viernes, 25 de julio de 2014

MONTE TUBKAL: HASTA EL REFUGIO TUBKAL




 
El sendero inicial es bellísimo entre agua y manzanos. La perspectiva humana nos predispone, no pocas veces, a variar el sentido de las cosas. En la llegada a Aremd planteaba el pueblo ladera arriba, ahora que inicio la bajada desde arriba ¿lo plantearé ladera abajo? Diré otra vez, de este sosegado pueblo, que su inclinación y la construcción de sus casas y sus pasadizos es novedosa para mi visión de pueblos, calles y casas. Recuerdo Acisa de las Arrimadas, donde yo comencé a nacer, cuando aún era una aldea sin carretera ni luz eléctrica, cuando la nieve y el agua transformaban la aridez de tierra en chapoteo y barro, pero era otra cosa.

A nuestra espalda queda Aremd, los montañeros apuntamos en dirección al Refugio del Tubkal, bajo las montañas del fondo.

Superados los campos de manzanos, el sendero se estrecha en una verde ladera por donde cae el monte; a nuestro alrededor, nogales sin cuento bajan desde lo más alto hasta el valle por el que transcurre el río Ait Mizane del que hoy apenas vemos agua, semeja más un ancho río de diminuta piedra. Cuidadas colmenas donde trabajan las abejas en flores transformadas. Suena el agua, dirigida en cascada hacia una huerta que le toca regar según el turno que la gente del pueblo tiene establecido para su aprovechamiento. En estas tareas “generales” vemos a algunos hombres; las mujeres trabajan los huertos con más mimo, siegan grandes fejes de hierba verde y lo acarrean hasta el pueblo a su espalda, para alimentar el ganado; ninguna mula ni burro en estas tareas, las mulas están reservadas para el Tubkal y otros destinos turísticos.



Aremd ha quedado atrás. Desde el valle zigzaguea en ascensión el sendero que trae a los montañeros del pueblo de Imlil. El sendero al Refugio queda unido en uno solo. Enseguida encontramos un puesto de avituallamiento: caseta construida en el hueco de una roca, sombreada en techado de cañas y con agua por todas partes, siempre muy bien aprovechada. Viajamos a la sombra de las cumbres, a nuestra derecha suena profundo el agua del Ait Mizane; a esta altura, la montaña tiene una concurrida población de sabinas. Nuestro paso es más lento, Brahim el brioso guía se adelanta y nos espera disimuladamente mientras conversa con otros guías, con algún mulero, con los sucesivos puestos de avituallamiento.


Nos adelantan las mulas mientras contemplamos, desde la distancia, la piedra blanca de Sidi Chamharuch.

Cruzamos un puente sobre el río, nos adentramos en la población arropada en el entorno de Sidi Chamharuch. Es este un espacio de peregrinación para los musulmanes, aquí habitó el santo que da nombre al lugar; la cueva de su resguardo es hoy una gran roca blanca visible desde la distancia, a su lado edificaron una recogida mezquita. El santo es venerado por los fieles que acuden a él para implorar diversidad de soluciones ante los variados problemas de la vida. Quienes no somos de religión muslim tenemos que conformarnos con pasear por los puestos de venta, sentarnos en una de sus tiendecillas a tomar un té o continuar la marcha con respetuosa contemplación. Cada agosto se celebra el mussem dedicado al santo que tutela y cuida de los Ait Mazane, tribu bereber (Tamazight) que se extiende por el valle. Para entendernos, el mussem es una especie de romería donde se mezcla lo religioso, cultural, comercial, encuentro de gentes para honrar y venerar al santo.

  
Conjunto de Piedra Blanca, mezquita, casas y tiendas. La gran roca blanca deja espacio bajo ella para la gruta en que estuvo Sidi Chamharouch y un recinto de paredes octogonales. Junto a la gruta, dos pequeñas habitaciones con una fuente sagrada y una pequeña bañera para que los peregrinos se bañen y puedan así librarse mejor de los males que han venido a quitarse.  
            

A partir de aquí, se nos ha metido el sol con la fortaleza de esta mañana de julio; una empinada cuesta serpenteante nos hace ganar unos cientos de metros en poca distancia; la marcha se hace más dura y nuestro incansable guía no disminuye el ritmo, nos distanciamos, nos espera. Han desaparecido las sabinas; nos adelantan más muleros con su carga; nuevos chiringuitos de avituallamiento; el sol plomizo sobre la fatiga silenciosa de los montañeros; a nuestra izquierda el sonido de algún rebaño de cabras, el sonido dulce del agua del Assif n'Isuguan afluente del río Ait Mizane; a nuestra derecha el silencio caliente de la ladera del monte Aguelzim.

Desde una pequeña loma vemos los refugios y se nos alegra el alma.

Desde una pequeña loma vemos los refugios y se nos alegra el alma. El primero que se construyó en mil novecientos treinta y ocho lo llamaron Neltner, como reconocimiento al geólogo y explorador Louis Neltner. Posteriormente, en mil novecientos noventa y siete, se proyectó y realizó una remodelación y comenzó a llamarse con el actual nombre, Refugio Toubkal. Hemos llegado a tres mil doscientos siete metros de altitud, el cuerpo cansado liberado el espíritu. Inmediatamente antes se sitúa el Refugio Les Mouflons, construido con posterioridad. En el mismo cogollo, otro tercer Refugio sirve de albergue a gruías, cocineros y diversidad de acompañamiento que trabaja en esta múltiple tarea turística del Alto Atlas.



Este grandioso espectáculo reconforta el volátil espíritu, un té caliente reconforta el cansado cuerpo.



Javier Agra.



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