas por el Puerto de
Cotos buscando el arroyo de las Cerradillas para subir hasta el Pico
Valdemartín.
Mapa de nuestra ruta de esta jornada
Después de saludar respetuosos a Peñalara, volvemos la
espalada a la más alta cumbre del Guadarrama y avanzamos por la carretera que
sale hacia Valdesquí. Conversación de pinos y asfalto en la mañana serena, el
sonido del aire apenas apunta palabras tiernas. Más adelante, a nuestra
izquierda, salimos del asfalto; solamente queda naturaleza marcando la
dirección hacia el Refugio del Pingarrón. Inmediatamente dirigimos nuestros
pasos hacia el arroyo Guarramillas que está en lo más hondo…como todos los
arroyos, pues ellos sí saben buscar la raíz de la vida y esparcir entre sus
aguas el húmedo sonido de la libertad.
Atrás queda ya el arroyo, los montañeros caminan entre el
pinar alfombrado de plantas papilionáceas con su corola en cinco pétalos
independientemente libres que forman una perfecta armonía de belleza y entendimiento:
el poderoso estandarte protector del conjunto, las dos alas sosegadamente
situadas, la quilla con sus lóbulos fusionados en un solo pétalo. Las papilionáceas
muestran la hermosa grandeza de lo sencillo. En algún lugar, más o menos
indeterminado, antes de bajar al arroyo de las Cerradillas, sale un sendero hacia
la derecha, a media altura de la loma, nosotros lo encontramos porque nos
acompaña un montañero que recorrió y pintó esta variante.
Estamos en el Circo de las Cerradillas
Así pues, llegamos al arroyo de las Cerradillas que baja desde
la Cuerda Larga apuntando hacia Valdemartín. Arroyo arriba, por donde nos permitían
el agua y la vegetación fortalecida, fuimos a salir a Las Cortadillas en el
circo glaciar de las Cerradillas. La montaña tiene cariño almacenado y abierto
para quien quiera llegar a por ello; la montaña tiene ojos risueños para quien
se adentre en sus espacios abiertos. Los montañeros pudimos tocar el misterio
del tiempo, los inmensos siglos de cariñosa y lenta transformación de la tierra
que se construyó entre sueños para ofrecerse viva y libre a nuestros sentidos
despiertos.
Circo de las Cerradillas con Peñalara al fondo y la ruta
de nuestra subida en lo hondo.
Para subir hasta la cumbre, toda montaña tiene un tramo de
más fuerte pendiente. El Collado de Valdemartín nos llama trescientos metros
más arriba entre la piedra suelta y alguna nube que juega a disuadir nuestra
búsqueda de la cima; sabe la montaña que hoy también seremos respetuosos y
decide no insistir en sus juegos defensivos. Las piedras ofrecen algún punto de
verdor y hierba dura; el aire silba sonidos de roca, en aumento desde el
musitar en el inicio de la ascensión al ronco chiflo sonoro en lo alto del
Collado; los herrerillos y las chovas planean en nuestro entorno, no quieren
asomar su suave pluma entre el viento feroz del Collado de Valdemartín; sobre
nuestras cabezas solamente aparece un buitre, su silencioso pasar recuerda a
los montañeros que tal vez será bueno el olvido de algún trozo de nuestra
comida.
Estamos de regreso. Hasta estas piedras vendrán las aves,
entre el silencio y la búsqueda, a repasar el pan voluntariamente olvidado por
los montañeros.
Entre nubes y vientos están cerradas las cumbres, los
montañeros dejan bajo sus pies un aguerrido nevero y comienzan el descenso por una
morrena que arranca antes de llegar a la Loma del Noruego, en lo más alto de la
estación de Valdesquí. Entre unas rocas, al abrigo del viento, los montañeros, hacen
una pausa para la comida…el buitre
altivo, el águila de lejano vuelo, las hormigas y los rebecos pasarán más
tarde siguiendo nuestro rastro y limpiando de migas el suelo. Continuamos el
descenso, ya estamos a la altura en que las vacas reparten su tiempo entre el
pasto y la siesta; se pierden los senderos; bajamos hacia el arroyo de
las Guarramillas; aquí un hito, seguimos; allá un claro, hacia él nos
dirigimos; entre hitos, claros, búsquedas, misterios, encuentros, piornos y
otros asombros estamos en el sendero a la vera del arroyo. Nos falta subir la
empinada cuesta para encontrarnos de nuevo en el Puerto de Cotos, a esta hora
de la siesta llena de gentes hambrientas, más de naturaleza y de luz, que de
otros alimentos.
Javier Agra.
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